jueves, 9 de enero de 2014

La decadencia de Occidente





Quizás nunca antes se había verificado tan vívidamente el aserto de que en casi cualquier sistema de ideas puede encontrarse una gema, un componente racional de que asirnos en nuestra ojeada a la realidad. Y que nos tachen de eclécticos. ¿Acaso la situación mundial de hoy no insufla oxígeno a la tesis de la decadencia de Occidente, argumentada en obra a sí mismo nombrada, por Oswald Spengler (1880-1936)?  Aplaudido a rabiar por corifeos y coros del imperialismo cuando publicó, poco después de la derrota de Alemania en la primera masacre universal, los dos tomos (1918-1922) donde exalta el viejo espíritu prusiano, la monarquía, el estamento aristocrático y el militarismo; mimado por ciertas “élites” por el sonido de su olifante proclamando la guerra “forma eterna de la existencia superior humana”, y sobre todo por el fatalismo contrapuesto a la concepción materialista de la historia y la consustancial percepción del progreso, este hombre se equivocó en la etiología de la enfermedad pero acertó en su diagnóstico. Porque, si bien suena cuando menos discutible la aseveración de que el florecimiento de Occidente se produjo en el marco del feudalismo, coincidamos en que en el presente asistimos a la descomposición de un orbe que se ha considerado a sí propio imperecedero, con vanidad incontinente y honda miopía.
Para analistas como Jorge Berstein no hay duda: “La ‘crisis global’ (todavía se la sigue llamando así) sigue su curso, se va profundizando con el correr de los años, deteriora las instituciones de las potencias centrales, quiebra las tramas económicas y culturales que cohesionaban a esas sociedades, queda al descubierto como decadencia, es decir como proceso de deterioro general irreversible. También va llegando a los denominados ‘países emergentes’, derrumbando el mito del rejuvenecimiento capitalista desde la periferia, de la superación burguesa del neoliberalismo occidental gracias a la intervención del Estado”.
En artículo reproducido por una miríada de medios digitales, Berstein apunta que en los años 2008 y 2013 se aceleró la declinación del capitalismo; en ambos lapsos el desastre tuvo como origen el centro imperial, para después irradiarse. “Podríamos establecer un corte aún más preciso y fijar los meses de septiembre de 2008 y septiembre-octubre de 2013 como los ‘momentos’ en los que la historia incrementó bruscamente su velocidad cuando la acumulación de degradaciones produjo un gran salto de cantidad en calidad. Desde el punto de vista de los amos del sistema es posible hablar de ‘annus horribilis’, es decir, años de grandes desgracias, aunque desde el lado de las víctimas, de los miles de millones de seres humanos que habitan en el subsuelo del planeta burgués podemos afirmar que se trata de ‘annus mirabilis’, de períodos donde el sistema avanza claramente hacia su ruina, es decir, de acontecimientos ‘maravillosos’ que alientan la esperanza en la posible conquista de un mundo mejor”.
Recordarán que el 15 de septiembre de 2008, en los Estados Unidos, el gigante Lehman Brothers se declaró en quiebra y American International Group (AIG), líder de seguros y otros servicios, requirió el rescate de la Reserva Federal (Fed). Como bajo el efecto de una piedra lanzada sobre aguas tranquilas, en concéntricas olas, “la crisis provocada por el desinfle de la burbuja inmobiliaria norteamericana se propagó rápidamente, estallaron otras burbujas inmobiliarias y bursátiles en Europa y Asia y los gobiernos de las grandes potencias inyectaron en los años siguientes varios millones de millones de dólares con el fin de impedir el hundimiento del sistema financiero internacional, pilar decisivo de la economía mundial. No consiguieron recomponer su dinámica anterior ni mucho menos la de las estructuras productivas pero sí lograron evitar (postergar) el derrumbe”.
