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sábado, 31 de agosto de 2013

Dictadores imperialistas disfrazados de demócratas humanistas

Si eres un pueblo, o gobernante, que se niega a ser colonizado por las multinacionales imperialistas y sus bancos corres el peligro de que los gobiernos imperialistas te den un golpe de Estado y suban al poder a un títere obediente, que diviidan al pueblo y lo lleven a una guerra civil, que invadsn tu territorio o descuarticen tu país. Sólo los imbéciles consideran demócratas a los imperialistas del complejo militar-industrial capitalista burgués. ¿Cómo pueden considerar a una sociedad basada en la esclavitud astuta una democracia? Y Conforme más necesidades debemos satisfacer más esclavos somos. La esclavitud astuta consiste en lo siguiente:

(Poco importa la proclamación del trabajo, porque con el nombre de proletariado el esclavo perdura. El que carece de propiedad en nuestras sociedades individualistas, vive obligado a someter su libertad y su fuerza productora al que mejor le pague. El salario es el precio de la servidumbre. Se contrata actualmente en el mercado público al jornalero poco más o menos como se contrataba antes al esclavo. Si la demanda sobrepuja a la oferta, el obrero puede hacerse pagar regularmente el alquiler de la fuerza. Si la demanda es inferior a la oferta, el precío del alquiler baja y queda a unos cuantos la libertad de despedazarse en la disputa por el apetecido mendrugo. Los más deben resignarse a perecer de hambre. Tal es el resultado efectivo de las conquistas democráticas. . Ricardo Mella Cea. Escrito en 1904)

 
En la esclavitud bruta el mercado libre incluía a los esclavos como una mercancia más a intercambiar, ahora el capitalismo burgués incluye a los esclavos asalariados como una mercancía más barata cuando su oferta es mayor que la demanda de trabajo. En la esclavitud bruta te vendían, en el capitalismo burgués, esclavitud astuta, te vendes tú mismo a cambio de un porcentaje menor de lo que en realidad produces,

Y riesgo tampoco faltaba en la esclavitud bruta. Seguro que les servía a los esclavistas brutos para justificarla. y justificarse.

lunes, 15 de abril de 2013

El capitalismo burgués es otra forma de esclavitud, la más perfecta ya que el esclavo se cree libre

Poco importa la proclamación del trabajo, porque con el nombre de proletariado el esclavo perdura. El que carece de propiedad en nuestras sociedades individualistas, vive obligado a someter su libertad y su fuerza productora al que mejor le pague. El salario es el precio de la servidumbre. Se contrata actualmente en el mercado público al jornalero poco más o menos como se contrataba antes al esclavo. Si la demanda sobrepuja a la oferta, el obrero puede hacerse pagar regularmente el alquiler de la fuerza. Si la demanda es inferior a la oferta, el precío del alquiler baja y queda a unos cuantos la libertad de despedazarse en la disputa por el apetecido mendrugo. Los más deben resignarse a perecer de hambre. Tal es el resultado efectivo de las conquistas democráticas. . Ricardo Mella Cea. Escrito en 1904.

lunes, 1 de abril de 2013

OSCAR W. NEEBE, Martir de Chicago


OSCAR W. NEEBE
(Nota biográfica)
Nació en Filadelfia de padres alemanes. Sus padres viven aún. En la época en que Neebe fue arrestado, no vivía de un salario fijo; dedicábase a trabajos particulares. Desde sus primeros años sintió latir su corazón a favor de los desheredados y fue siempre un excelente organizador de las secciones de oficios, siendo propagandista acérrimo de las ideas socialistas.





