Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens. |
Brasil tiene una larga
historia de reformas de arriba hacia abajo que han encarado
inadecuadamente la profunda desigualdad que divide el país. Las
manifestaciones masivas, provocadas por aumentos de los pasajes del
transporte público y los costes de la Copa del Mundo, están llamando
finalmente la atención acerca de problemas que no se pueden resolver
mediante cambios menores, lo que indica que las cosas podrían ser
diferentes esta vez. A fin de encarar la desigualdad sistémica entre
la imagen idílica del Brasil de la samba y del fútbol, tiene que haber
una ruptura social y política. Los miles de millones de dólares que se
están gastando en la próxima Copa del Mundo 2014 han indignado
justamente a millones de brasileños que viven sin infraestructura social
y carecen de bienes públicos básicos.
Personas de todas
las inclinaciones políticas han salido a las calles en las principales
ciudades de todo el país. La violencia policial contra los manifestantes
en Sao Paulo al comienzo de la protesta desencadenó varias
manifestaciones de masas en toda la nación con una amplia gama de
demandas dirigidas a todas las formas de desigualdad social. La reacción
estatal ante el movimiento ha sacado a la luz 500 años de cólera y
frustración reprimida por la profunda desigualdad.
Desde
hace tiempo Brasil es uno de los lugares con más desiguales del planeta y
le atormenta una historia de esclavitud y opresión. Hace cinco siglos
los colonizadores portugueses mataron y esclavizaron a millones de
habitantes indígenas para enriquecerse con minerales y caña de azúcar.
Poco después Brasil se convirtió en el mayor país africano fuera de
África al recibir a casi el 40% de todos los esclavos llevados al
continente americano [1]. Este sistema económico basado en la esclavitud
de negros, indígenas y pobres duró casi cuatro siglos. El legado de la
esclavitud está presente en nuestra vida diaria; por ejemplo,
prácticamente todas las viviendas de clase media y alta se construyen
con habitaciones adosadas para los sirvientes domésticos, muy parecidas a
las
senzalas unidas a las mansiones de los amos. [2]
La primera reforma en Brasil tuvo lugar en 1822 con la independencia.
No fue un gran cambio en la práctica y ciertamente no fue una ruptura.
La clase dominante brasileña declaró la independencia de Portugal
manteniendo a la familia real portuguesa en el poder [3]. El hijo del
rey de Portugal fue inmediatamente declarado emperador del nuevo imperio
“independiente” de Brasil y cuando huyó del país su hijo real asumió el
poder.
La segunda reforma tuvo lugar en 1888 cuando los
terratenientes acabaron oficialmente con el sistema de esclavitud. De
nuevo, un cambio sin ruptura. Brasil fue el último país del mundo en
poner fin a la esclavitud, un fenómeno de arriba hacia abajo para ceder a
la presión inglesa para expandir su imperio comercial. No supuso ningún
problema para los ricos: ya estaban explotando la mano de obra barata
inmigrante en condiciones duras similares a la servidumbre. [3] [4]
La tercera reforma ocurrió un año después, en 1889, cuando la clase
gobernante declaró la transformación del Imperio en una moderna
república capitalista. Ningún movimiento popular, ninguna participación
popular; simplemente un acuerdo de negocios entre ricos [3] [4].
La cuarta reforma ocurrió en 1929 cuando Getulio Vargas puso fin al
acuerdo político entre las elites de los Estados de Sao Paulo y Minas
Gerais. Vargas provenía del sur del país y utilizó su liderazgo político
y su comando militar para orquestar un golpe de Estado contra los
terratenientes que habían estado controlando el gobierno federal desde
1889, aunque el propio Vargas era un terrateniente. De nuevo, un cambio
sin ruptura. Bajo Vargas, desde 1930 hasta 1945, la economía se
industrializó y, en cierto grado, se nacionalizó. Vargas introdujo la
legislación laboral todavía hoy en vigor en Brasil, mientras que al
mismo tiempo reprimía a los comunistas y a otros desafíos desde abajo.
Los presidentes que vinieron después también mantuvieron el mismo orden.
La consigna era ‘Orden y progreso’. Industrializar y garantizar que los
poderosos siguieran siendo poderosos [3] [4].