Desde 2008, la masa que se venía expandiendo de manera exponencial dejó de crecer; en puridad, experimentó un decrecimiento suave. “Es lo que constatamos cuando comparamos a la especulación en ‘productos financieros derivados’ (corazón del parasitismo financiero global) con el Producto Bruto Mundial. A mediados de 1998 esos negocios equivalían a cerca de 2.4 veces el valor nominal de la economía planetaria, llegaron a 4.3 veces hacia finales de 2002, a 8.5 veces a finales de 2006 y a 11.7 veces a mediados de 2008, en pleno delirio especulativo, y bajaron lentamente desde entonces: 10.5 a finales de 2009, 10.6 a mediados de 2011, cayeron a 8.9 a finales de 2012 y a 8.6 a mediados de 2013”.
La detención del alucinante monto marca el fin del largo “crecimiento drogado” del capitalismo neoliberal. “Desde los años 1970 transcurre la reconversión financiera que permitió la reproducción ampliada del área imperial del sistema: los Estados centrales se endeudaban y subsidiaban a la industria (gastos militares, reducciones fiscales de todo tipo, etc.), y frenaban la desaceleración del consumo (subsidios a los desempleados), las empresas se endeudaban para seguir invirtiendo y los consumidores se endeudaban sosteniendo a esos grandes mercados, por otra parte las caídas tendenciales en las tasas de ganancias productivas de grandes grupos económicos eran más que compensadas por la expansión de los negocios financieros”.
A la postre, se sabe, la burbuja estalló. Sobrevino una “degradación financiera-productiva controlada; las deudas públicas y privadas de las potencias centrales tradicionales siguieron creciendo, la Unión Europea se estancó para entrar finalmente en recesión, Japón transitó un camino aún más dramático (Fukushima mediante) y los Estados Unidos tuvieron un crecimiento anémico que a lo largo de 2012-2013 amenazaba convertirse en estancamiento o directamente en recesión. El sistema había ingresado en una nueva etapa”.
Pero la catástrofe no dio al traste con las ambiciones hegemónicas. Antes bien, a imagen y semejanza de las élites romanas tardías, los mandamases gringos visten la piel de miura y, huyendo hacia adelante, se creen el mantra de que solo la utilización de su superioridad castrense podría revertir los retrocesos económicos, o frenar su desarrollo. “La victoria occidental en la Guerra Fría parecía confirmar esa hipótesis, la avalancha militarista de la era Reagan durante los años 1980 continuada por la presidencia de George Bush (padre) le había dado la estocada final a la Unión Soviética obligándola a competir en una carrera armamentista que desbordó su capacidad económica y burocrática declinante. Liquidada la URSS, los Estados Unidos aparecían como la única superpotencia militar, el planeta quedaba a su disposición”.
Y desde hace más de un decenio se anda a tumbos en una bacanal donde el vino ha resultado remplazado por sangre, a la manera del membranoso “hombre” alado de Transilvania. En pose de Drácula, el Tío Sam abreva en disímiles puntos geográficos -¿en cuál no?-. “Con diferentes intensidades y modalidades, la mirada del Imperio hacia el resto del mundo es principalmente militar; la periferia aparece ante los ojos de su élite dominante como un vasto campo de batalla. Los golpes de Estado en Honduras (2009) y Paraguay (2012), la acentuación de las intervenciones sobre Colombia y Venezuela y las actividades de desestabilización en otros países latinoamericanos señalan que el Imperio ha lanzado una ofensiva de gran alcance sobre la región, a esto debemos sumar el desarrollo de un segundo frente de guerra en África cuyo momento más dramático ha sido la destrucción de Libia pero apuntando al mismo tiempo hacia el mundo árabe, ambas ofensivas convergen con la prosecución de la guerra larga en Medio Oriente y Asia Central: el tercer frente, y el despliegue de un cuarto frente de fuerzas militares cada vez más extendido e intenso en Asia-Pacífico apuntando contra China”.
En criterio de Berstein, el doble rostro del Imperio (decadencia económica y social por un lado y militarismo por el otro) sugiere que la ola bélica no es sustentable ni siquiera en corto plazo. “Los gastos militares reales de los Estados Unidos se aproximan a los 1.3 billones (millones de millones) de dólares si a los gastos del Departamento de Defensa sumamos aquellos con finalidad militar de otras áreas de la administración pública (Departamento de Estado, Departamento de Energía, NASA, etc.) y los intereses pagados por el endeudamiento necesario para su realización. Esa cifra equivale en el Presupuesto 2013 a la casi totalidad de la recaudación prevista de impuestos personales directos o a 140 por ciento del déficit fiscal proyectado”. Entonces, ¿habrá alguna lógica, alguna racionalidad superior que explique el fenómeno?