Discurso
Durante los últimos días he podido aprender lo que es la ley, pues antes no lo sabía. Yo ignorabá que podía estar convicto de un crimen por conocer a Spies, Fielden y Parsons. He presidido un mitin en Turner Hall, al que vosotros fuísteis invitados para discutir el anarquismo y el socialismo. Yo estuve, sí, en aquella reunión, en la que no aparecieron los representantes del sistema capitalista actual para discutir con los obreros sus aspiraciones. Yo no lo niego. Tuve también en cierta ocasión el honor de dirigir una manifestación popular, y nunca he visto un número tan grande de hombres en correcta formación y con el más absoluto orden. Aquella manifestación imponente recorrió las calles de la ciudad en son de protesta contra las injusticias sociales. Si esto es un crimen, entonces reconozco que soy un delincuente. Siempre he supuesto que tenía derecho a expresar mis ideas como presidente de un mitin pacífico y como director de una manifestación. Sin embargo se me declara convicto de ese delito, de ese pretendido delito.
En la mañana del 5 de mayo supe que habían sido detenidos Spies y Schwab y entonces fue también cuando tuve la primera noticia de la celebración del mitin de Haymarket durante la tarde anterior. Después que termine mis faenas fui a las oficinas del Arbeiter Zeitung, en donde encontré a la esposa de Parsons y la señorita Holmes. Cuando iba a hablar con la primera de dichas señoras, entró de pronto una manada de bandidos, llamados policías, en cuyos rostros se retrataba la ignorancia y la embriaguez, gente de peor calaña que los peores rufianes de las calles de Chicago. El Mayor Harrison iba con estos piratas y dijo: ¿Quién es el director de este periódico? Los chicos de la imprenta no sabían hablar inglés, y como conocía a Harrison me dirigí a él y le dije: ¿Qué pasa, Mr. Harrison? Necesito -me contestó- revisar el periódico por si contiene un artículo violento. Yo le prometí revisarlos y lo hice en compañía de Mr. Hand, a quien Harrison fue a buscar. Harrison volvió a los pocos minutos y vi bajar la escalera a todos los tipógrafos; otra pandilla de rufianes policiacos entró a tiempo que la esposa de Parsons y la señorita Holmes se hallaban escribiendo. Uno que yo tenía por caballero oficial dijo: ¿Qué hacéis aquí? Y la señorita Holmes respondió: Estoy escribiendo a mi hermano, que es editor de un periódico obrero. Al oír esto aquel oficial, la agarró fuertemente por un brazo, y ante las protestas de aquella señorita, grito: ¡Concluye, zorra, o te arrojo al suelo! Repito aquí estas palabras para que conozcáis el lenguaje de un noble oficial de Chicago. Es uno de los vuestros. Insultáis a las mujeres porque no tenéis valor para insultar a los hombres. Lucy Parsons obtuvo igual tratamiento, a la vez que le aseguraban que no se publicaría más el periódico y que arrojarían por la ventana todo el material de la imprenta. Cuando oí esto, cuando vi que se pretendía destruir lo que era propiedad de los obreros de Chicago, exclamé: Mientras pueda haré que el periódico se publique. Y volví a publicar el periódico; cuando se nos echaron encima los policiacos bandidos y todas las imprentas se negaron a imprimirlo, reunimos fondos y adquirimos imprenta propia, mejor dicho, dos imprentas, se multiplicaron los suscriptores, y en fin, los trabajadores de Chicago cuentan hoy con todo lo necesario para la propaganda. ¡He ahí mi delito!
Otro delito que tengo, y es haber contribuido a organizar varias asociaciones de oficios, poner de mi parte todo lo que pude para obtener sucesivas reducciones en la jornada de trabajo y propagar las ideas socialistas. Desde el año 1865 he trabajado siempre en este sentido.
El 9 de mayo, al volver a mi casa, me dijo mi esposa que habían venido veinticinco policías y que al registrar la casa habían hallado un revólver. Yo no creo que sólo los anarquistas y socialistas tengan armas en sus casas. Hallaron también una bandera roja, de un pie cuadrado, con la que jugaba frecuentemente mi hijo. Se registraron del mismo modo centenares de casas, de las que desaparecieron bastantes relojes y no poco dinero. ¿Sabéis quienes eran los ladrones? Vos lo sabéis, Capitán Schaack. Vuestra compañía es una de las peores de la ciudad. Yo os lo digo frente a frente y muy alto, Capitán Schaack, sois vos uno de ellos. Sois un anarquista a la manera que vosotros lo entendéis. Todos, en este sentido, sois anarquistas.
Habéis hallado en mi casa un revólver y una bandera roja. Habéis probado que organicé asociaciones obreras, que he trabajado por la reducción de horas de trabajo, que he hecho cuanto he podido por volver a publicar el Arbeiter Zeitung: he ahí mis delitos. Pues bien; me apena la idea de que no me ahorquéis, honorables jueces, porque es preferible la muerte rápida a la muerte lenta en que vivimos. Tengo familia, tengo hijos y si saben que su padre ha muerto lo llorarán y recogerán su cuerpo para enterrarlo. Ellos podrán visitar su tumba, pero no podrán en caso contrario entrar en el presidio para besar a un condenado por un delito que no ha cometido. Esto es todo lo que tengo que decir. Yo os lo suplico. Dejadme participar de la suerte de mis compañeros. ¡Ahorcadme con ellos!

Fuente:  http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/historia/martires_chicago/7.html

MIGUEL SCHWAB, Martir de Chicago


(Nota biográfica)
Nació Miguel Schwab, en Mannhein (Alemania), en 1853, recibiendo su primera educación en un convento. Trabajó algunos años de encuadernador en distintas ciudades de Alemania. Figuró en su país afiliado al Partido Socialista. Fue a los Estados Unidos en 1879 y colaboró más tarde con Spies en Arbeiter Zeitung. Era un correcto orador y su popularidad entre el elemento alemán muy grande. Como organizador era digno émulo de sus compañeros de proceso.


Discurso

Hablaré poco, y seguramente no despegaría mis labios, si mi silencio no pudiera interpretarse como un cobarde asentimiento a la comedia que acaba de desarrollarse.

Denominar justicia a los procedimientos seguidos en este proceso sería una burla. No se ha hecho justicia ni podría hacerse, porque cuando una clase está enfrente de otra es una hipocresía y una maldad suponerlo tan solo.

Decís que la anarquía está procesada, y la anarquía es una doctrina hostil a la fuerza bruta, opuesta al presente criminal sistema de producción y distribución de la riqueza.
Me sentenciáis a muerte por escribir en la prensa y pronunciar discursos. El Ministerio Público sabe tan bien como yo que mi supuesta conversación con Spies jamás existió. Sabe algo mejor que esto: sabe y conoce todas las bellezas del trabajo del que preparó aquella conversación. Cuando comparecí ante el juez al principio de este proceso, dos o tres policías declararon que sin duda alguna me habían visto en Haymarket cuando Parsons terminaba su discurso. Entonces se trataba ya de atribuirme el delito de arrojar la bomba. Al menos en los primeros telegramas que se dirigieron a Europa se dijo que yo había arrojado varias bombas sobre la policía. Más tarde se comprendió la inutilidad de esta acusación y entonces fue Schmaubelt el acusado ...

... Habláis de una gigantesca conspiración. Un movimiento no es una conspiración, y nosotros todo lo hemos hecho a la luz del día. No hay secreto alguno en nuestra propaganda. Anunciamos de palabra y por escrito una próxima revolución, un cambio en el sistema de producción de todos los países industriales del mundo; y ese cambio viene, ese cambio no puede menos de llegar ...
... Nosotros defendemos la anarquía y el comunismo, y ¿por qué? Porque si nosotros calláramos hablarían hasta las piedras. Todos los días se cometen asesinatos, los niños son sacrificados inhumanamente, las mujeres perecen a fuerza de trabajar y los hombres mueren lentamente, consumidos por sus rudas faenas; y no he visto jamás que las leyes castiguen estos crímenes.