Esto comenzó
a cambiar lentamente a fines de los años sesenta cuando Joao Goulart
llegó al poder y aumentó modestamente los derechos de los trabajadores.
Las inclinaciones izquierdistas de Goulart y sus aproximaciones a Castro
y Mao fueron lo último para la clase dominante. En 1964 lo depuso un
golpe militar que impuso una dictadura durante los 21 años siguientes.
El ejército reprimió las demandas populares mediante la fuerza y las
cárceles asegurando así la continuación de los beneficios para los
ricos.
Las décadas de dictadura militar destruyeron
cualquier esperanza de reforma agraria y de un sistema decente de
educación pública para las masas. Brasil se volvió incluso más desigual
en las ciudades y en las áreas rurales. Una sola familia podía poseer
más tierras en Brasil que toda el superficie de un país europeo
occidental. Hay que imaginar lo que significa que una sola persona posea
tanta tierra como Bélgica mientras tiene el control de medios
periodísticos, canales de televisión, y votantes [5] [6]. Esos
propietarios capitalistas eran los así llamados
coronéis.
Uno de esos
coronéis,
José Sarney, se convirtió en el primer presidente civil en 1985 cuando
acabó el control militar directo. Ningún voto popular, solo un trato
político entre ricos para retirar al ejército e instalar en el poder a
ricos y poderosos. Como en el caso de cualquier otro importante episodio
en la historia brasileña, el pueblo volvió a estar bajo un sistema
dirigido desde arriba. Sarney todavía preside el Senado.
Fue también durante el período de dictadura militar cuando se formó la
primera ola de movimientos sociales auténticamente de abajo hacia
arriba. Comenzando con las huelgas generales en el Estado de Sao Paulo,
Lula y el Partido de los Trabajadores (PT) dirigieron manifestaciones de
masas contra la opresión y la desigualdad. Los eventos desde 1978 a
1989 constituyeron un cambio importante en la lucha por la democracia
social [7] [8]. Es interesante que estos movimientos hayan surgido al
mismo tiempo que las agendas neoliberales de Reagan, Thatcher, y
Mitterand se imponían en países desarrollados. El Partido de los
Trabajadores estableció la agenda diametralmente opuesta con sus huelgas
generales: era hora de que llegara la social democracia a Brasil. Otra
reforma sin ruptura.
La mayor victoria del Partido de los
Trabajadores tuvo lugar en 1988 con la institución de una nueva
Constitución. Fue probablemente la primera victoria importante
verdaderamente organizada de abajo hacia arriba [7] [8]. La Constitución
institucionalizó el régimen de la propiedad privada, de los mercados y
del capitalismo. También garantizó los derechos de los trabajadores y
muchas otras reformas progresistas mientras la agenda neoliberal
revertía esas victorias en otras partes del mundo.
Esa
victoria parcial fue tan significativa que cada gobierno que lo sucedió
en el poder trató sistemáticamente de anularla. Debido a la explícita
manipulación de los medios, Lula, el dirigente sindical que dirigía el
Partido de los Trabajadores, perdió la elección presidencial de 1989.
Fue el fin del sueño socialdemócrata en Brasil. Una vez más, la clase
dominante logró mantener su gobierno en el poder. De 1990 a 2002, los
brasileños se enfrentaron a las subsiguientes oleadas de reformas
neoliberales que apuntaban a destruir todos los logros populares de 1978
a 1989 [7] [8]. Desde los años noventa, la era neoliberal llevó a la
privatización, a altas tasas de desempleo, a los masivos despidos, a
unas tasas de interés tan altas que representaban un récord mundial, a
los rescates para los bancos, a la liberalización comercial y
financiera, y a la [9]. Una vez más, el sistema de desigualdad preservó
su control de cinco siglos sobre Brasil.
Los ricos y
poderosos han mantenido su dominación durante cinco siglos de la
historia de Brasil y han encarado los desafíos con una mezcla de
represión y reforma. La mitad de la población brasileña tiene un acceso
insuficiente al agua potable, al alcantarillado y a una educación
decente. Incluso ahora, en el siglo XXI, la mayoría son analfabetos
funcionales. Algunos brasileños se cuentan entre los más ricos del mundo
y viven como si estuvieran en Suiza; pero también contamos con los más
pobres del mundo, la mayoría que sigue viviendo una vida que no es
sustancialmente diferente de la de los tiempos de la esclavitud
declarada [10].
