¿Puede el presidente de
los Estados Unidos mandar asesinar a un ciudadano de su país? Esa es la
pregunta que planteaba la eliminación por un drone, en septiembre de
2011, de Anwar Al-Awlaki, un dirigente americano de Al-Qaida en Yemen.
El uso de esos ingenios sin piloto, que conmociona las reglas de la
guerra, no suscita rechazo masivo en la opinión en Occidente, mientras
los atentados suicidas aparecen como el colmo de la barbarie.
“Para mí, el robot es nuestra respuesta al atentado suicida”. Bart Everett /1
El filósofo Walter Benjamin reflexionó sobre los drones, sobre los
aviones radiocomandados que los pensadores militares de mediados de los
años 1930 imaginaban ya. Este ejemplo le servía para ilustrar la
diferencia entre lo que llama la “primera técnica”, que se remonta al
arte de la prehistoria, y la “segunda técnica”, característica de las
industrias modernas. Lo que les distinguía a sus ojos era menos la
inferioridad o el arcaísmo de una en relación con la otra que su “
diferencia de tendencia”: “
La
primera implicando al hombre todo lo posible, la segunda lo menos
posible. El éxito de la primera, si se puede decir, es el sacrificio
humano; el de la segunda se anunciaría en el avión sin piloto dirigido a
distancia por ondas herzianas”
/2.
De un lado, las
técnicas del sacrificio; del otro, las del juego. De un lado, el
compromiso íntegro; del otro la liberación total. De un lado, la
singularidad de un acto vivo; del otro, la reproductibilidad indefinida
de un gesto mecánico: “
Una vez por todas -fue la divisa de la primera
técnica (bien la falta irreparable, bien el sacrificio de la vida
eternamente ejemplar). Una vez no es nada -es la divisa de la segunda
técnica (cuyo objeto es retomar, variándolas incansablemente, sus
experiencias)”
/3. De un lado, el kamikaze, o el autor de
atentado suicida, que se hunde de una vez por todas en una única
explosión; del otro, el drone, que lanza sus misiles de repetición como
si no ocurriera nada.
Mientras que el kamikaze implica la
fusión completa del cuerpo del combatiente con su arma, el drone asegura
su separación radical. Kamikaze: mi cuerpo es un arma. Drone: mi arma
no tiene cuerpo. El primero implica la muerte del agente. El segundo la
excluye de forma absoluta. Los kamikazes son los hombres de la muerte
cierta. Los pilotos de drone son los hombres de la muerte imposible. En
este sentido, representan dos polos opuestos en el espectro de la
exposición a la muerte. Entre los dos, están los combatientes clásicos,
los hombres del riesgo de muerte.
Se habla de
suicide bombing,
de atentado suicida, pero ¿cuál sería el antónimo? No existe expresión
específica para designar a quienes pueden matar por explosión sin jamás
exponer su vida. No solo no les es necesario morir para matar sino que,
sobre todo, les es imposible ser matados cuando matan.
Sacrificio o preservación de si mismo
Contrariamente al esquema evolucionista, que Benjamin no sugiere en
realidad sino para mejor subvertirle, kamikaze y drone, arma del
sacrificio y arma de la autopreservación, no se suceden de forma
linealmente cronológica, expulsando uno al otro como la historia a la
prehistoria. Emergen al contrario de forma conjunta, como dos tácticas
opuestas que históricamente se responden.
A mediados de los
años 1930, un ingeniero de la sociedad de radiocomunicación Radio
Corporation of America (RCA), Vladimir Zworykin, leyó un artículo sobre
el ejército japonés que le inquietó enormemente. Los japoneses, supo por
dicho artículo, habían emprendido la formación de escuadrones de
pilotos para aviones suicidas. Mucho antes de la trágica sorpresa de
Pearl Harbour, Zworykin había comprendido la amplitud de la amenaza: “
La
eficacia de este método, por supuesto, queda por demostrar, pero si un
entrenamiento psicológico así de las tropas fuera posible, ese arma se
revelaría como una de las más peligrosas. Como podemos difícilmente
esperar que tales métodos sean introducidos en nuestro país, debemos
encomendarnos a nuestra superioridad técnica para resolver el problema”
/4.
Entonces se disponía ya en los Estados Unidos de prototipos de “aviones
radiocontrolados” que podían servir de torpedos aéreos. Pero el
problema era que esos ingenios teledirigidos eran ciegos: “
pierden su
eficacia en cuanto se rompe el contacto visual con la base que les
dirige. Los japoneses, resulta evidente que han encontrado la solución a
este problema”. Su solución, era el kamikaze: dado que el piloto
tiene ojos y está dispuesto a morir, puede guiar el ingenio hasta el fin
sobre su objetivo.