... Como obrero que soy, he vivido entre los míos; he dormido en sus guardillas y en sus cuevas; he visto prostituirse la virtud a fuerza de privaciones y de miseria y morir de hambre hombres robustos por falta de trabajo. Pero esto lo había conocido en Europa y abrigaba la ilusión de que en la llamada tierra de la libertad no presenciaría estos tristes cuadros. Sin embargo he tenido ocasión de convencerme de lo contrario. En los grandes centros industriales de los Estados Unidos hay más miseria que en las naciones del viejo mundo. Miles de obreros viven en Chicago en habitaciones inmundas, sin ventilación ni espacio suficiente; dos y tres familias viven amontonadas en un solo cuarto y comen piltrafas de carne y algunos vegetales. Las enfermedades se ceban en los hombres, en las mujeres y en los niños, sobre todo en los infelices e inocentes niños. ¿Y no es esto horrible en una ciudad que se reputa civilizada?

... De ahí, pues, que haya aqui más socialistas nacionales que extranjeros, aunque la prensa capitalista afirme lo contrario con objeto de acusar a los últimos de traer la perturbación y el desorden.

El socialismo, tal como nosotros lo entendemos, significa que la tierra y las máquinas deben ser propiedad común del pueblo. La producción debe ser regulada y organizada por asociaciones de productores que suplan a las demandas del consumo. Bajo tal sistema todos los seres humanos habrán de disponer de medios suficientes para realizar un trabajo útil, y es indudable que nadie dejará de trabajar. Cuatro horas de trabajo cada día serían suficientes para producir todo lo necesario para una vida confortable, con arreglo a las estadísticas. Sobraría, pues, tiempo para dedicarse a las ciencias y al arte.

Tal es lo que el socialismo se propone. Hay quien díce que esto no es americano. Entonces será americano dejar al pueblo en la ignorancia, será americano explotar y robar al pobre, será americano fomentar la miseria y el crimen. ¿Qué han hecho los grandes partidos políticos por el pueblo? Prometer mucho y no hacer nada, excepto corromperlo comprando votos en los días de elección. Es natural, después de todo, que en un país donde la mujer tiene que vender su honor para vivir, el hombre venda el voto.
¿Qué es la anarquía?
Un estado social en el que todos los seres humanos obran bien por la sencilla razón de que es el bien y rechazan el mal porque es el mal. En una sociedad tal no son necesarias ni las leyes ni los mandatos. La anarquía está muerta, ha dicho el Procurador General. La Anarquía hasta hoy sólo existe como doctrina, y Mr. Grinnell no tiene poder para matar a una doctrina cualquiera. La anarquía es hoy una aspiración, pero una aspiración que se realizará más o menos pronto, no sé cuando, pero que se realizará indudablemente.
Es un error emplear la palabra anarquía como sinónimo de violencia, pues son cosas opuestas. En el presente estado social la violencia se emplea a cada momento, y por esto nosotros propagamos la violencia también, como un medio necesario de defensa.
La anarquía es el orden sin gobierno. Nosotros los anarquistas decimos que el anarquismo será el desenvolvimiento y la plenitud de la cooperación universal (comunismo). Decimos que cuando la pobreza haya sido eliminada y la educación sea integral y de derecho común, la razón será soberana. Decimos que el crimen pertenecerá al pasado, y que las maldades de aquellos que se extravíen podrán ser evitadas de distinto modo al de nuestros días. La mayor parte de los crímenes son debidos al sistema imperante, que produce la ignorancia y la miseria.
Nosotros los anarquistas creemos que se acercan los tiempos en que los explotados reclamarán sus derechos a los explotadores y creemos además que la mayoría del pueblo, con la ayuda de los rezagados de las ciudades y de las gentes sencillas del campo, se rebelarán contra la burguesía de hoy. La lucha, en nuestra opinión, es inevitable.
Fuente:  http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/historia/martires_chicago/6.html

AUGUSTO SPIES, Martir de Chicago.



(Nota biográfica)
Augusto Vicent Theodore Spies, nació en Laudeck, Hesse, en 1855. Fue a los Estados Unidos en 1872 y a Chicago en 1873, trabajando en su oficio de impresor. En 1875 se interesó mucho por las teorías socialistas; dos años más tarde ingresó en el Partido Socialista y fue redactor del periódico Arbeiter Zeitung en 1880; poco tiempo después sucedió a Paul Grottkan como director del periódico, cuyo cargo desempeñó con gran actividad hasta el día que fue detenido. Desde aquella época (1880) se reconoció en él a uno de los más inteligentes propagandistas de las ideas revolucionarias. Era un ardiente orador, y con frecuencia se le invitaba a hablar en los mitines obreros de las principales ciudades de Illinois.


DISCURSO

Al dirigirme a este tribunal lo hago como representante de una clase enfrente de los de otra clase enemiga, y empezaré con las mismas palabras que un personaje veneciano pronunció hace cinco siglos ante el Consejo de los Diez en ocasión semejante:

