28-06-2013 |
La lucha de los indígenas Pueblos |
La invasión del Imperio
Español al continente americano a fines del siglo 15 fue cruda,
despiadada y criminal. Esos “civilizados” cristianos que llegaron del
otro lado del mar con su séquito de ladrones y sus mentiras fueron
tóxicos para los pueblos originarios del continente quienes pronto
entendieron la naturaleza del invasor y sus intenciones. Por ello
resistieron sacando fuerzas a pesar de las desventajas tecnológicas en
términos de armas y transporte a como diera lugar. Tenemos ejemplos
notables de esa resistencia, de la lucha de las primeras naciones por
sus derechos y su mundo -que no era nuevo para ellos como arrogantemente
lo denominaran los españoles y otros imperios europeos (denominación
que continúa en nuestros días). Y entre estos ejemplos de resistencia
figura la de los Mapuche que por casi 300 años protagonizaran la Guerra
de Arauco (de 1536 a 1818) manteniendo al margen de la mayor parte de su
territorio a los españoles y que incluyera a miles de hombres y mujeres
Mapuche luchando diariamente en que fuera una de las resistencias más
largas de la historia. Y en esta resistencia se destacó el líder
Lautaro, muerto al comenzar la batalla de Mataquito en 1557.
Otro ejemplo importante entre muchos levantamientos fue el del siglo 18
en Perú liderado por Túpac Amaru II (José Gabriel Túpac Amaru) en 1780
que aunque fuera el mismo mestizo organiza un ejército indígena que
cuenta también con mestizos y otros, unidos todos para luchar por sus
derechos. Túpac Amaru II cayó prisionero en 1781 y fue condenado a una
muerte brutal; descuartizado por cuatro caballos su muerte demuestra que
la calidad humana de los invasores no había cambiado demasiado desde el
siglo 15 al 18.
La otra gran resistencia armada
contra los invasores españoles en América fue la de los aborígenes
“Pueblos” en 1680 en lo que es hoy el estado de Nuevo México en los
Estados Unidos y que es mucho menos conocida en el Sur. Los Pueblos,
como les llamaron los españoles cuando los invadieron por llevar una
vida sedentaria en poblados, perdieron la mayor parte de su territorio
en 1598 bajo Don Juan de Oñate. Estos territorios ya habían sido
incursionados por “conquistadores” como Francisco Vásquez de Coronado,
quien en su delirio y ambición por el oro y la plata sigue la fantasía
de que al norte de México podía encontrar “Las Siete Ciudades de Dios”
repletas de riqueza, que Dios habría puesto para que los conquistadores
las saqueen.
Los Pueblos, descendientes de las
culturas de los Antiguos Pueblos o Anasazi, Mogollon y Hohokam,
habitaron el suroeste de Estados Unidos por miles de años, y para 1540
año en que Coronado llega a la zona había por lo menos 110 pueblos, pero
para 1680 a comienzos de la rebelión de los Pueblos eran solamente unos
40 poblados. Hoy en Arizona y Nuevo México existen 20 poblados y quedan
ruinas de 23 pueblos abandonados; también hoy se hablan siete idiomas
diferentes en los 20 pueblos existentes mientras que dos idiomas se han
extinguido. Muchos de estos pueblos del pasado y del presente fueron
construidos a lo largo de las riberas del Río Grande. Cuando se
estableció la colonia de Nuevo México en 1598 se estima que había una
población nativa de 80.000 habitantes, y que pare el tiempo de la
rebelión no eran más de 17.000 (sobrevivientes de la conquista). Como en
otras partes del continente la muerte de los Pueblos se debió entre
otras cosas al efecto de las pestes que traían los europeos, al crimen y
a la esclavitud a la que estaban sometidos.
