OSCAR W. NEEBE
(Nota biográfica)
Nació en Filadelfia de padres alemanes. Sus padres viven aún. En la época en que Neebe
fue arrestado, no vivía de un salario fijo; dedicábase a trabajos
particulares. Desde sus primeros años sintió latir su corazón a favor de
los desheredados y fue siempre un excelente organizador de las
secciones de oficios, siendo propagandista acérrimo de las ideas
socialistas.
Discurso
En
la mañana del 5 de mayo supe que habían sido detenidos Spies y Schwab y
entonces fue también cuando tuve la primera noticia de la celebración
del mitin de Haymarket durante la tarde anterior. Después que termine
mis faenas fui a las oficinas del Arbeiter Zeitung, en donde encontré a
la esposa de Parsons y la señorita Holmes. Cuando iba a hablar con la
primera de dichas señoras, entró de pronto una manada de bandidos,
llamados policías, en cuyos rostros se retrataba la ignorancia y la
embriaguez, gente de peor calaña que los peores rufianes de las calles
de Chicago. El Mayor Harrison iba con estos piratas y dijo: ¿Quién es el director de este periódico? Los chicos de la imprenta no sabían hablar inglés, y como conocía a Harrison me dirigí a él y le dije: ¿Qué pasa, Mr. Harrison?
Necesito -me contestó- revisar el periódico por si contiene un artículo
violento. Yo le prometí revisarlos y lo hice en compañía de Mr. Hand, a
quien Harrison fue a buscar. Harrison volvió a los pocos minutos y vi
bajar la escalera a todos los tipógrafos; otra pandilla de rufianes
policiacos entró a tiempo que la esposa de Parsons y la señorita Holmes se hallaban escribiendo. Uno que yo tenía por caballero oficial dijo: ¿Qué hacéis aquí? Y la señorita Holmes respondió: Estoy escribiendo a mi hermano, que es editor de un periódico obrero. Al oír esto aquel oficial, la agarró fuertemente por un brazo, y ante las protestas de aquella señorita, grito: ¡Concluye, zorra, o te arrojo al suelo!
Repito aquí estas palabras para que conozcáis el lenguaje de un noble
oficial de Chicago. Es uno de los vuestros. Insultáis a las mujeres
porque no tenéis valor para insultar a los hombres. Lucy Parsons
obtuvo igual tratamiento, a la vez que le aseguraban que no se
publicaría más el periódico y que arrojarían por la ventana todo el
material de la imprenta. Cuando oí esto, cuando vi que se pretendía
destruir lo que era propiedad de los obreros de Chicago, exclamé: Mientras pueda haré que el periódico se publique.
Y volví a publicar el periódico; cuando se nos echaron encima los
policiacos bandidos y todas las imprentas se negaron a imprimirlo,
reunimos fondos y adquirimos imprenta propia, mejor dicho, dos
imprentas, se multiplicaron los suscriptores, y en fin, los trabajadores
de Chicago cuentan hoy con todo lo necesario para la propaganda. ¡He
ahí mi delito!
Otro
delito que tengo, y es haber contribuido a organizar varias
asociaciones de oficios, poner de mi parte todo lo que pude para obtener
sucesivas reducciones en la jornada de trabajo y propagar las ideas
socialistas. Desde el año 1865 he trabajado siempre en este sentido.
El
9 de mayo, al volver a mi casa, me dijo mi esposa que habían venido
veinticinco policías y que al registrar la casa habían hallado un
revólver. Yo no creo que sólo los anarquistas y socialistas tengan armas
en sus casas. Hallaron también una bandera roja, de un pie cuadrado,
con la que jugaba frecuentemente mi hijo. Se registraron del mismo modo
centenares de casas, de las que desaparecieron bastantes relojes y no
poco dinero. ¿Sabéis quienes eran los ladrones? Vos lo sabéis, Capitán
Schaack. Vuestra compañía es una de las peores de la ciudad. Yo os lo
digo frente a frente y muy alto, Capitán Schaack, sois vos uno de ellos.
Sois un anarquista a la manera que vosotros lo entendéis. Todos, en
este sentido, sois anarquistas.
Habéis
hallado en mi casa un revólver y una bandera roja. Habéis probado que
organicé asociaciones obreras, que he trabajado por la reducción de
horas de trabajo, que he hecho cuanto he podido por volver a publicar el
Arbeiter Zeitung: he ahí mis
delitos. Pues bien; me apena la idea de que no me ahorquéis, honorables
jueces, porque es preferible la muerte rápida a la muerte lenta en que
vivimos. Tengo familia, tengo hijos y si saben que su padre ha muerto lo
llorarán y recogerán su cuerpo para enterrarlo. Ellos podrán visitar su
tumba, pero no podrán en caso contrario entrar en el presidio para
besar a un condenado por un delito que no ha cometido. Esto es todo lo
que tengo que decir. Yo os lo suplico. Dejadme participar de la suerte de mis compañeros. ¡Ahorcadme con ellos!
Fuente: http://www.antorcha.net/biblioteca_virtual/historia/martires_chicago/7.html
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