sábado, 16 de noviembre de 2013

Drones y kamikazes, juego de espejos


Le Monde Diplomatique


¿Puede el presidente de los Estados Unidos mandar asesinar a un ciudadano de su país? Esa es la pregunta que planteaba la eliminación por un drone, en septiembre de 2011, de Anwar Al-Awlaki, un dirigente americano de Al-Qaida en Yemen. El uso de esos ingenios sin piloto, que conmociona las reglas de la guerra, no suscita rechazo masivo en la opinión en Occidente, mientras los atentados suicidas aparecen como el colmo de la barbarie.


“Para mí, el robot es nuestra respuesta al atentado suicida”. Bart Everett /1


El filósofo Walter Benjamin reflexionó sobre los drones, sobre los aviones radiocomandados que los pensadores militares de mediados de los años 1930 imaginaban ya. Este ejemplo le servía para ilustrar la diferencia entre lo que llama la “primera técnica”, que se remonta al arte de la prehistoria, y la “segunda técnica”, característica de las industrias modernas. Lo que les distinguía a sus ojos era menos la inferioridad o el arcaísmo de una en relación con la otra que su “diferencia de tendencia”: “La primera implicando al hombre todo lo posible, la segunda lo menos posible. El éxito de la primera, si se puede decir, es el sacrificio humano; el de la segunda se anunciaría en el avión sin piloto dirigido a distancia por ondas herzianas/2.

De un lado, las técnicas del sacrificio; del otro, las del juego. De un lado, el compromiso íntegro; del otro la liberación total. De un lado, la singularidad de un acto vivo; del otro, la reproductibilidad indefinida de un gesto mecánico: “Una vez por todas -fue la divisa de la primera técnica (bien la falta irreparable, bien el sacrificio de la vida eternamente ejemplar). Una vez no es nada -es la divisa de la segunda técnica (cuyo objeto es retomar, variándolas incansablemente, sus experiencias)/3. De un lado, el kamikaze, o el autor de atentado suicida, que se hunde de una vez por todas en una única explosión; del otro, el drone, que lanza sus misiles de repetición como si no ocurriera nada.

Mientras que el kamikaze implica la fusión completa del cuerpo del combatiente con su arma, el drone asegura su separación radical. Kamikaze: mi cuerpo es un arma. Drone: mi arma no tiene cuerpo. El primero implica la muerte del agente. El segundo la excluye de forma absoluta. Los kamikazes son los hombres de la muerte cierta. Los pilotos de drone son los hombres de la muerte imposible. En este sentido, representan dos polos opuestos en el espectro de la exposición a la muerte. Entre los dos, están los combatientes clásicos, los hombres del riesgo de muerte.

Se habla de suicide bombing, de atentado suicida, pero ¿cuál sería el antónimo? No existe expresión específica para designar a quienes pueden matar por explosión sin jamás exponer su vida. No solo no les es necesario morir para matar sino que, sobre todo, les es imposible ser matados cuando matan.


Sacrificio o preservación de si mismo


Contrariamente al esquema evolucionista, que Benjamin no sugiere en realidad sino para mejor subvertirle, kamikaze y drone, arma del sacrificio y arma de la autopreservación, no se suceden de forma linealmente cronológica, expulsando uno al otro como la historia a la prehistoria. Emergen al contrario de forma conjunta, como dos tácticas opuestas que históricamente se responden.

A mediados de los años 1930, un ingeniero de la sociedad de radiocomunicación Radio Corporation of America (RCA), Vladimir Zworykin, leyó un artículo sobre el ejército japonés que le inquietó enormemente. Los japoneses, supo por dicho artículo, habían emprendido la formación de escuadrones de pilotos para aviones suicidas. Mucho antes de la trágica sorpresa de Pearl Harbour, Zworykin había comprendido la amplitud de la amenaza: “La eficacia de este método, por supuesto, queda por demostrar, pero si un entrenamiento psicológico así de las tropas fuera posible, ese arma se revelaría como una de las más peligrosas. Como podemos difícilmente esperar que tales métodos sean introducidos en nuestro país, debemos encomendarnos a nuestra superioridad técnica para resolver el problema/4.

Entonces se disponía ya en los Estados Unidos de prototipos de “aviones radiocontrolados” que podían servir de torpedos aéreos. Pero el problema era que esos ingenios teledirigidos eran ciegos: “pierden su eficacia en cuanto se rompe el contacto visual con la base que les dirige. Los japoneses, resulta evidente que han encontrado la solución a este problema”. Su solución, era el kamikaze: dado que el piloto tiene ojos y está dispuesto a morir, puede guiar el ingenio hasta el fin sobre su objetivo.