Mi defensa es vuesIra acusación; mis pretendidos crímenes son vuestra historia. Se me acusa de complicidad en un asesinato y se me condena, a pesar de no presentar el Ministerio Público prueba alguna de que yo conozca al que arrojó la bomba ni siquiera de que en tal asunto haya tenido intervención alguna. Sólo el testimonio del procurador del Estado y de Bonfield y las contradictorias declaraciones de Thomson y de Gilmer, testigos pagados por la policía, pueden hacerme pasar como criminal. Y si no existe un hecho que pruebe mi participación o mi responsabilidad en el asunto de la bomba, el veredicto y su ejecución no son más que un crimen maquiavélicamente combinado y fríamente ejecutado, como tantos otros que registra la historia de las persecuciones políticas y religiosas. Se han cometido muchos crímenes jurídicos aún obrando de buena fe los representantes del Estado, creyendo realmente delincuentes a los sentenciados. En esta ocasión ni esa excusa existe. Por sí mismos los representantes del Estado han fabricado la mayor parte de los testimonios, y han elegido un jurado vicioso en su origen. Ante este tribunal, ante el público, yo acuso al Procurador del Estado y a Bonfield de conspiración infame para asesinarnos.
Referiré un incidente que arrojará bastante luz sobre la cuestión. La tarde del mitin de Haymarket, encontre a eso de las ocho a un tal Legner. Este joven me acompañó, no dejándome hasta el momento que bajé de la tribuna, unos cuantos segundos antes de estallar la bomba. El sabe que no vi a Schwab aquella tarde. Sabe también que no tuve la conversación que me atribuye Thomson. Sabe que no baje de la tribuna para encender la mecha de la bomba. ¿Por qué los honorables representantes del Estado, Grinnell y Bonfield, rechazan a este testigo que nada tiene de socialista? Porque probaría el perjurio de Thomson y la falsedad de Gilmer. El nombre de Legner estaba en la lista de los testigos presentados por el Ministerio Público. No fue, sin embargo, citado, y, la razón es obvia. Se le ofrecieron 500 duros porque abandonase la población, y rechazó indignado el ofrecimiento. Cuando yo preguntaba por Legner nadie sabía de él; ¡el honorable, el honorabilísimo Grinnell me contestaba que él mismo lo había buscado sin conseguir encontrarle! Tres semanas después supe que aquel joven había sido conducido por dos policías a Buffalo, Nueva York. ¡Juzgad quiénes son los asesinos!
Si yo hubiera arrojado la bomba o hubiera sido causa de que se arrojara, o hubiera siquiera sabido algo de ello, no vacilaría en afirmarlo aquí. Cierto que murieron algunos hombres y fueron heridos otros más. ¡Pero así se salvó la vida a centenares de pacíficos ciudadanos! Por esa bomba, en lugar de centenares de viudas y de huérfanos, no hay hoy más que unas cuantas vidas y algunos huérfanos.
Más, decís, habéis publicado artículos sobre la fabricación de dinamita. Y bien; todos los periódicos los han publicado, entre ellos los titulados Tribune y Times, de donde yo los trasladé, en algunas ocasiones, al Arbeiter Zeitung. ¿Por qué no traéis a la barra a los editores de aquellos periódicos?
Me acusáis también de no ser ciudadano de este país. Resido aquí hace tanto tiempo como Grinnell, y soy tan buen ciudadano como él, cuando menos, aunque no quisiera ser comparado con tal personaje.
Grinnell ha apelado innecesariamente al patriotismo del jurado, y yo voy a contestarle con las palabras de un literato inglés: ¡EI patriotismo es el último refugio de los infames!
¿Qué hemos dicho en nuestros discursos y en nuestros escritos? Hemos explicado al pueblo sus condiciones y relaciones sociales; le hemos hecho ver los fenómenos sociales y las circunstancias y leyes bajo las cuales se desenvuelven; por medio de la investigación científica hemos probado hasta la saciedad que el sistema del salario es la causa de todas las iniquidades tan monstruosas que claman al cielo. Nosotros hemos dicho además que el sistema del salario, como forma específica del desenvolvimiento social, habría de dejar paso, por necesidad lógica, a formas más elevadas de civilización; que dicho sistema preparaba el camino y favorecía la fundación de un sistema cooperativo universal, que tal es el SOCIALISMO. Que tal o cual teoría, tal o cual diseño de mejoramiento futuro, no eran materia de elección, sino de necesidad histórica, y que para nosotros la tendencia del progreso era la del ANARQUISMO, esto es, la de una sociedad libre sin clases ni gobernantes, una sociedad de soberanos en la que la libertad y la igualdad económica de todos produciría un equilibrio estable como base y condición del orden natural.
Grinnell ha dicho repetidas veces que es la anarquía la que se trata de sojuzgar. Pues bien; la teoría anarquista pertenece a la filosofía especulativa. Nada se habló de la anarquía en el mitin de Haymarket. En este mitin sólo se trató de la reducción de horas de trabajo. Pero insistid: ¡Es la anarquía la que se juzga! Si así es, por vuestro honor, que me agrada: yo me sentencio porque soy anarquista. Yo creo, como Buckle, como Paine, como Jefferson, como Emerson y Spencer y muchos otros grandes pensadores del siglo, que el estado de castas y de clases, el estado donde unas clases viven a expensas del trabajo de otra clase -a lo cual llamáis orden-, yo creo, sí, que esta bárbara forma de la organización social, con sus robos y sus asesinatos legales, está próxima a desaparecer y dejará pronto paso a una sociedad libre, a la asociación voluntaria o hermandad universal, si lo preferís. ¡Podéis, pues, sentenciarme, honorable juez, pero que al menos se sepa que en Illinois ocho hombres fueron sentenciados a muerte por creer en un bienestar futuro, por no perder la fe en el último triunfo de la Libertad y de la Justicia!
Nosotros hemos predicado el empleo de la dinamita. Sí; nosotros hemos propagado lo que la historia enseña, que las clases gobernantes actuales no han de prestar más atención que su predecesoras a la poderosa voz de la razón, que aquéllas apelarán a la fuerza bruta para detener la rápida carrera del progreso. ¿Es o no verdad lo que hemos dicho?
Grinnell ha repetido varias veces que está en un país adelantado. ¡El veredicto corrobora tal aserto!
Este veredicto lanzado contra nosotros es el anatema de las clases ricas sobre sus expoliadas víctimas, el inmenso ejército de los asalariados. Pero si creéis que ahorcándonos podéis contener el movimiento obrero, ese movimiento constante en que se agitan millones de hombres que viven en la miseria, los esclavos del salario; si esperáis salvación y lo creéis, ¡ahorcadnos ...! Aquí os halláis sobre un volcán, y allá y acullá y debajo y al lado y en todas partes fermenta la Revolución. Es un fuego subterráneo que todo lo mina. Vosotros no podéis entender esto. No créis en las artes diabólicas como nuestros antecesores, pero creéis en las conspiraciones, creéis que todo esto es la obra de los conspiradores. Os asemejáis al niño que busca su imagen detrás del espejo. Lo que veis en nuestro movimiento, lo que os asusta, es el reflejo de vuestra maligna conciencia. ¿Queréis destruir a los agitadores? Pues aniquilad a los patronos que amasan sus fortunas con el trabajo de los obreros, acabad con los terratenientes que amontonan sus tesoros con las rentas que arrancan a los miserables y escuálidos labradores, suprimid las máquinas que revolucionan la industria y la agricultura, que multiplican la producción, arruinan al productor y enriquecen a las naciones; mientras el creador de todas esas cosas ande en medio, mientras el Estado prevalezca, el hambre será el suplicio social. Suprimid el ferrocarril, el telégrafo, el teléfono, la navegación y el vapor, suprimíos vosotros mismos, porque excitáis el espíritu revolucionario ...
... ¡Vosotros y sólo vosotros sois los conspiradores y los agitadores!
Ya he expuesto mis ideas. Ellas constituyen una parte de mí mismo. No puedo prescindir de ellas, y aunque quisiera no podría. Y si pensáis que habréis de aniquilar estas ideas, que ganan más y más terreno cada día, mandándonos a la horca; si una vez más aplicáis la pena de muerte por atreverse a decir la verdad -y os desafiamos a que demostréis que hemos mentido alguna vez-, yo os digo: si la muerte es la pena que imponéis por proclamar la verdad, entonces estoy dispuesto a pagar tan costoso precio. ¡Ahorcadnos! La verdad crucificada en Sócrates, en Crísto, en Giordano Bruno, en Juan de Huss, en Galileo, vive todavía; éstos y otros muchos nos han precedido en el pasado. ¡Nosotros estamos prontos a seguirles!