Los
documentos acerca de la rebelión de 1680 se encuentran en archivos en
Ciudad de México, en México, y en la ciudad de Sevilla, en España, y
fueron escritos por frailes y gobernadores que vivieron en la colonia de
Nuevo México. Es la historia escrita por los dominadores, una historia
sesgada a favor de los españoles y de la Corona. Varios arqueólogos e
historiadores han investigado por más de 100 años a los Pueblos y a su
rebelión, y entre ellos existen también investigadores aborígenes
Pueblos que ayudan a revelar verdades que podrían avergonzar a los
conquistadores y a la iglesia y sus frailes. Entre los autores que
escriben sobre este tema, uno, David Roberts, profesor de literatura,
alpinista escalador y explorador, me ha parecido muy interesante. Su
libro “The Pueblo Revolt” ha sido escrito hace algunos años pero
contribuye grandemente a poner al alcance del público la historia de los
pueblos aborígenes que ha sido siempre muy distorsionada por los
imperios, los españoles y los anglos –según dice el mismo Roberts.
En 1675, el Gobernador de la colonia de Nuevo México, Juan Francisco
Treviño, mandó a arrestar a 47 chamanes, o brujos como les llamaban los
españoles quienes los acusaban por continuar las prácticas de su
religión Kachina, en vez de practicar el catolicismo impuesto por los
españoles por la fuerza a los Pueblos. El Gobernador, luego de hacer
propinar severos azotes a los chamanes elije tres para ahorcarlos en
forma ejemplarizante, un cuarto se suicida. Miles de aborígenes llegan a
la capital de la colonia Santa Fe a reclamar por sus hermanos chamanes;
Treviño, quizás por precaución frente a un posible levantamiento,
libera a los 43 cautivos restantes y entre ellos a Popé del pueblo de
San Juan. Popé sería el líder que organizara pacientemente, recorriendo
pueblo por pueblo, el levantamiento de los Pueblos de 1680.
Dos jóvenes nativos, Catua y Omtua, llevan por los pueblos el mensaje
del levantamiento, que consistía en una cuerda de yute con nudos cada
uno significando un día, que habría que desatarse cada vez que el día
terminaba, y cuando no quedara ningún nudo era el día planeado para
atacar. Ciertamente no todos los pueblos estuvieron de acuerdo con el
plan de Popé, algunos eventualmente traicionaron la causa de sus
hermanos. La traición llevó a los españoles a detener a Catua y Omtua
quienes fueron fuertemente torturados para que revelaran los nombres de
los dirigentes y el significado de los nudos –por lo que supieron que el
día planeado del ataque era el 11 de agosto de 1680. Al gobernador de
entonces, Antonio de Otermín, se le ocurrió que la fecha era el 13 de
agosto; los rebeldes, sabiendo esto adelantaron el plan y atacaron el 10
sorprendiendo a las autoridades españolas y a sus colonos –muy
acostumbrados a la tranquilidad de sus vidas y beneficiados de la
usurpación de tierras de los Pueblos para sus estancias, del trabajo
esclavo y de la sumisión a la iglesia que en 1626 había impuesto la
Inquisición en Nuevo México con lo que los frailes gozaban de un extenso
poder.
El 10 de agosto de 1680 los Pueblos, quizás
ayudados por vecinos nómadas Navajos y Apaches, ejecutan 21 de los 33
frailes franciscanos de la colonia desde el pueblo de Taos por el norte
hasta el territorio Hopi, expresaron todo el odio guardado por años.
Mataron además a 380 colonos, casi todos ellos, quemaron todas las
iglesias -muchas construidas sobre antiguas Kivas de los Pueblos,
destrozaron los altares y llenaron los cálices de excrementos y
destruyeron las imágenes de los santos. El gobernador Otermín quedó
escandalizado y lamentaba la tragedia desde su refugio en El Paso
diciendo que era una “lamentable tragedia, como nunca se había visto
antes en el mundo.” Con estas palabras afirmaba su perspectiva de
dominador: sólo lo que les pasaba a ellos era tragedia, algo que
escuchamos de Occidente incluso en nuestros días. Murieron 300
aborígenes en la rebelión, un número un poco incierto, pero se logró la
expulsión de los invasores españoles de Nuevo México, el precio que
pagaron los Pueblos al expulsar al invasor.
El
gobernador, Antonio de Otermín, derrotado por los Pueblos fue
responsabilizado por la pérdida de vidas españolas y del territorio de
la Corona, y aunque trató de reconquistar y vengarse perdió sus cargos
en 1683. La rebelión de los Pueblos fue un éxito para estos, la única
rebelión aborigen en Norte América que expulsara a los opresores
europeos. Después de 82 años los Pueblos volvieron a ser libres de la
esclavitud, la indignidad, la imposición de otra cultura a la fuerza y
vivieron 12 años en paz y en su cultura como habían vivido sus
antepasado por miles de años.