Lógica ilógica
Nos encontramos frente a la dinámica histórica concreta de la llamada racionalidad instrumental, de sobra develada allá en el siglo XIX por dos barbados genios, uno de Tréveris, el otro de Barmen. Visión únicamente interesada en la eficacia de los mecanismos de preservación y expansión del poder, de una burguesía cada vez más empantanada, sorda y ciega ante las consecuencias en perspectiva. ¿Acaso la vida individual no representa un suspiro, un pestañazo en el turbión de los tiempos? Tras de mí, el diluvio, ¿no? Además, quién se atrevería a ralentizar el paso marcial, el económico, cuando la maximización de ganancias, la revalorización del capital, dictan que el que pare pierde no solo el aire en la irremediable competencia proveniente de la propiedad privada de los medios de producción. No en vano Occidente -léase: el capitalismo- anda embarcado, y no de polizón, en una puja planetaria por esquilmar a la periferia, en primerísimo lugar de los recursos energéticos.
Con estos trazos asistámonos, como elemento para el acercamiento a la realidad, de algo que apostilla Miguel Guaglianone, en Barómetro Internacional : “Si bien el sistema global muestra en su análisis los elementos contradictorios que aparecen en todos los sistemas complejos […], la pérdida de la influencia estadounidense a nivel mundial se está haciendo cada vez más evidente. Basta comparar por ejemplo la incidencia en los eventos planetarios de las intenciones del Gobierno de Ronald Reagan, con la del Gobierno Obama, para constatar cómo la hegemonía política de los Estados Unidos luego de la caída de la Unión Soviética era mucho mayor que la actual, dónde la confrontación con nuevos poderes emergentes produce resultados diferentes. No podemos augurar cuál será el resultado final de este proceso (aunque tengamos nuestras expectativas), pero si podemos decir que las cosas están cambiando, y que la distribución del poder a nivel global está recomponiéndose”.
¿Muestras? Guaglianone se apronta. El caos todavía reinante en Libia, donde el control de las fuerzas externas que lo desataron está excluido por obra y gracia de facciones actuantes de aleatoria manera. La salvaje represión en Egipto de una dictadura militar en su momento apoyada por derechas y ciertas izquierdas en el orbe y que se ha enseñoreado del país a contrapelo de las tímidas reconvenciones de las potencias. En Siria, el Ejército y el Gobierno de Bashar Al Assad siguen logrando progresivos éxitos militares contra los grupos de mercenarios, promovidos, sufragados y dotados por las naciones centrales y las monarquías del Golfo. En Irak, la devastación producida por la guerra y posterior invasión ha dejado, como en Libia, un “Estado fantasma”, cuyos pseudos poderes no consiguen controlar la brutal violencia interna. Irán: la asunción de Hasan Rouhani significó un giro en la política exterior de esta nación; la antigua Persia se ha comprometido a permitir la inspección de sus instalaciones nucleares (a la cual ya había accedido) y a reducir el porcentaje del enriquecimiento de uranio de 20 a cinco por ciento, y a cambio las naciones occidentales constreñirán las sanciones que “venían cercando económicamente al país”.
Por si fuera poco, los intentos de Washington de abandonar Afganistán se enfrentan a ingentes dificultades. No solo la violencia interna se prolonga, con constantes atentados contra las fuerzas de ocupación y las de la administración títere, sino que hasta el propio Hamid Karzai, “el presidente colocado a dedo por EE.UU.”, se resiste a firmar el acuerdo militar que liberaría de responsabilidades a la superpotencia tras el retiro de sus tropas. En un intento de robustecer su influencia en la región, la monarquía saudita no ha vacilado en aliarse a Israel, tanto en lo que se refiere a abastecer a las hordas mercenarias en Siria, como en respaldar al Ejecutivo castrense en Egipto y utilizar todo su poderío económico para presionar en contra de Irán. Riad ha ensayado también un alejamiento de la Casa Blanca, a causa de diferencias tácticas, que atañen a unas transacciones estimadas mera debilidad.