Pero Zworykin era también, en la RCA, uno de los pioneros de la televisión. Y ahí, por supuesto, residía la solución: “Un medio posible de obtener prácticamente los mismos resultados que el piloto suicida consiste en equipar al torpedo radiocontrolado de un ojo eléctrico /5. El operador sería entonces capaz de ver el objetivo hasta el final y de guiar visualmente el arma hasta el punto de impacto por mando de radio.

No dejar ya, en la carlinga del avión, más que la retina eléctrica del piloto, quedando su cuerpo relegado en otra parte, fuera del alcance de las defensas antiaéreas enemigas. Con este principio de acoplamiento de la televisión y del avión teledirigido, Zworykin descubría la fórmula que iba a ser bastante más tarde a la vez la de la smart bomb (“bomba inteligente”) y del drone armado.

Si el texto de Zworykin es notable, es porque concibe, y eso desde una de sus formulaciones teóricas, el antecesor del drone como un antikamikaze. No solo desde el punto de vista lógico, el de su definición, sino también y sobre todo en el plano táctico: es el arma que le responde, a la vez como su antídoto y su estrella gemela. Drone y kamikaze constituyen dos opciones prácticas opuestas para resolver un mismo problema, el de guiar la bomba hasta su objetivo. Lo que los japoneses pretendían realizar por la superioridad de su moral de sacrificio, los americanos lo realizarán por la supremacía de su tecnología material. Lo que los primeros esperaban alcanzar por el entrenamiento psicológico, se va a tratar para los segundos de realizarlo por procedimientos puramente técnicos. La génesis conceptual del drone toma lugar en una economía etico-técnica de la vida y de la muerte en la que el poder tecnológico viene a tomar el relevo de una forma de sacrificio inexigible. Ahí donde de un lado habrá valorosos combatientes, dispuestos a sacrificarse por la causa, del otro no habrá ya más que ingenios fantasmas.

Se encuentra hoy ese antagonismo del kamikaze y del mando a distancia. Atentados suicidas contra atentados fantasmas. Esta polaridad es en primer lugar económica. Opone a quienes poseen el capital y la tecnología a quienes no tienen más, para combatir, que sus cuerpos. A esos dos regímenes materiales y tácticos corresponden sin embargo también dos regímenes éticos -ética del sacrificio heroico de un lado, ética de la autopreservación vital del otro.

Drone y kamikaze se responden como dos motivos opuestos de la sensibilidad moral. Dos ethos que se enfrentan en el espejo, siendo cada uno de ellos a la vez la antítesis y la pesadilla del otro. Lo que está en juego en esta diferencia, al menos tal como aparece en la superficie, es una cierta concepción de la relación con la muerte, la suya y la del otro, con el sacrificio o a la preservación de si mismo, el peligro y la valentía, la vulnerabilidad y la destructividad. Dos economías políticas y afectivas de la relación con la muerte, la que se da y a la que uno se expone. Pero también dos concepciones opuestas del horror, dos visiones de horror.

Richard Cohen, editorialista en el Washington Post, ha dado su punto de vista: “En lo que se refiere a los combatientes talibanes, no solo no aman la vida, sino que la derrochan gratuitamente en atentados suicidas. Es difícil imaginar un kamikaze americano /6. Insiste: “Un kamikaze americano es algo que no existe. No exaltamos a los autores de atentados suicidas, no hacemos que sus hijos se enorgullezcan de ellos ante las cámaras de la televisión para que otros niños les envidien de tener un padre muerto. Para nosotros, es algo molesto. Es algo que nos pasma. Es francamente repugnante”. Y añade, complaciente: “Pero quizás nos hemos puesto a amar demasiado la vida” /7.

Lo que es por tanto “molesto”, “pasmoso”, “repugnante”, es estar dispuesto a morir en su lucha, y glorificarse por ello. El viejo ídolo del sacrificio guerrero, caído directamente de su pedestal en el bolso del enemigo, se ha convertido en el peor de los revulsivos, el colmo del horror moral. Al sacrificio, incomprensible e innoble, que se interpreta inmediatamente como un desprecio de la vida sin pensar que implica quizá más bien en primer lugar un desprecio de la muerte, se opone una ética del amor de la vida -siendo el drone sin duda su expresión acabada.

