lunes, 1 de abril de 2013

La lucha obrera en Chicago


A pesar del gran movimiento obrero que acabamos de reseñar, las ideas socialistas hallaban cierta resistencia entre la población americana, más extendíanse con inusitada rapidez entre los elementos alemanes y otros que componen una parte muy importante de los centros industriales de los Estados Unidos.
Una de las causas principales de aquella resistencia era la falta de periódicos obreros. El Socialista era el único periódico que desde Nueva York, editado por Victor Drury, extendía entre la población de origen inglés las ideas de emancipación social.
En Chicago especialmente, los socialistas carecían de fuerza. Durante mucho tiempo, Alberto R. Parsons, fue el único orador inglés de las reivindicaciones sociales. Además los socialistas norteamericanos fiaban mucho en los procedimientos electorales, y fue preciso el transcurso de algún tiempo para que la experiencia les demostrase que sólo por los procedimientos revolucionarios se podía obtener algún resultado práctico. En Chicago llegaron, no obstante, a obtener los socialistas significativos triunfos electorales, hasta que mixtificadas las elecciones por el poder, a fin de evitar los éxitos continuos del socialismo, y divididos los socialistas en dos bandos por sostener a distintos candidatos, empezó a ganar prosélitos la idea de la abstención y del apartamiento de la política.
El periódico de Boston Liberty, editado por el anarquista individualista Tucker, el Arbeiter Zeitung de Spies, y la Alarm de Parsons, que se, publicaban en Chicago, popularizaron las ideas anarquistas.
Los anarquistas de Chicago combatieron primeramente el acuerdo de la Federación de los trabajadores de los Estados Unidos y Canadá referente a la huelga del 1º de mayo de 1886, pero combatiéronlo por juzgarlo insuficiente y ser partidarios de ir derechamente a la revolución. Más tarde dejaron de combatirlo y aún lo apoyaron, pues comprendieron que la huelga general por las ocho horas era indudablemente un medio de aunar las fuerzas obreras y agitar la opinión y las masas, preparándolas para otras más resueltas actitudes.
Se formó en Chicago una asociación de las ocho horas y se celebraron multitud de reuniones al aire libre, organizándose y preparándose casi todos los oficios para la anunciada huelga. Los grupos socialistas y anarquistas desplegaron en esta tarea una actividad prodigiosa, tendiendo siempre a establecer la solidaridad más estrecha entre todos los trabajadores.
The Alarm era el órgano de los anarquistas americanos, y desde las columnas de aquel periódico hizo Parsons una enérgica campaña en pro de la huelga general por las ocho horas. El órgano más importante de los anarquistas alemanes, el Arbeiter Zeitung, del que eran los principales redactores Spies, Schwab y Fischer, no se distinguió menos en la propaganda de la huelga general. Ambos periódicos agitaron la opinión de tal manera, que desde luego se preveía que la lucha iba a ser terrible. Los oradores anarquistas que más se distinguieron en los mítines fueron: Parsons, Spies, Fielden y Engel. Estos eran conocidos como tales, no sólo entre los trabajadores, sino también entre los burgueses.
A medida que se aproximaba el día 1º de mayo la agitación iba en aumento. Los capitalistas empezaron a tener miedo, y decidieron organizarse para resistir las pretensiones de los obreros, y la prensa asalariada se mostró cruel e infame en los medios que proponía para acallar el descontento de las clases jornaleras.
La lucha que se avecinaba tuvo por preliminar graves conflictos entre patronos y obreros. El más importante ocurrió durante el mes de febrero en la factoría de Mc. Cormicks, donde fueron despedidos 2,100 obreros por negarse a abandonar sus respectivas organizaciones.
Por fin llegó el lº de mayo. Miles de trabajadores abandonaron sus faenas y proclamaron la jornada de ocho horas. La Unión Central Obrera de Chicago convocó un mitin, al que asistieron 25,000 personas. Dirigieron la palabra a la concurrencia Spies, Parsons, Fielden y Schwab.