El discurso de Spies, interrumpido sin cesar por el juez, duró más de dos horas. Hablaba con fervoroso entusiasmo y las interrupciones hacíanle más enérgico y elocuente.

http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/historia/martires_chicago/5.html

Antecedentes de las luchas obreras en los Estados Unidos de Norteamérica


El movimiento obrero en favor de la reducción de la jornada de trabajo, comenzó en la América del Norte a principios del siglo. En los centros industriales de aquel extenso territorio, agitóse principalmente la clase trabajadora, siendo los constructores de edificios los primeros en iniciar el movimiento.
Ya en 1803 y 1806, respectivamente, se organizaron los carpinteros de ribera y los carpinteros de construcciones urbanas de Nueva York. En 1832 se hizo en Boston la primera huelga en favor de las diez horas por los calafateadores y carpinteros, y aunque no tuvo resultados en aquella ciudad, ganáronla, en cambio los huelguistas de Nueva York y Filadelfia.
El movimiento obrero adquirió gran incremento en 1840, a raíz de ser promulgada por el presidente de los Estados Unidos, Martín Van Buren, la jornada legal de las diez horas para todos los empleados del gobierno en las construcciones de la armada.
De día en día fue haciéndose más consciente el movimiento obrero, y a la vez más revolucionario, que no en vano luchaban los trabajadores y adquirían de la realidad experiencias dolorosas.
Un mitin en favor de las diez horas tuvo lugar en Pittsburgo, el 18 de junio de 1845, a consecuencia del cual se declararon en huelga más de 4,000 obreros, que resistieron cinco semanas, a pesar de no contar con grandes recursos.
Desde 1845 a 1846, las huelgas se repitieron continuamente en los estados de Nueva Inglaterra, Nueva York y Pensilvania.
El primer Congreso obrero se celebró sn Nueva York el 12 de octubre de 1845, y en él se acordó la organización de una sociedad secreta para apoyar las reivindicaciones del proletariado americano.
A medida que aumentaba la agitación en las filas de la clase trabajadora, germinaba en las esferas del poder la idea de hacer concesiones, y aunque éstas habían de resultar, como resultaron, perfectamente inútiles, no por eso dejaron de hacerse.
El Parlamento inglés estableció la jornada legal de diez horas en 1847, y en los Estados Unidos se celebraron innumerables mítines para felicitar a los obreros británicos por su triunfo. Felicitación vana, porque los grandes acaparadores ingleses no habían de conceder lo que el Estado les imponía.
En el mismo año fue promulgada una ley de sentido idéntico en Nueva Hampshire.
A consecuencia de un Congreso industrial celebrado en Chicago en junio de 1850, se organizaron en muchas ciudades agrupaciones de oficio para obtener la jornada de diez horas por medio de la huelga.
En 1853, en casi toda la República no se trabajaba más que once horas, mientras que antes no se trabajaba menos de catorce.
Aunque lentamente, aquellos soberbios burgueses tuvieron que ir concediendo lo que los obreros pretendían. En algunos estados llegó a promulgarse la legalidad de las diez horas.
Desde entonces, los obreros norteamericanos consagraron todos sus esfuerzos a obtener la reducción de la jornada de trabajo a ocho horas solamente.
El presidente Johnson promulgó la legalidad de las ocho horas para todos los empleados del gobierno, y los obreros contínuaron reclamando a los patrones la adopción del sistema de las ocho horas.
El 20 de agosto de 1866 se celebró en Baltimore un gran Congreso obrero, en el cual se declaró que ya era tiempo de que los trabajadores abandonasen los partidos burgueses, y se acordó, en consecuencia, organizar el partido nacional obrero. El 19 de agosto del siguiente año celebraba su primer Congreso en Chicago el nuevo partido.
En 1868 y en los siguientes años se declararon multitud de huelgas en pro de las ocho horas, perdiéndose la mayor parte de ellas. No por esto el movimiento cesó, sino que, como siempre, estas luchas animaron a los obreros a mayores empresas, inclinándolos cada vez más a las ideas socialistas. La Liga de las ocho horas que se organizó en Boston el año 1869, adoptó decididamente el programa socialista, y en Filadelfia se organiza en el mismo año los Caballeros del Trabajo, asociación que entonces tenía grandes aspiraciones y hoy se compone de complacientes servidores de la burguesía, por haberse entregado a hombres ambiciosos y sin pundonor.
De 1870 a 1871 empezaron a organizarse entre los alemanes residentes en los Estados Unidos las primeras fuerzas de la Asociación Internacional de los Trabajadores. La influencia que esta sociedad ejerció en el movimiento obrero americano fue notabilísima. Las masas populares, aún no bien penetradas de sus verdaderas aspiraciones, empezaron a comprender toda la grandeza de las ideas revolucionarias y pronto adoptaron otros temperamentos y otras tendencias. Puede decirse que los trabajadores americanos, como los europeos, deben sus más firmes ideas sociológicas a aquella gran asociación que, si en apariencia ha muerto, vive hoy más que nunca en todos los pueblos y en todos los que luchan por su emancipación definitiva.
