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Cualquier consideración cínica sobre el “gotelé millonario” de Miquel Barceló en Ginebra o la calavera de platino incrustado en diamantes de Damien Hirst palidece ante las obras faraónicas del star system arquitectónico |
En la sala de lectura de la biblioteca
que frecuento, la gente se coloca en las mesas siguiendo un patrón
regular. Primero se ocupan los puestos más cercanos a las paredes y sólo
al final, si no queda más remedio, los lectores se sientan en las mesas
del centro de la sala. La razón es un lucernario infernal que en
cuestión de minutos te deja al borde de la fotofobia y chorreando sudor.
Es un fenómeno habitual en numerosas edificaciones recientes,
aparentemente inspiradas en un catálogo de peceras. A veces tengo la
impresión de que alguien se ha hecho el lío con los planos y se ha
dedicado a construir edificios pensados para Finlandia en lugares con
trescientos días de sol al año.
Las celebrities del Autocad
Mi ejemplo favorito es un monstruo de cristal sin ventanas y orientado
al sur frente al puerto de Málaga. Los trabajadores que lo ocupan tapan
con papeles, pósters, planos y telas las cristaleras de sus oficinas
para intentar resguardarse de la luz del sol. Sería un edificio más si
no fuera porque se trata de la gerencia de urbanismo de la ciudad. Así
que, en cierto sentido, es una escultura a la burbuja inmobiliaria en el
epicentro del terremoto especulativo español.
O no en cierto sentido, sino en un sentido muy literal. Los arquitectos
han hecho un esfuerzo titánico por acercar sus obras al mundo del arte.
Los discursos arquitectónicos modernos siempre se caracterizaron por un
alto octanaje especulativo. Arquitectos legendarios, como Le Corbusier,
lustraron teóricamente sus ideas sobre el entorno construido explorando
las simas más oscuras de la pomposidad oracular. Con el paso del
tiempo, esa abstracción se estilizó y ganó respetabilidad académica.
Seguramente, su punto culminante fue la colaboración entre Peter
Eisenman y Jacques Derridá que, además, representó un giro estetizante
en la ideología arquitectónica. Como escribía Luis Arenas en Fantasmas de la vida moderna
(Trotta, 2011), “Eisenman entiende la arquitectura bajo el modelo en
que las vanguardias literarias, pictóricas o musicales pensaron la obra
de arte: como un objeto que, por su radical novedad, instaura desde
dentro de sí las claves desde las que evaluar su sentido, así como los
códigos adecuados para su interpretación.
Las celebrities del Autocad
La búsqueda de legitimidad conceptual por parte de los arquitectos se
ha desplazado a los terrenos de la teoría del arte. De este cambio habla
El complejo arte-arquitectura (Turner, 2013), de Hal Foster. La crítica de Foster es mesurada, equilibrada y, por eso mismo, devastadora.
Su estrategia consiste en tomarse en serio –demasiado en serio– las
aspiraciones artísticas de Renzo Piano, Zaha Hadid y el resto de celebrities
del Autocad: “Casi todos los proyectos de Norman Foster se publican
con uno o dos bocetos hechos a mano por él, que supuestamente
constituyen la visión original de cada plano. Es un giro curioso que, en
tanto que muchos artistas ya no recurren a la naturaleza inspirada del
dibujo, muchos arquitectos insistan en hacerlo. Han aprovechado la vieja
leyenda del artista como visionario creador de imágenes, un mito
compensatorio que continúa circulando con gran vigencia, pese a su
persistente desmitificación”.
Los arquitectos
más conocidos han desarrollado un cosmopolitismo banal dirigido
específicamente a crear imágenes de lo local aptas para su circulación
global. Uno de los principales argumentos que Esperanza Aguirre y sus
sicarios esgrimieron para justificar los cuatro tótems de autor erigidos
en Madrid a mayor gloria de Florentino Pérez fue que proporcionarían a
la ciudad un skyline reconocible
internacionalmente. De las pocas cosas buenas que puedo decir de la
arquitectura reciente es que me ha reconciliado con el arte
contemporáneo. Cualquier consideración cínica sobre el “gotelé
millonario” de Miquel Barceló en Ginebra o la calavera de platino
incrustado en diamantes de Damien Hirst palidece ante las obras
faraónicas del star system arquitectónico.
Hal Foster señala que muchas de las falsas promesas de la arquitectura
global se basaron en discursos poco sofisticados, como la analogía entre
transparencia arquitectónica y transparencia política que se empleó
para explicar la cúpula del nuevo Reichstag alemán. Sin embargo, fueron
muy eficaces. Crearon una especulación de rostro humano, supuestamente
preocupada por valores cívicos y dotada de su propio léxico buenrrollista acerca de la participación.
En España, la ideología arquitectónica desempeñó un papel esencial en
la legitimación de la burbuja inmobiliaria, con la destacada complicidad
de los teóricos de las ciudades creativas. Nos ayudó a imaginar que un
modelo económico suicida, heredado del franquismo y perpetuado por
sucesivos Gobiernos del PSOE y el PP, era un viaje de ida a la
prosperidad postindustrial. Toneladas de acero cromado y hormigón pulido
proporcionaron un atrezo chic a la usura hipotecaria generalizada. La
destrucción del tejido industrial y los obscenos beneficios de las
élites extractivas parecían un modesto precio a pagar por un futuro
high-tech que se desarrollaría en escenarios diáfanos sacados de algún
número de la revista A+U.
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