La paralización de los trabajos se generalizó. En unos cuantos días los huelguistas habían llegado a más de 50,000. Las reuniones se multiplicaron. La policia andaba ansiosa sin saber qué hacerse. Tuvo el valor de acometer a una manifestación de 600 mujeres pertenecientes al ramo de sastrería.
Los patrones empezaron a hacer concesiones. La causa del trabajo triunfaba en toda la línea.
El 2 de mayo tuvo lugar un mitin de los obreros despedidos de la factoría Mc. Cormicks para protestar de los atropellos de la policía. Los oradores de este mitin fueron Parsons y Schwab.
El día 3 se celebró un importante mitin cerca de Mc. Cormicks. Spies, que era conocido como buen orador, fue invitado a hablar. Cuando trató de hacerlo, muchos concurrentes ajenos a las ideas socialistas protestaron gritando que no querían oir discursos anarquistas. Pero Spies continuó su peroración, y bien pronto dominó al público, siendo oído en medio de un gran silencio. A las cuatro sonó la campana de Mc. Cormicks; y empezaron a salir los obreros que continuaban trabajando en la factoría. Una gran parte de los reunidos hizo un movimiento de avance hacia Mc. Cormicks, sin que Spies interrumpiese su discurso, que duró aún quince minutos. El pueblo empezó a arrojar piedras a la factoría, pidiendo la paralización de los trabajos. Entonces se avisó por teléfono a la policía, que acudió presurosa. Fue acogida su presencia con grandes muestras de desagrado, y acometió por ello a la multitud disparando algunos tiros. Los obreros se defendieron a pedradas y a tiros de revólver. La policía hizo entonces un fuego vivo y continuo sobre la muchedumbre, no respetando a los niños, a las mujeres y a los ancianos. El terror se apoderó de las masas, que huyeron despavoridas, dejando tras de sí seis muertos y gran número de heridos.
Presa de gran indignación corrió Spies a las oficinas del Arbeiter Zeitung, y escribió un manifiesto titulado Circular del desquite, que fue distribuido en todas las reuniones obreras.
Entre las reuniones que aquella misma noche se celebraron figura una del grupo socialista Lehr unh wehr Verejin, en la que estuvieron presentes Engel y Fischer. Se discutieron los sucesos de Mc. Cormicks y lo que en su consecuencia debía hacerse sobre todo si la policía atacaba a los trabajadores de nuevo. Se acordó por de pronto convocar un mitin en Haymarket para la noche siguiente, a fin de protestar contra las brutalidades policiacas.
A la mañana siguiente, 4 de mayo, Fischer informó a Spies del acuerdo tomado y le invitó a que hablase en el mitin, prometiéndolo así Spies. Este vio poco después la convocatoria del mitin, en la que leía: ¡Trabajadores, a las armas, y manifestaos en toda vuestra fuerza!. Entonces Spies dijo que era necesario prescindir de aquellas palabras, y Fischer accedió a su deseo. De la convocatoria, así corregida, se tiraron 20,000 ejemplares, que fueron repartidos entre los obreros.
Parsons se hallaba a la sazón ausente en Cincinnati. Al llegar a Chicago el día 4 por la mañana, ignorando el acuerdo tomado y queriendo ayudar a su esposa en los trabajos de organización de las costureras, convocó al Grupo Americano a una reunión en las oficinas del Arbeiter Zeitung.
Por la tarde fue Spies a Haymarket, y no viendo a ningún orador inglés se dirigió con algunos amigos en busca de Parsons; pero como no lo hallase, volvió a Haymarket ya de noche y dio principio al mitin. Entretanto algunos miembros del Grupo Americano, entre ellos Fielden y Schwab, fueron llegando a la redacción del Arbeiter Zeitung. A eso de las ocho y media, entró Parsons con su compañera, sus dos niñas y la señorita Holmes. Schwab abandonó pronto el local para dirigir un mitin en Deering, donde estuvo hasta las diez y media.