Los cinco siglos de historia de Brasil son
indudablemente una historia de opresión, de los muy ricos contra las
masas de los pobres. Se nos dijo sistemáticamente que el gobierno
carecía de dinero para invertir en educación y salud. Paradójicamente,
de las mismas bocas que expresaban estas palabras provenía el mensaje de
que invertirían miles de millones para preparar al país para… el
fútbol. El retrato de un brasileño que ama el deporte por encima de todo
choca con el coro de “al diablo con la Copa del Mundo” que ahora se
escucha en las calles [11].
Ahora las calles están en
llamas en todo el país. La demanda original era la reducción de los
precios de buses y metros; pero ante esta historia de desigualdad y
explotación, los altos precios de buses y la violencia policial
provocaron algo mucho más profundo. Todos sabemos que hay algo
fundamentalmente erróneo en nuestro país. Por lo tanto, lo que ves en tu
pantalla es el problema que los ricos han creado para sí mismos. Es el
resultado de 500 años de demandas populares insatisfechas.
Sao Paulo es ahora el escenario de disturbios diarios provocados por el
problema del transporte ineficaz y costoso. El sistema de transporte
público de la ciudad estuvo en manos del Estado desde 1946 y funcionaba
eficientemente con conductores y personal bien remunerados. A principios
de los noventa Luiza Erundina, la primera alcaldesa izquierdista de la
ciudad y miembro del Partido de los Trabajadores, propugnó un sistema
gratuito. Su plan era financiar un sistema de transporte público
gratuito para todos mediante impuestos a las empresas y a las familias
acaudaladas. Su plan causó una rebelión de los ricos. La burguesía
cabildeó, hizo campañas y socavó el plan de Erundina de redistribuir los
costes del transporte. Perdió la batalla. Peor todavía, Paulo Maluf, su
corrupto sucesor privatizó de una vez las líneas de autobús y metro en
1995.
Siguiendo el familiar guión neoliberal, Maluf
transfirió la propiedad del sistema de transporte público en la mayor
ciudad de Brasil a mafias privadas que formaron un cártel para controlar
los precios de los pasajes [12]. Las tres empresas que controlan el
sistema de transporte en Sao Paulo poseen la mayor cantidad de autobuses
públicos de todo el mundo. El negocio de transporte público en Sao
Paulo es simultáneamente una de las más ineficientes y rentables
empresas en Brasil [13]. Aparentemente regulado por el gobierno de la
ciudad, los libros de las compañías de autobuses son cajas negras que
pocos se han atrevido a abrir. Marta Suplicy, la última alcaldesa que
discutió abiertamente el tema, tuvo que comenzar a usar un chaleco a
prueba de balas en público.
Es normal que los residentes de
Sao Paulo pasen horas yendo a y volviendo de su trabajo. Una persona
pobre que vive en los cada vez mayores suburbios de Sao Paulo pierde un
promedio de tres horas de viaje al trabajo en autobuses, metros y trenes
urbanos ruidosos, abarrotados y caros. Los costes de transporte en Sao
Paulo son los más elevados del mundo en relación con los salarios. Los
residentes de Sao Paulo deben trabajar diez veces la cantidad de horas
que residentes de Buenos Aires para pagar por el transporte y dos veces
más que un trabajador en París [14]. Con la privatización del sistema,
los conductores perdieron sus prestaciones sociales, se redujo sus
ingresos y sufrieron un severo debilitamiento de sus sindicatos.
El Movimento Passe Livre, o simplemente MPL, surgió como reacción a
esta continua crisis. Hace unos ocho años el MPL comenzó a organizar
talleres, discusiones colectivas y manifestaciones en todo el país. Sus
militantes son en su mayoría estudiantes universitarios y otros jóvenes
involucrados en diversos movimientos sociales. El MPL, que trabaja fuera
del sistema de partidos de Brasil, libre de presiones electorales, creó
una organización horizontal con el objetivo de luchar por una política
sin coste de pasajes en los centros urbanos como parte de una visión más
amplia de la justicia social. El MPL fue la chispa tras esas históricas
manifestaciones.