Como consecuencia inmediata de la organización de La Internacional, se declararon en huelga en Nueva York más de cien mil obreros.
El invierno de 1873-74 fue crudísimo y la paralización de los trabajos tan grande, que muchos miles de hombres sufrieron los horrores de una muerte lenta por el hambre y el frío. Los obreros sin trabajo de Nueva York se reunieron en imponente manifestación el 13 de enero de 1872, para que el público apreciara su estado de pobreza; y cuando la plaza pública estaba materialmente cubierta con hombres, mujeres y niños, la policía acometió brutalmente por todas partes a la manifestación, disolviéndola en medio del mayor espanto de aquellos hambrientos indefensos. Este acto bárbaro, esta incalificable conducta de la fuerza pública, deben anotarla en cartera los apologistas de las libertades americanas.
Desde 1873 a 1876 fueron muchas las huelgas que se registraron en los estados de Nueva Inglaterra, Pensilvania, Illinois, Indiana, Misuri, Maryland, Ohio y Nueva York, viniendo a ser así como el preámbulo de los últimos acontecimientos. Las grandes huelgas de los empleados de ferrocarriles en 1877 fueron el comienzo indudable del conflicto entre el capital y el trabajo.
Finalmente, en el año 1880 quedó organizada la Federación de los trabajadores de los Estados Unidos y Canadá, y en octubre de 1884 acordóse, en una reunión celebrada en Chicago, que se declarase el lo. de mayo de 1886 la huelga general por las ocho horas. En la fecha acordada estalló en aquella población la huelga, y desde luego obtuvieron un triunfo completo los constructores de edificios, los tabaqueros y otros oficios.
Hay que tener en cuenta que los canteros de Chicago no trabajaban más que ocho horas desde 1867 y que muchos estados se apresuraron a decretar la jornada legal de las ocho horas, decretos y leyes que fueron por completo letra muerta, pues los burgueses prescinden de ellas, como hacen siempre que a sus intereses conviene.
En conclusión: más de 200,000 obreros de los Estados Unidos habían obtenido a mediados de mayo de 1886 una reducción de horas y otras ventajas. De 110,000 obreros que en Chicago y sus alrededores se declararon en huelga, 47,500 obtuvieron triunfo completo sin gran esfuerzo.
Esta rápida reseña del movimiento obrero en los Estados Unidos demuestra que desde 1832 a 1853 se consiguió una reducción general de tres horas en la jornada de trabajo; que los obreros, después de agotar todos los medios legales pidiendo al Estado lo que no puede dar, se decidieron por las ideas revolucionarias y por la huelga general; como único medio de luchar ventajosamente con el coloso de la explotación. Y demuestra asímismo que, a pesar de las brutalidades de la policía y de los burgueses, sus instigadores, la jornada de ocho horas se impone.
En un país en que las industrias textiles mantienen en Pensilvania a 5,300 niños menores de quince años; 4,300 niñas menores de catorce, y 27,000 mujeres y muchachas de mayor edad en un trabajo penoso; en un país en que hay una ciudad como Filadelfia, donde los niños trabajan en los almacenes, en las tiendas, y en las fábricas catorce y dieciseis horas diarias; en un país en que sólo en las factorías de Nueva Jersey se explota a 15,000 niños de ocho a quince años; en un país donde la relación de los niños menores de quince años ocupados en diferentes trabajos al número de todos los demás obreros es de 3 a 7 y de 2 a 5, casi la mitad; en un país tal, tiene que ser necesariamente muy enérgica la actitud de los trabajadores para suprimir de una vez por todas estas infamias que matan lentamente a los padres y a los hijos, a los adultos y a los muchachos, a las mujeres y a los ancianos. En un país tal, que goza fama de rico y libre, y sin embargo, los obreros sufren tan terrible explotación y viven tan miserables que tienen que arrojar a sus hijos a las rudezas de la faena diaria durante muchas horas; en un país tal, repetimos, es lógico, es necesario que se luche a brazo partido con la burguesía, y se dé el impulso a otros países donde los trabajadores no han comprendido bien toda la extensión y la gran verdad de sus males.
En Norteamérica nació la idea de iniciar la huelga general, y ya hemos visto como la clase trabajadora ha respondido en todas partes a aquella iniciativa. De Chicago partió la primera señal, y apenas ha transcurrido tiempo apreciable cuando la lucha se ha generalizado de un modo imponente.
Los poderosos republicanos federales de América han querido detener el movimiento sacrificando a unos cuantos propagandistas, y el movimiento arrolla hoy todos los obstáculos y se sobrepone a todas las resistencias.
Todo es pequeño ante esta preponderante manifestación de las fuerzas revolucionarias.
Índice de Los mártires