Coquetería última, se concede que “nosotros” amamos la vida de tal forma que la cuidamos sin duda a veces de forma excesiva. Un exceso de amor que sería seguramente excusable si tanta autocomplacencia no hiciera sospechar de amor propio. Pues, contrariamente a lo que el autor proclama, es claramente “nuestras” vidas, y no “la” vida en general, lo que “nosotros” amamos. Si el caso del kamikaze americano es inconcebible, casilla vacía en el mapa de lo pensable, es porque sería un oximorón. La vida, aquí, no podría negarse ella misma. Y tiene sus motivos: no niega más que la de los demás.


¿Qué es “cobarde”?


Preguntado por un periodista que quería saber si era “cierto que los palestinos no se preocupan por la vida humana, ni siquiera la de sus allegados”, Eyad El-Sarraj, director del programa de salud mental de Gaza, respondió de la siguiente manera: “¿Cómo puede usted creer en su propia humanidad si no cree en la humanidad del enemigo?/8.

Horror por horror, ¿en qué sería menos horrible matar sin exponerse a perder la vida que hacerlo compartiendo la suerte de sus víctimas? ¿En qué un arma que permite matar sin ningún peligro sería menos repugnante que la opuesta? La universitaria británica Jacqueline Rose, asombrándose de que “lanzar bombas de fragmentación desde el aire sea no solo considerado como menos repugnante, sino también, para los dirigentes occidentales, como superior moralmente”, se pregunta: “La razón por la cual morir con tu víctima debe ser considerado como un mayor pecado que salvarte tú mismo haciéndolo, es algo que no está claro” /9. Un “antropólogo que viniera de Marte, añade Hugh Gusterson, podría señalar que muchos, en Próximo Oriente, sienten los ataques de drones americanos exactamente como Richard Cohen los atentados suicidas. Los ataques de drones son percibidos allí como cobardes, puesto que sus pilotos matan a gente sobre el terreno desde el espacio seguro de una cabina con aire acondicionado en Nevada, sin el menor riesgo de ser nunca muertos por quienes son atacados/10.

El antropólogo Talal Asad sugiere que el horror suscitado por los atentados suicidas en las sociedades occidentales se basa en el hecho de que el autor del atentado, con su gesto, prohíbe a priori todo mecanismo de justicia retributiva: muriendo con su víctima, coagulando en un único acto crimen y castigo, hace el castigo imposible y desactiva así el resorte fundamental de una justicia pensada sobre el modo penal. Jamás podrá “pagar por lo que ha hecho”.

El horror que suscita la idea de una muerte administrada por ingenios sin piloto tiene que ver sin duda con algo similar: “El operador de drone, añade Gusterson, es igualmente una imagen de espejo del atentado suicida en el sentido de que se aparta él también, aunque en una dirección opuesta, de nuestra imagen paradigmática del combate/11.

Grégoire Chamayou es investigador en filosofía en el Centro Nacional de Investigación Científica, Cerphi-ENS Lyon. Este artículo está sacado de su libro Théorie du drone, ediciones La Fabrique, 2013.


Notas


1/ Director de robótica en el Centro de sistemas de guerra naval y espacial de San Diego (Spawar) Citado por Peter W. Singer, Wired for War: The Robotics Revolution and Conflict in the 21st Century, Penguin Books, New York, 2009.

2/ Walter Benjamin, L’Œuvre d’art à l’époque de sa reproductibilité technique, Gallimard, Paris, 1991 (1re éd. : 1955).

3/ Ibid.

4/ Vladimir K. Zworykin, “Flying Torpedo with an Electric Eye”, 1934, en Arthur F. Van Dyck, Robert S. Burnap, Edward T. Dickey et George M.K. Baker (bajo la dirección de), Television, vol. IV, RCA, Princeton, 1947.

5/ Ibid.

6/ Richard Cohen, “Obama needs more than personality to win in Afghanistan”, The Washington Post, 6 octubre 2009.

7/ Richard Cohen, “Is the Afghanistan surge worth the lives that will be lost ?”, The Washington Post, 8 diciembre de 2009.

8/ “Suicide bombers : Dignity, despair, and the need for hope. Interview with Eyad El Sarraj”, Journal of Palestine Studies, Washington, vol. 31, no 4, verano 2002 ; citado por Jacqueline Rose, “Deadly embrace”, London Review of Books, vol. 26, no 21, 4 noviembre 2004.

9/ Jacqueline Rose, ibid.

10/ Hugh Gusterson, « An American suicide bomber ? », Bulletin of the Atomic Scientists, 20 janvier 2010.

11/ Ibid.


Fuente original: http://www.monde-diplomatique.fr/2013/04/CHAMAYOU/49004

Traducción: Faustino Eguberri

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