Lo que comenzó con una campaña selectiva
por el transporte público gratuito en una ciudad con problemas crónicos
de transporte pronto se amplió a una protesta mucho más amplia y difusa
por la justicia social. El MPL y la violenta reacción policial han
llevado a las masas a pronunciarse sobre la desigualdad. Ahora se
producen manifestaciones masivas en los estadios donde tiene lugar la
Copa de Confederaciones, en carreteras y calles en las principales
ciudades de Brasil, e incluso alrededor del Congreso Nacional y del
Ministerio de Asuntos Exteriores en Brasilia. Las protestas también se
producen en centros comerciales, vecindarios de clase media y favelas.
Es difícil caracterizar el movimiento y la situación cambia
rápidamente. No se trata de una toma del poder por comunistas. El
movimiento no es radical y no está suficientemente politizado. Hasta
ahora ha sido un grito contra la inmensa desigualdad y opresión que han
sufrido los brasileños. También existe la creciente amenaza de que
grupos reaccionarios puedan usurpar este momento político. Después de la
reacción contra la represión policial durante las primeras marchas, las
fuerzas conservadoras pasaron rápidamente de la represión a la
apropiación. A continuación, prácticamente todos los medios y los
partidos derechistas han estado a favor de los manifestantes y han
tratado de utilizarlos en beneficio propio contra el Partido de los
Trabajadores y el gobierno federal, sustituyendo una nebulosa plataforma
contra la corrupción en lugar de otras reivindicaciones. Resulta
reveladora una rápida ojeada a los periódicos
Folha de São Paulo,
Estado de São Paulo, y la red radial
Rede Globo.
Los conservadores están poniendo patas arriba la protesta.
Manifestantes de tendencias izquierdistas luchan por reformas más
radicales mientras los derechistas utilizan campañas reaccionarias
contra la corrupción gubernamental para debilitar al Partido de los
Trabajadores de centroizquierda. Con una débil vanguardia izquierdista y
sin un impulso político claro, los manifestantes tienen el potencial de
preparar el terreno para una reacción política reaccionaria más amplia.
A pesar de estas manipulaciones, las demandas de las
calles exigen una ruptura de las antiguas instituciones, no la reforma.
Es un clamor raro en los 500 años de profunda desigualdad en Brasil.
Parecería que los brasileños finalmente se cansan de cambios menores que
no han llevado a una ruptura sistémica.
Los gobiernos del
Partido de los Trabajadores han producido cambios desde que Lula asumió
la presidencia en 2003, pero fueron parciales y acordados. Lula cambió
la distribución de ingresos para ayudar a los pobres: más programas
sociales, un mayor salario mínimo y mayores tasas de empleo. Lo
posibilitó un escenario internacional favorable que le permitió ayudar a
los pobres sin enfrentarse a los intereses de los ricos. Los inmensos
superávits comerciales de Brasil generaron los fondos para financiar
programas sociales sin comprometer los beneficios de la burguesía. Sin
embargo, la crisis financiera mundial que comenzó en 2008 perjudicó las
condiciones para este escenario. Dilma Rousseff se enfrenta ahora a un
desafío diferente. Para ayudar a los pobres tendrá que enfrentarse a los
ricos. Con los recientes recortes en los gastos del gobierno y bajas
tasas de crecimiento del PIB, la disputa entre ricos y pobres se
convierte en un juego de suma-cero. Los pobres quieren más programas
sociales, más inversión del gobierno y más redistribución de los
ingresos. Sin embargo, el gobierno de Dilma no produjo los resultados
esperados.
Los recientes eventos han cristalizado la
separación del Partido de los Trabajadores de los movimientos de masas
de los que surgió. No ha emergido ninguna vanguardia política para
representar los problemas de la gente. La puerta sigue abierta para que
la derecha se aproveche de la agitación popular.
La
situación es muy fluida y el resultado sigue siendo poco claro. Los
dirigentes políticos tradicionales están estupefactos y han demostrado
que no saben cómo reaccionar. El Partido de los Trabajadores está
restringido por el peso de los compromisos políticos alcanzados con la
burguesía durante la última década. Fernando Haddad, elegido
recientemente alcalde de Sao Paulo, y Geraldo Alkmin, gobernador de Sao
Paulo, se opusieron a abrogar el aumento de tarifas exigido por el MPL
hasta que más de 100.000 personas llenaron a rebosar las calles. Por
desgracia, la decisión de anular los aumentos de los pasajes tendrá
lugar al precio de transferir aún más dineros públicos mediante
subsidios a los cárteles del transporte privado. En todo caso, la
población acabará pagando el aumento de los pasajes a través de los
impuestos.