Pero Zworykin era también, en la RCA, uno de los pioneros de la televisión. Y ahí, por supuesto, residía la solución: “
Un
medio posible de obtener prácticamente los mismos resultados que el
piloto suicida consiste en equipar al torpedo radiocontrolado de un ojo
eléctrico”
/5. El operador sería entonces capaz de ver el
objetivo hasta el final y de guiar visualmente el arma hasta el punto de
impacto por mando de radio.
No dejar ya, en la carlinga del
avión, más que la retina eléctrica del piloto, quedando su cuerpo
relegado en otra parte, fuera del alcance de las defensas antiaéreas
enemigas. Con este principio de acoplamiento de la televisión y del
avión teledirigido, Zworykin descubría la fórmula que iba a ser bastante
más tarde a la vez la de la
smart bomb (“bomba inteligente”) y del drone armado.
Si el texto de Zworykin es notable, es porque concibe, y eso desde una
de sus formulaciones teóricas, el antecesor del drone como un
antikamikaze. No solo desde el punto de vista lógico, el de su
definición, sino también y sobre todo en el plano táctico: es el arma
que le responde, a la vez como su antídoto y su estrella gemela. Drone y
kamikaze constituyen dos opciones prácticas opuestas para resolver un
mismo problema, el de guiar la bomba hasta su objetivo. Lo que los
japoneses pretendían realizar por la superioridad de su moral de
sacrificio, los americanos lo realizarán por la supremacía de su
tecnología material. Lo que los primeros esperaban alcanzar por el
entrenamiento psicológico, se va a tratar para los segundos de
realizarlo por procedimientos puramente técnicos. La génesis conceptual
del drone toma lugar en una economía etico-técnica de la vida y de la
muerte en la que el poder tecnológico viene a tomar el relevo de una
forma de sacrificio inexigible. Ahí donde de un lado habrá valorosos
combatientes, dispuestos a sacrificarse por la causa, del otro no habrá
ya más que ingenios fantasmas.
Se encuentra hoy ese antagonismo
del kamikaze y del mando a distancia. Atentados suicidas contra
atentados fantasmas. Esta polaridad es en primer lugar económica. Opone a
quienes poseen el capital y la tecnología a quienes no tienen más, para
combatir, que sus cuerpos. A esos dos regímenes materiales y tácticos
corresponden sin embargo también dos regímenes éticos -ética del
sacrificio heroico de un lado, ética de la autopreservación vital del
otro.
Drone y kamikaze se responden como dos motivos opuestos
de la sensibilidad moral. Dos ethos que se enfrentan en el espejo,
siendo cada uno de ellos a la vez la antítesis y la pesadilla del otro.
Lo que está en juego en esta diferencia, al menos tal como aparece en la
superficie, es una cierta concepción de la relación con la muerte, la
suya y la del otro, con el sacrificio o a la preservación de si mismo,
el peligro y la valentía, la vulnerabilidad y la destructividad. Dos
economías políticas y afectivas de la relación con la muerte, la que se
da y a la que uno se expone. Pero también dos concepciones opuestas del
horror, dos
visiones de horror.
Richard Cohen, editorialista en el Washington Post, ha dado su punto de vista: “
En
lo que se refiere a los combatientes talibanes, no solo no aman la
vida, sino que la derrochan gratuitamente en atentados suicidas. Es
difícil imaginar un kamikaze americano”
/6. Insiste: “
Un
kamikaze americano es algo que no existe. No exaltamos a los autores de
atentados suicidas, no hacemos que sus hijos se enorgullezcan de ellos
ante las cámaras de la televisión para que otros niños les envidien de
tener un padre muerto. Para nosotros, es algo molesto. Es algo que nos
pasma. Es francamente repugnante”. Y añade, complaciente: “
Pero quizás nos hemos puesto a amar demasiado la vida” /7.
Lo que es por tanto “molesto”, “pasmoso”, “repugnante”, es estar
dispuesto a morir en su lucha, y glorificarse por ello. El viejo ídolo
del sacrificio guerrero, caído directamente de su pedestal en el bolso
del enemigo, se ha convertido en el peor de los revulsivos, el colmo del
horror moral. Al sacrificio, incomprensible e innoble, que se
interpreta inmediatamente como un desprecio de la vida sin pensar que
implica quizá más bien en primer lugar un desprecio de la muerte, se
opone una ética del amor de la vida -siendo el drone sin duda su
expresión acabada.