La lucha obrera en Chicago


A pesar del gran movimiento obrero que acabamos de reseñar, las ideas socialistas hallaban cierta resistencia entre la población americana, más extendíanse con inusitada rapidez entre los elementos alemanes y otros que componen una parte muy importante de los centros industriales de los Estados Unidos.
Una de las causas principales de aquella resistencia era la falta de periódicos obreros. El Socialista era el único periódico que desde Nueva York, editado por Victor Drury, extendía entre la población de origen inglés las ideas de emancipación social.
En Chicago especialmente, los socialistas carecían de fuerza. Durante mucho tiempo, Alberto R. Parsons, fue el único orador inglés de las reivindicaciones sociales. Además los socialistas norteamericanos fiaban mucho en los procedimientos electorales, y fue preciso el transcurso de algún tiempo para que la experiencia les demostrase que sólo por los procedimientos revolucionarios se podía obtener algún resultado práctico. En Chicago llegaron, no obstante, a obtener los socialistas significativos triunfos electorales, hasta que mixtificadas las elecciones por el poder, a fin de evitar los éxitos continuos del socialismo, y divididos los socialistas en dos bandos por sostener a distintos candidatos, empezó a ganar prosélitos la idea de la abstención y del apartamiento de la política.
El periódico de Boston Liberty, editado por el anarquista individualista Tucker, el Arbeiter Zeitung de Spies, y la Alarm de Parsons, que se, publicaban en Chicago, popularizaron las ideas anarquistas.
Los anarquistas de Chicago combatieron primeramente el acuerdo de la Federación de los trabajadores de los Estados Unidos y Canadá referente a la huelga del 1º de mayo de 1886, pero combatiéronlo por juzgarlo insuficiente y ser partidarios de ir derechamente a la revolución. Más tarde dejaron de combatirlo y aún lo apoyaron, pues comprendieron que la huelga general por las ocho horas era indudablemente un medio de aunar las fuerzas obreras y agitar la opinión y las masas, preparándolas para otras más resueltas actitudes.
Se formó en Chicago una asociación de las ocho horas y se celebraron multitud de reuniones al aire libre, organizándose y preparándose casi todos los oficios para la anunciada huelga. Los grupos socialistas y anarquistas desplegaron en esta tarea una actividad prodigiosa, tendiendo siempre a establecer la solidaridad más estrecha entre todos los trabajadores.
The Alarm era el órgano de los anarquistas americanos, y desde las columnas de aquel periódico hizo Parsons una enérgica campaña en pro de la huelga general por las ocho horas. El órgano más importante de los anarquistas alemanes, el Arbeiter Zeitung, del que eran los principales redactores Spies, Schwab y Fischer, no se distinguió menos en la propaganda de la huelga general. Ambos periódicos agitaron la opinión de tal manera, que desde luego se preveía que la lucha iba a ser terrible. Los oradores anarquistas que más se distinguieron en los mítines fueron: Parsons, Spies, Fielden y Engel. Estos eran conocidos como tales, no sólo entre los trabajadores, sino también entre los burgueses.
A medida que se aproximaba el día 1º de mayo la agitación iba en aumento. Los capitalistas empezaron a tener miedo, y decidieron organizarse para resistir las pretensiones de los obreros, y la prensa asalariada se mostró cruel e infame en los medios que proponía para acallar el descontento de las clases jornaleras.
La lucha que se avecinaba tuvo por preliminar graves conflictos entre patronos y obreros. El más importante ocurrió durante el mes de febrero en la factoría de Mc. Cormicks, donde fueron despedidos 2,100 obreros por negarse a abandonar sus respectivas organizaciones.
Por fin llegó el lº de mayo. Miles de trabajadores abandonaron sus faenas y proclamaron la jornada de ocho horas. La Unión Central Obrera de Chicago convocó un mitin, al que asistieron 25,000 personas. Dirigieron la palabra a la concurrencia Spies, Parsons, Fielden y Schwab.
La paralización de los trabajos se generalizó. En unos cuantos días los huelguistas habían llegado a más de 50,000. Las reuniones se multiplicaron. La policia andaba ansiosa sin saber qué hacerse. Tuvo el valor de acometer a una manifestación de 600 mujeres pertenecientes al ramo de sastrería.
Los patrones empezaron a hacer concesiones. La causa del trabajo triunfaba en toda la línea.
El 2 de mayo tuvo lugar un mitin de los obreros despedidos de la factoría Mc. Cormicks para protestar de los atropellos de la policía. Los oradores de este mitin fueron Parsons y Schwab.
El día 3 se celebró un importante mitin cerca de Mc. Cormicks. Spies, que era conocido como buen orador, fue invitado a hablar. Cuando trató de hacerlo, muchos concurrentes ajenos a las ideas socialistas protestaron gritando que no querían oir discursos anarquistas. Pero Spies continuó su peroración, y bien pronto dominó al público, siendo oído en medio de un gran silencio. A las cuatro sonó la campana de Mc. Cormicks; y empezaron a salir los obreros que continuaban trabajando en la factoría. Una gran parte de los reunidos hizo un movimiento de avance hacia Mc. Cormicks, sin que Spies interrumpiese su discurso, que duró aún quince minutos. El pueblo empezó a arrojar piedras a la factoría, pidiendo la paralización de los trabajos. Entonces se avisó por teléfono a la policía, que acudió presurosa. Fue acogida su presencia con grandes muestras de desagrado, y acometió por ello a la multitud disparando algunos tiros. Los obreros se defendieron a pedradas y a tiros de revólver. La policía hizo entonces un fuego vivo y continuo sobre la muchedumbre, no respetando a los niños, a las mujeres y a los ancianos. El terror se apoderó de las masas, que huyeron despavoridas, dejando tras de sí seis muertos y gran número de heridos.