La discusión sobre la organización de las costureras cesó al tenerse noticias de que en Haymarket hacían falta oradores ingleses. adonde se dirigieron Parsons y su familia, Fielden y la mayor parte de los concurrentes.
Al llegar Parsons al mitin, dejó de hablar Spies y tomó aquél la palabra. Su discurso duró una hora apróximadamente. El mitin se celebró en medio del orden más completo, hasta el punto de que el Mayor de Chicago, que asistía al mitin con propósito de disolverlo. si era necesario, lo abandonó al concluir de hablar Parsons, avisando al capitán Bonfield que diera las órdenes oportunas a los puestos de policía para que se retiraran las fuerzas a sus casas.
A Parsons siguió en el uso de la palabra Fielden. El tiempo amenazaba lluvia y soplaba aire frío, por cuya razón, a iniciativa de Parsons, se continuó la reunión en el próximo salón llamado Zept-Hall. No obstante esto, continuó hablando Fielden ante unos cuantos centenares de obreros que quedaron en Haymarket.
La mayor parte de los concurrentes, y entre ellos Parsons, se dirigió a Zept-Hall, donde hallábase Fischer.
Terminaba ya Fielden su discurso, cuando del puesto de policía inmediato se destacaron en formación correcta y con las armas preparadas unos ciento ochenta policías. El capitán del primer cuerpo había ordenado que se disolviese el mitin, y sus subordinados, sín esperar a más, fueron avanzando en actitud amenazadora.
Cuando era inminente el ataque de la polícía, cruzó el espacio un cuerpo luminoso que, cayendo entre la primera y segunda compañía, produjo un estruendo formidable. Cayeron al suelo más de sesenta policías heridos y muerto uno de ellos llamado Degan.
Instantáneamente la policía hizo una descarga cerrada sobre el pueblo, y éste huyó despavorido en todas direcciones. Perseguidos a tiros por la policía, muchos perecieron o quedaron mal heridos en las calles de Chicago.
Los burgueses, en el periodo culminante de excitación, habían perdido la cabeza: impulsados por el frenesí del terror, empujaban a la fuerza pública a la matanza.
Se prendió a los obreros a derecha e izquierda, se profanaron muchos domicilios privados y se arranco de ellos a pacíficos ciudadanos sin causa alguna justificada.
Los oradores de Haymarket, a excepción de Parsons, que se había ausentado, fueron detenidos; los que se habían significado de algún modo en el movimiento obrero fueron perseguidos y encarcelados. El periódico Arbeiter Zeitung fue suprimido y todos sus impresores y editores detenidos. Los mitines obreros fueron prohibidos o disueltos.
Después se hicieron circular los rumores más absurdos y terroríficos de supuestas conspiraciones contra la propiedad y la vida de los ciudadanos. La prensa capitalista no cesó de gritar: ¡Crusificadlos!. Así fue bruscamente interrumpido el movimiento por las ocho horas de trabajo.
La policía se entregó a un misterioso y significativo silencio, a la par que hacía circular la especie de que tenía ya las pruebas más evidentes contra los perpetradores del crimen de Haymarket. Indudablemente se preparaba una comedia sangrienta.
Las acometidas policiacas habían tenido un digno remate.
¿Qué de extraño tiene, qué de particular que un trabajador cualquiera hubiese arrojado la bomba que sembró el espanto en medio de la policía, si ésta había ametrallado y trataba de ametrallar otra vez a pacíficos obreros que ejercían su derecho garantizado por las leyes americanas?
¿Por qué admirarse de una consecuencia natural del derecho a la defensa propia?
Perseguidos a tiros, los trabajadores, contestaron como era natural: la fuerza contra la fuerza.
Cualquier otra cosa hubiera sido cobarde.

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