Los muy ricos también están inquietos. Esperan
ganar miles de millones en beneficios de la Copa del Mundo en 2014 y de
los Juegos Olímpicos en 2016. Corporaciones capitalistas transnacionales
como la FIFA son conscientes de que el aumento de las manifestaciones
podría afectar a sus ganancias. Irónicamente, podría resultar que el
fútbol no resulte ser tan rentable en el país conocido por ser su más
ferviente aficionado. Los proyectos faraónicos de estadios suponen un
agudo contraste con la falta de hospitales, de transporte público
decente y de escuelas para las masas, las mismas masas que no tendrán el
dinero necesario para adquirir entradas extremadamente costosas. La
política de pan y circo puede haber terminado por producir todo lo
contrario, descontento. ¿Quién hubiera pensado algo semejante en Brasil?
Tomas Rotta es estudiante de doctorado en el programa de economía de
la Universidad de Massachusetts Amherst. Creció en Sao Paulo, Brasil.
Notas:
[1] Ribeiro, Darcy. The Brazilian People: The Formation and Meaning of Brazil. University Press of Florida, 2000.
[2] Freyre, Gilberto. Casagrande e Senzala. Editora Global, 2005.
[3] Prado Jr, Caio. História Econômica do Brasil. São Paulo: Editora Brasiliense, 2008.
[4] Furtado, Celso. Formação Econômica do Brasil. Editora Companhia Das Letras, 2006.
[5] Castilho, Alceu Luis. Partido da Terra: Como os Políticos Conquistam o Território Brasileiro. Editora Contexto, 2012.
[6] Giradi, Eduardo Paulon. Atlas da Questão Agrária Brasileira. Unesp.
Tomado de: http://www2.fct.unesp.br/nera/atlas/estrutura_fundiaria.htm
[7] Singer, André. Raízes sociais e ideológicas do lulismo. Novos Estudos (85), CEBRAP, 2009, pp. 83102
[8] Singer, André. A segunda alma do Partido dos Trabalhadores. Novos Estudos (88), CEBRAP, 2010, pp. 89111.
[9] Belluzzo, Luiz G. M. and Almeida, Júlio S. G. Depois da Queda: A
Economia Brasileira da Crise da Dívida aos Impasses do Real. Editora
Civilização Brasileira, 2002.
[10] IBGE. Estatísticas do Século
XX. Rio de Janeiro: Instituto Brasileiro de Geografia e Estatística,
2006. Retrieved from: http://www.ibge.gov.br/seculoxx/seculoxx.pdf
[11] Aquí:
http://brasildebrinquedo.files.wordpress.com/2013/04/foda-se-a-copa.jpg
Aquí:
https://sphotos-a.xx.fbcdn.net/hphotos-ash4/p480x480/485431_228726430585199_604983142_n.jpg
Y aquí:
http://2.bp.blogspot.com/–Q9X04hJXUQ/UOo-Drfw8YI/AAAAAAAANAY/BpT94lkx6yg/s1600/foda+se+a+copa.jpg
[12] Souto, Fernando. “Como as empresas de ônibus maquiam custos”.
OutrasMídias. Tomado el 17 de junio de 2013 de:
http://outraspalavras.net/outrasmidias/?p=12643
[13] Gusmão,
Marcos and Edward, José. “Os barões do transporte urbano”. Revista Veja.
Tomado el 17 de junio de 2013 de:
http://veja.abril.com.br/280198/p_064.html
[14] Dana, Samy y
Siqueira, Leonardo. “Análise: A tarifa de ônibus por aqui está entre as
mais caras do mundo”. Folha de São Paulo. Tomado el 17 de junio de 2013
de:
http://www1.folha.uol.com.br/cotidiano/2013/06/1296233-analise-a-tarifa-de-onibus-por-aqui-esta-entre-as-mais-caras-do-mundo.shtml
Fuente: http://www.counterpunch.org/2013/06/25/brazil-2013-mass-demonstrations-the-world-cup-and-500-years-of-oppression/
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