sábado, 28 de diciembre de 2013

China ata su futuro al rol clave del mercado

Jose Siaba Serrate
Revista Debate


Consecuencias geopolíticas y económicas de los cambios propuestos por el Partido Comunista del gigante asiático. La nueva estrategia de desarrollo.

China develó la hoja de ruta que pensó para conquistar el futuro. El Tercer Plenario del 18° Comité Central del Partido Comunista resolvió concederle al mercado un rol decisivo en la asignación de recursos como medio para lograr sus objetivos de largo plazo. “Sólo el socialismo puede salvar a China”, expresó el presidente Xi Jinping, “y sólo la reforma y la apertura pueden desarrollar a China, al socialismo y al marxismo”. En la tradición ecléctica de Deng Xiaoping -quien abrió el país de Mao a las reformas orientadas al mercado en 1978- y Zhu Rongji -quien en 1993 profundizó la huella con la “economía socialista de mercado”-, China se encamina a una nueva etapa evolutiva, por completo a contramano de las enseñanzas de Carlos Marx. Etapa histórica superior que, como ocurrió con las anteriores, el mercado definirá a caballo de una mayor esfera de injerencia. Las autoridades del Partido estiman que -con una prolija ejecución- podrán cosechar sus frutos estratégicos hacia 2020.
Que el mercado vaya a decidir no significa que decidirá todo. Xi lo explica con simpleza: “La economía socialista de mercado precisa de ambos, del mercado y del gobierno, ya que juegan roles diferentes”. La reforma económica -que es la llave de la reforma integral- deberá solucionar los problemas derivados de un sistema de mercado poco desarrollado y de la excesiva intervención gubernamental. Pero, a la par, el gobierno retiene funciones de gran importancia. “Deberá mantener una macroeconomía estable, proveer los servicios públicos, salvaguardar la libre competencia, supervisar los mercados y mantenerlos ordenados, promover el desarrollo sustentable e intervenir cuando se produzcan fallas de mercado”, apuntó el líder. Administrar el balance apropiado entre mercado y gobierno será el desafío de la reforma económica. Todo ello, claro, bajo la férrea tutela del partido único.
La iniciativa es el paso más audaz en la tarea inexorable de mudar la estrategia de desarrollo de China. El modelo de crecimiento del capitalismo de Estado, basado en las exportaciones y la inversión, en la incorporación en masa de mano de obra rural a la industria, y en la generación de ahorros ingentes merced a la represión del consumo, se agotó. La crisis internacional lo puso de manifiesto. Pero la razón principal fue su propio éxito. Luego de treinta años de desempeño estelar, China dejó de ser un nicho y se transformó en la segunda economía del orbe con perspectivas de supremacía en poco tiempo más. Para no quedar atrapada en una congestión previsible, le urge habilitar una autopista alternativa que desarrolle la potencialidad de un mercado interno infraexplotado, que eleve el consumo de su población a los niveles acordes con un país de renta media y que corrija con criterio la mala asignación de los factores de producción.
No es casual que una de las primeras medidas sea el abandono de la política de un solo hijo por familia. La demografía, que fue un motor fenomenal de la expansión, merodea un crítico punto de inflexión. En 2012, anticipándose por varios años a las previsiones, la fuerza laboral cayó sorpresivamente por primera vez. Se redujo en 3,5 millones de personas. Se estima que la dotación actual -940 millones de trabajadores- disminuirá en 29 millones cuando culmine la década. En paralelo, se acentuará el proceso de acelerado envejecimiento. El número de chinos mayores de 65 años se triplicará -totalizando 300 millones- en 2030. La dinámica de crecimiento intensivo -que trasvasaba trabajadores rurales de bajísima productividad hacia ocupaciones industriales urbanas de alta productividad- se truncará por la escasez creciente de su insumo esencial. La reforma de la política poblacional buscará elevar la baja tasa de fertilidad actual -1,5%- pero no podrá torcer la tendencia de fondo. ¿Habrá un “baby boom”? El cambio es marginal. Nada permite suponerlo.
¿Dónde tallará el mercado y su cambio de status “básico” a “decisivo”? Según el documento oficial, la tarea primaria de la reforma consiste “en construir un mercado abierto y unificado regido por una competencia ordenada”. Las señales del mercado serán bienvenidas para resolver problemas como los que arrastran la industria -con sus excesos de capacidad instalada- y la actividad inmobiliaria (que también padece un fenómeno de extraordinaria sobreinversión). Las empresas estatales, que se manejan con prescindencia de la disciplina de mercado, tendrán que amoldarse. Y ellas concentran el grueso de la captación del crédito, provocando el desplazamiento de firmas privadas rentables. El sistema de precios será una brújula más adecuada para guiar el uso de los recursos si se le da lugar y se lo libera de la maraña de distorsiones.
El régimen de tierra rural, un tabú hasta el presente, estará alcanzado por la reforma. Los agricultores podrán acceder a su propiedad y transarla en un mercado unificado en el que concurrirán tierras urbanas y rurales en un pie de igualdad de derechos (incluyendo la posibilidad de utilizarlas para la construcción). De esa manera se piensa limitar el monopolio de los gobiernos locales en el control de las tierras, y permitir a los agricultores aumentar su capital de trabajo y participar más plenamente de la modernización del país.
El mercado ganará espacio en una diversidad de renglones que van desde el petróleo y el gas natural a la electricidad, la provisión de agua, el transporte y las telecomunicaciones. La intención de las reformas es facilitar el surgimiento de un entorno competitivo. El sector privado podrá desenvolverse así en condiciones favorables y sin la competencia desigual que hoy beneficia marcadamente a las compañías estatales. El capital privado “calificado” podrá instalar bancos pequeños y medianos, sujetos, eso sí, a una regulación muy estricta.
China se dispone a ampliar el acceso a sus mercados de los inversores extranjeros. La política se enmarca en una iniciativa de ida y vuelta que hará énfasis en la liberalización de mercados (incluyendo servicios como la logística, auditoría y el e-commerce), la apertura económica de sus ciudades del interior y costeras, la promoción de la cooperación regional y los acuerdos de libre comercio, y la autorización a los agentes privados -personas físicas y jurídicas- a invertir en el exterior. Ya sean inversiones físicas o de portafolios, joint ventures o fusiones y adquisiciones de compañías extranjeras.
La reforma se extenderá también al plano fiscal y a los sectores sociales. Esto incluye la educación, la salud pública y el cuidado de niños y ancianos. Las empresas estatales deberán girar el 30% de sus utilidades al gobierno -el tope anterior era del 15%-, lo cual podría constituir la base de un incipiente régimen de seguridad social.
¿Funcionará? Cómo saberlo si no se lo intenta. La tarea es exigente en grado sumo. China demuestra su voluntad y la ambición de sus propósitos. El tiempo dirá si tiene o no la pericia. Y, en última instancia, permitirá saber si el matrimonio entre el mercado y el partido único, una unión por conveniencia, puede continuar acomodando los perfiles antagónicos de los cónyuges.
Fuente: http://www.revistadebate.com.ar/?p=5147

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