Coquetería última, se concede que “nosotros”
amamos la vida de tal forma que la cuidamos sin duda a veces de forma
excesiva. Un exceso de amor que sería seguramente excusable si tanta
autocomplacencia no hiciera sospechar de amor propio. Pues,
contrariamente a lo que el autor proclama, es claramente “nuestras”
vidas, y no “la” vida en general, lo que “nosotros” amamos. Si el caso
del kamikaze americano es inconcebible, casilla vacía en el mapa de lo
pensable, es porque sería un oximorón. La vida, aquí, no podría negarse
ella misma. Y tiene sus motivos: no niega más que la de los demás.
¿Qué es “cobarde”?
Preguntado por un periodista que quería saber si era “
cierto que los palestinos no se preocupan por la vida humana, ni siquiera la de sus allegados”, Eyad El-Sarraj, director del programa de salud mental de Gaza, respondió de la siguiente manera: “
¿Cómo puede usted creer en su propia humanidad si no cree en la humanidad del enemigo?”
/8.
Horror por horror, ¿en qué sería menos horrible matar sin exponerse a
perder la vida que hacerlo compartiendo la suerte de sus víctimas? ¿En
qué un arma que permite matar sin ningún peligro sería menos repugnante
que la opuesta? La universitaria británica Jacqueline Rose, asombrándose
de que “
lanzar bombas de fragmentación desde el aire sea no solo
considerado como menos repugnante, sino también, para los dirigentes
occidentales, como superior moralmente”, se pregunta: “
La razón
por la cual morir con tu víctima debe ser considerado como un mayor
pecado que salvarte tú mismo haciéndolo, es algo que no está claro” /9. Un “
antropólogo
que viniera de Marte, añade Hugh Gusterson, podría señalar que muchos,
en Próximo Oriente, sienten los ataques de drones americanos exactamente
como Richard Cohen los atentados suicidas. Los ataques de drones son
percibidos allí como cobardes, puesto que sus pilotos matan a gente
sobre el terreno desde el espacio seguro de una cabina con aire
acondicionado en Nevada, sin el menor riesgo de ser nunca muertos por
quienes son atacados”
/10.
El antropólogo Talal Asad
sugiere que el horror suscitado por los atentados suicidas en las
sociedades occidentales se basa en el hecho de que el autor del
atentado, con su gesto, prohíbe a priori todo mecanismo de justicia
retributiva: muriendo con su víctima, coagulando en un único acto crimen
y castigo, hace el castigo imposible y desactiva así el resorte
fundamental de una justicia pensada sobre el modo penal. Jamás podrá
“pagar por lo que ha hecho”.
El horror que suscita la idea de una muerte administrada por ingenios sin piloto tiene que ver sin duda con algo similar: “
El operador de drone, añade Gusterson
,
es igualmente una imagen de espejo del atentado suicida en el sentido
de que se aparta él también, aunque en una dirección opuesta, de nuestra
imagen paradigmática del combate”
/11.
Grégoire
Chamayou es investigador en filosofía en el Centro Nacional de
Investigación Científica, Cerphi-ENS Lyon. Este artículo está sacado de
su libro
Théorie du drone, ediciones La Fabrique, 2013.
Notas
1/
Director de robótica en el Centro de sistemas de guerra naval y
espacial de San Diego (Spawar) Citado por Peter W. Singer, Wired for
War: The Robotics Revolution and Conflict in the 21st Century, Penguin
Books, New York, 2009.
2/ Walter Benjamin, L’Œuvre d’art à l’époque de sa reproductibilité technique, Gallimard, Paris, 1991 (1re éd. : 1955).
3/ Ibid.
4/
Vladimir K. Zworykin, “Flying Torpedo with an Electric Eye”, 1934, en
Arthur F. Van Dyck, Robert S. Burnap, Edward T. Dickey et George M.K.
Baker (bajo la dirección de), Television, vol. IV, RCA, Princeton, 1947.
5/ Ibid.
6/ Richard Cohen, “Obama needs more than personality to win in Afghanistan”, The Washington Post, 6 octubre 2009.
7/ Richard Cohen, “Is the Afghanistan surge worth the lives that will be lost ?”, The Washington Post, 8 diciembre de 2009.
8/ “Suicide
bombers : Dignity, despair, and the need for hope. Interview with Eyad
El Sarraj”, Journal of Palestine Studies, Washington, vol. 31, no 4,
verano 2002 ; citado por Jacqueline Rose, “Deadly embrace”, London
Review of Books, vol. 26, no 21, 4 noviembre 2004.
9/ Jacqueline Rose, ibid.
10/ Hugh Gusterson, « An American suicide bomber ? », Bulletin of the Atomic Scientists, 20 janvier 2010.
11/ Ibid.
Fuente original:
http://www.monde-diplomatique.fr/2013/04/CHAMAYOU/49004
Traducción: Faustino Eguberri