Presa de gran indignación corrió Spies a las oficinas del Arbeiter Zeitung, y escribió un manifiesto titulado Circular del desquite, que fue distribuido en todas las reuniones obreras.
Entre las reuniones que aquella misma noche se celebraron figura una del grupo socialista Lehr unh wehr Verejin, en la que estuvieron presentes Engel y Fischer. Se discutieron los sucesos de Mc. Cormicks y lo que en su consecuencia debía hacerse sobre todo si la policía atacaba a los trabajadores de nuevo. Se acordó por de pronto convocar un mitin en Haymarket para la noche siguiente, a fin de protestar contra las brutalidades policiacas.
A la mañana siguiente, 4 de mayo, Fischer informó a Spies del acuerdo tomado y le invitó a que hablase en el mitin, prometiéndolo así Spies. Este vio poco después la convocatoria del mitin, en la que leía: ¡Trabajadores, a las armas, y manifestaos en toda vuestra fuerza!. Entonces Spies dijo que era necesario prescindir de aquellas palabras, y Fischer accedió a su deseo. De la convocatoria, así corregida, se tiraron 20,000 ejemplares, que fueron repartidos entre los obreros.
Parsons se hallaba a la sazón ausente en Cincinnati. Al llegar a Chicago el día 4 por la mañana, ignorando el acuerdo tomado y queriendo ayudar a su esposa en los trabajos de organización de las costureras, convocó al Grupo Americano a una reunión en las oficinas del Arbeiter Zeitung.
Por la tarde fue Spies a Haymarket, y no viendo a ningún orador inglés se dirigió con algunos amigos en busca de Parsons; pero como no lo hallase, volvió a Haymarket ya de noche y dio principio al mitin. Entretanto algunos miembros del Grupo Americano, entre ellos Fielden y Schwab, fueron llegando a la redacción del Arbeiter Zeitung. A eso de las ocho y media, entró Parsons con su compañera, sus dos niñas y la señorita Holmes. Schwab abandonó pronto el local para dirigir un mitin en Deering, donde estuvo hasta las diez y media.
La discusión sobre la organización de las costureras cesó al tenerse noticias de que en Haymarket hacían falta oradores ingleses. adonde se dirigieron Parsons y su familia, Fielden y la mayor parte de los concurrentes.
Al llegar Parsons al mitin, dejó de hablar Spies y tomó aquél la palabra. Su discurso duró una hora apróximadamente. El mitin se celebró en medio del orden más completo, hasta el punto de que el Mayor de Chicago, que asistía al mitin con propósito de disolverlo. si era necesario, lo abandonó al concluir de hablar Parsons, avisando al capitán Bonfield que diera las órdenes oportunas a los puestos de policía para que se retiraran las fuerzas a sus casas.
A Parsons siguió en el uso de la palabra Fielden. El tiempo amenazaba lluvia y soplaba aire frío, por cuya razón, a iniciativa de Parsons, se continuó la reunión en el próximo salón llamado Zept-Hall. No obstante esto, continuó hablando Fielden ante unos cuantos centenares de obreros que quedaron en Haymarket.
La mayor parte de los concurrentes, y entre ellos Parsons, se dirigió a Zept-Hall, donde hallábase Fischer.
Terminaba ya Fielden su discurso, cuando del puesto de policía inmediato se destacaron en formación correcta y con las armas preparadas unos ciento ochenta policías. El capitán del primer cuerpo había ordenado que se disolviese el mitin, y sus subordinados, sín esperar a más, fueron avanzando en actitud amenazadora.
Cuando era inminente el ataque de la polícía, cruzó el espacio un cuerpo luminoso que, cayendo entre la primera y segunda compañía, produjo un estruendo formidable. Cayeron al suelo más de sesenta policías heridos y muerto uno de ellos llamado Degan.
Instantáneamente la policía hizo una descarga cerrada sobre el pueblo, y éste huyó despavorido en todas direcciones. Perseguidos a tiros por la policía, muchos perecieron o quedaron mal heridos en las calles de Chicago.
Los burgueses, en el periodo culminante de excitación, habían perdido la cabeza: impulsados por el frenesí del terror, empujaban a la fuerza pública a la matanza.
Se prendió a los obreros a derecha e izquierda, se profanaron muchos domicilios privados y se arranco de ellos a pacíficos ciudadanos sin causa alguna justificada.
Los oradores de Haymarket, a excepción de Parsons, que se había ausentado, fueron detenidos; los que se habían significado de algún modo en el movimiento obrero fueron perseguidos y encarcelados. El periódico Arbeiter Zeitung fue suprimido y todos sus impresores y editores detenidos. Los mitines obreros fueron prohibidos o disueltos.
Después se hicieron circular los rumores más absurdos y terroríficos de supuestas conspiraciones contra la propiedad y la vida de los ciudadanos. La prensa capitalista no cesó de gritar: ¡Crusificadlos!. Así fue bruscamente interrumpido el movimiento por las ocho horas de trabajo.
La policía se entregó a un misterioso y significativo silencio, a la par que hacía circular la especie de que tenía ya las pruebas más evidentes contra los perpetradores del crimen de Haymarket. Indudablemente se preparaba una comedia sangrienta.
Las acometidas policiacas habían tenido un digno remate.
¿Qué de extraño tiene, qué de particular que un trabajador cualquiera hubiese arrojado la bomba que sembró el espanto en medio de la policía, si ésta había ametrallado y trataba de ametrallar otra vez a pacíficos obreros que ejercían su derecho garantizado por las leyes americanas?
¿Por qué admirarse de una consecuencia natural del derecho a la defensa propia?
Perseguidos a tiros, los trabajadores, contestaron como era natural: la fuerza contra la fuerza.
Cualquier otra cosa hubiera sido cobarde.