Así las cosas, la nación más “perjudicada” con los sucesos en la región y a nivel internacional ha resultado Israel. Desde el momento en que Rohuani intervino en las Naciones Unidas, el premier Benjamín Netanyahu exhibió su “indignación de que alguien pudiera creer en sus propuestas de negociación. Cuando estas siguieron adelante, Israel ha hecho todo su esfuerzo por contraponerse, utilizando el poder de su lobby en Francia y la ayuda de Arabia Saudita, para que el Gobierno de Hollande intentara sabotear el acuerdo entre Irán y el grupo 5+1, igualmente continua moviendo su poderoso lobby en los Estados Unidos, sobre todo en el Congreso, para promover las propuestas de los congresistas de derecha a los que apoya, en contra de Irán y Siria. Conjuntamente también a la monarquía saudí, presionan a través de los grupos de ‘oposición’ para sabotear la propuesta conferencia citada en Ginebra para lograr un acuerdo en Siria. Estos sucesos han producido también una gran divergencia con el Gobierno estadounidense que ha apoyado estas negociaciones, dejando a Israel más aislada que nunca a nivel internacional”.
De otra parte, en Europa la recesión se empecina, “y aunque algunas cifras muestren una desaceleración mínima de la crisis, a pesar del esfuerzo de los Gobiernos en presentarlas como positivas, solo se trata de que el ritmo de la caída parece enlentecerse ligeramente. Esto no deja a los Gobiernos muchos márgenes de maniobra para jugar a la política exterior, exceptuando quizás a una Alemania que sigue pretendiendo manejar los destinos de la Unión Europea o una Francia que se permite algunos desplantes, como el intento de sabotear el acuerdo entre Irán y los países centrales”.
En América Latina pugnan una tendencia a la integración regional acometida por la mayoría de los Gobiernos y el contrataque de los Estados Unidos, que persiguen restablecer la hegemonía regional difuminada desde hace un par de décadas. Quizás lo más destacado de esta confrontación, comulguemos con el observador, se esté dando hoy en Honduras, donde las últimas elecciones parecen haber sido manipuladas por una oligarquía local unida a la Embajada de los EE.UU. En Venezuela vibra el choque entre bolivarianos y derechistas, que apuestan por un “golpe suave” -inspirados y respaldados por el Departamento de Estado y otras instituciones gringas-, apelando a la guerra económica, con una panoplia que incluye inflación inducida, acaparamiento, alza desenfrenada de los precios de venta, especulación con la cotización “paralela” del dólar. En ese contexto, medidas como el logro de una ley habilitante para que el Ejecutivo legisle en materia económica y realice acciones más expeditas contra la especulación y la corrupción están consolidando el proceso revolucionario. El Gobierno brasileño, profundamente afectado por el espionaje revelado por Edward Snowden, incentiva en toda el área la consolidación de sistemas tecnológicos que contribuyan a la independencia en el manejo de la información.
Haciendo más ríspida la situación política del Imperio, asegura el entendido, tanto Bolivia como Ecuador persisten con éxito en la reforma de sus Constituciones. No obstante la presión de la derecha, los hechos indican que estos procesos continúan adelante en el logro de sus objetivos de cambio social. “Habrá que ver cuál será al respecto la posición del futuro Gobierno de Bachelet en Chile y que sucederá en Colombia el año entrante con sus elecciones presidenciales, para saber si la Alianza del Pacífico, promovida por los Estados Unidos como herramienta para recuperar su perdida hegemonía en la región, sigue adelante con su ofensiva, sobre todo en el terreno económico, y mantendrá su agresiva política contra los mecanismos de integración”.
Pesos pesados
Obviamente, las más significativas variables en el análisis de la decadencia de Occidente, con EE.UU. a la cabeza, resultan Rusia y China. Admitamos, con Guaglianone, que el papel de Moscú a nivel internacional ha sido potenciado por sus triunfos diplomáticos. Primero, se gastó una posición absolutamente independiente al dar al perseguido Snowden un asilo condenado por Washington de antemano. Luego pudo detener el inminente ataque a Siria decidido por la Oficina Oval y consiguió un acuerdo respecto al control de las armas químicas, pretexto para una acción de guerra. Otra gran victoria de la diplomacia del Kremlin, el inédito acuerdo con Irán. “La pérdida de influencia internacional producida por la caída de la Unión Soviética parece estar revirtiéndose a partir de una decidida política exterior encabezada por Putin”.