De los 12 años de
libertad de los Pueblos se sabe poco, sólo que su líder, Popé, quería
borrar todo vestigio de los conquistadores -incluso el ganado y los
caballos, asunto en el que no todos estaban de acuerdo. Un día vuelve la
reconquista como una maldición, esta vez el verdugo fue Diego de
Vargas. El 21 de agosto de 1692, Vargas, que escribía un diario de todo
lo que pasaba en su reconquista y que se transformaría en la historia
oficial de esta, explica que la mayoría de los Pueblos les habían dado
la bienvenida porque extrañaban a sus conquistadores y a su iglesia.
Según Vargas él les prometió perdón en el nombre del rey y de dios, y
dejó de lado a quienes no creían en sus buenas intenciones porque según
Vargas estos estaban engañados por el demonio.
A los
pueblos reconquistados se les sometía al bautismo para volverlos a ser
buenos cristianos. La reconquista fue resistida, la más importante
resistencia fue la del pueblo Jemez en el Peñol, una meseta donde este
pueblo se refugia y resiste por dos días, al final del asalto a este
refugio queda un saldo de ningún soldado español muerto pero de 84
hombres Jemez tendidos en el suelo sin vida y otros 361 hombres, mujeres
y niños prisioneros. Dos combatientes capturados fueron bautizados
antes de ser ejecutados y el refugio fue quemado. En su diario Vargas da
gracias a su Divina Majestad y al apóstol Santiago por el glorioso día,
se sabe que la resistencia fue traicionada por aborígenes que se le
unieron a Vargas. Para septiembre de 1694 la reconquista se había
completado, según los escritos de Vargas “pacíficamente.” Muchos
luchadores aborígenes Pueblos huyeron a otras tribus al oeste y al
norte, y existieron algunos focos de resistencia en los años venideros.
El tiempo continuó y los Pueblos siguieron sufriendo opresión y
hambrunas, tuvieron quizás un poco más de derechos a su cultura, el
imperio español dejó de existir, pero las ambiciones continuaron. La
opresión ahora venida de Washington es responsable de un genocidio a los
aborígenes de todo el territorio de lo que hoy es Estados Unidos. Los
niños Pueblos, igual que otros nativos de Norteamérica, sufren en 1920
otro infierno “civilizador,” ahora a manos del “Bureau” de Asuntos
Indígenas que los obliga a enrolarse en escuelas residenciales o
internados, cortados su pelo y vestidos como occidentales, se les
prohíbe que hablen sus idiomas y se los castiga con azotes o se les lava
la boca con lejía (soda caústica) si lo hacen. En la década de los 60
soplan nuevamente vientos de liberación y con esto los Pueblos también
ganan algún espacio, hoy tienen independencia cultural y administrativa y
eligen ellos mismos sus gobiernos votando, pero tienen una población de
menos de 40.000 personas (algunos argumentan que son 60.000
habitantes). El 50 por ciento de ellos está desempleado, un 50 por
ciento en la pobreza. Nuevo México l tiene 10 casinos de propiedad de
los Pueblos y estos generan algunos recursos, pero también generan
corrupción ideológica y económica.
Han sido más de 500
años de opresión de los pueblos originarios de este continente a manos
de la civilización occidental, la misma que tiene a la humanidad toda al
borde del abismo. La resistencia continúa a pesar del desgaste. Sabemos
más verdades sobre el genocidio que padecieron los pueblos originarios.
David Roberts reflexiona que la arqueología occidental no se ha
reconciliado con la tradición oral de los Pueblos, no existe aún un
puente entre los Pueblos y los intelectuales occidentales. El mismo ha
sido testigo en su investigación en Nuevo México, sin embargo, que este
es posible y enriquece a ambas partes y es posible gracias a la
colaboración de algunos científicos, como él mismo, oficiales de las
Reservas Forestales, y abnegados aborígenes historiadores que comparten
lo que saben de su cultura y con un trabajo paciente contribuyen al
descubrimiento de la verdad juntos, unidos todos ellos por un
sentimiento común de amor por estas tierras y su historia.
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