China, por su lado, continúa transformándose en una potencia en todo sentido, y, si es cierto que ha disminuido en algo el ritmo de su crecimiento económico (de 10 por ciento anual a 7.5), no ha decrecido su empeño de convertirse en el principal actor económico del planeta. “Su muy discreta política exterior la mantiene en un rol aparentemente pasivo, que, sin embargo, no le ha impedido vetar (junto a Rusia) todas las resoluciones propuestas en el Consejo de Seguridad para lograr una intervención exterior en Siria. Mientras tanto mantiene su política económica expansiva, negociando en términos de ‘ganar, ganar’ con nuevos mercados en el mundo, en Asia, en África, en Latinoamérica y aun en la propia Europa. Mantiene además una tensa relación económica con los Estados Unidos, sobre quien tiene el poderoso recurso de ser la poseedora de la mayor acumulación en dólares de papeles del Tesoro estadounidense. El valor internacional del dólar se ha venido manteniendo a partir de ese inmenso volumen en poder de la nación china. Esto mantiene el equilibrio entre las tensiones económicas y políticas entre ambas potencias”.
A guisa de coda inconclusa, convengamos en que los Estados Unidos no atinan a remontar su grave crisis económica interna ni su crisis política. En el último año el dominio de la Casa Blanca se ha visto seriamente achicado. Puertas adentro, Obama no ha conseguido aupar la reforma médica a partir del régimen de seguros, su más importante obra, a la que ha tenido que restar alcance. Puertas afuera, los problemas en Irak y Afganistán han empantanado al Tío Sam en unas guerras de invasión fracasadas. “Igualmente, las pulseadas con Rusia parecen haber sido perdidas, tanto con Snowden como con Siria e Irán. La popularidad del Gobierno de Obama sigue cayendo a números cada vez más bajos, en ambos ámbitos”.
Jamás tal cantidad de actores internacionales se había atrevido a plantar cara a la superpotencia. Al desplegar la tesis del declive de EE.UU., metáfora de Occidente, Enrique Muñoz Gamarra ( argenpress.info ) plantea que, “en principio, el edificio unipolar ha venido diluyéndose casi desde cuando se impuso, exactamente desde finales de la última década del siglo XX (1995-1999). Esto es a raíz de los remezones que empezaron a sentir sus experimentos en el sudeste asiático (tigres asiáticos). Sabíamos que se había impuesto en 1991, tras la caída de la ex URSS. Entonces su vigencia fue tan fugaz. Luego, con la gran crisis económica de 2008 su situación estaba complicada. En 2010 se hizo aún más aguda. A finales de ese mismo año soportó la ruptura de la alianza estratégica sino-estadounidense en lo económico y desapareció en ese mismo momento (2010) vapuleado por la gran crisis económica y enterrada para siempre con la reacción político-militar de Rusia y China a finales de 2011”.
Desde entonces, acota vehemente, conocemos que la estructura multipolar está en pleno proceso. “Esto se vio fortalecido en el primer semestre de 2013 con la derrota de la línea militar de desgaste del ejército agresor estadounidense en Siria, del que emergió un importante equilibrio de fuerzas en el mundo. Una situación que el grupo de poder de Washington no soportó y trató de romperla el 3 de septiembre de 2013 al disparar dos misiles balísticos contra Damasco. Pero fueron tan milimétricas las defensas antiaéreas de Rusia y Siria que obligaron inmediatamente a este grupo criminal a desistir de sus infames propósitos. Ahora China, Estados Unidos y Rusia están equiparadas militarmente (equilibrio de fuerzas), pero, eso sí, comprometidas en una carrera armamentística nunca vista en la historia humana. En eso debemos estar muy claros”. Carrera cuyo principal detonador, apostillemos, lo constituye el escudo misilístico que Washington pretende instalar contra Rusia, Irán y China, aunque se desgañite gritando que no, que la cosa es otra, que solo desea protegerse y proteger a los amigos de unos enloquecidos terroristas, Estados o individuos, poseedores de unos artilugios que asustan solo a los incautos.
Y si las cosas quedaran ahí, en lo apretadamente expuesto, el establishment no se mesaría los cabellos y se prodigaría en jeremiadas. Dicen que los males llegan juntos y arremolinados. Mientras China emite noticias exultantes, entre ellas la renovada vitalidad de una economía cuyo PIB aumentaba 7.8 por ciento de julio a septiembre respecto al mismo período de 2012, y que el yuan se ha convertido en la segunda divisa en las operaciones de comercio exterior, desde la Unión soplan vientos lúgubres. Los expertos alertan de que la Reserva Federal ha inflado la burbuja de los mercados y debilitado a los países en desarrollo, y que, para mayor inri, se niega a admitirlo.
Según las predicciones, la inyección de dinero efectivo continúa y la catástrofe (¡otra catástrofe!) podría estallar en 2014. Un despacho de Prensa Latina da cuenta de que la Fed desarrolla la campaña más agresiva en la historia moderna para fomentar la política monetaria, y ahora cosecha efectos contraproducentes en los mercados financieros. “Desde noviembre de 2012 el ente emisor dispone cada mes de 85 mil millones de dólares para comprar bonos públicos y privados. Además, se comprometió a mantener los tipos de interés en su nivel actual -entre cero y 0.25 por ciento- hasta que la tasa de desempleo caiga a 6.5 por ciento. En octubre se situó en 7.3 por ciento, por lo que eso implica que los tipos no subirán hasta, al menos, finales de 2014”.
La colega Cira Rodíguez se pregunta en voz alta si no estará la Reserva repitiendo el error de 10 años atrás, cuando, para suscitar la recuperación y combatir la inminencia de deflación, amparó tipos de interés demasiado bajos y creó la burbuja de las hipotecas basura. Para el estratega del Nomura Securities, Bob Janjuah, no cabe la hesitación: una enorme estallará pronto, de tal forma que en 2014 y 2015 el mercado de valores podría derrumbarse en un nivel que oscilará entre 25 y 30 por ciento.
Una nota hurga aún más en lo tétrico de la circunstancia: “La crisis capitalista comenzó con una crisis hipotecaria. Aparecieron los Estados para salvar bancos. Luego vino la crisis industrial. Y nuevamente apareció el Estado salvando a grandes compañías y multinacionales. Luego vino la crisis de los Estados. Era lógico, salvaron multinacionales y comenzaron a quebrar los Estados. Comenzaron los salvatajes de Estados. Sin embargo, cuando llegó la crisis social no hubo nadie que quisiera salvar a las sociedades. Los trabajadores perdieron y pierden el empleo, les rebajan los salarios, pierden sus casas y finalmente terminan suicidándose. Ha sido una epidemia…”.
Que conste: lo peor está por venir. “Los riesgos sistémicos en los que incurren las grandes compañías mundiales, el agotamiento de recursos petroleros, el creciente consumo de energía, así como la inflación de una burbuja en el mercado de capitales, debido a la existencia de activos obsoletos”, conducirán a una crisis energética que hará saltar los precios en 2015 y conllevará una confusión en los mercados financieros, según peritos como Jeremy Leggett.
Ahora, si se nos pidiera una opinión, nos sumaríamos a quienes señalan que confiarse en la caída de Occidente por los signos objetivos -economía, ideología, cultura, etcétera- podría llevarnos a pecado de leso marxismo -el original; no el de los deterministas de la II Internacional, de los Kaustky y los Stalin de todas las épocas- en cuanto a la importancia del factor subjetivo. De sobra se conoce que el capitalismo se autorreproduce, se autorregula a toda costa -a toda plusvalía-, y las crisis les son connaturales a esa capacidad, incluso actúan como premisas de más acusado despegue. Y que a la construcción del socialismo le es imprescindible un accionar consciente.
Aunque compartamos con Oswald Spengler, si bien por otras razones, la percepción de decadencia de Occidente -no importa que nos tilden de ecléctico con talante de perdonavidas-, insistamos en que la alternativa deberá ser colectivamente deseada, para que cristalice. Qué, ¿nos embullamos? Mire que anhelar lo bueno no cuesta nada.

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