jueves, 27 de junio de 2013

Mercado, planificación y socialismo

Para transformar el Estado y revolucionar la economía de un país, especialmente si se trata de un país subdesarrollado (y aquí hay que incluir Canarias), debe existir una fuerza política que vincule el desarrollo de las fuerzas productivas a la política cotidiana. El problema con los partidos conservadores y reformistas burgueses es que nunca se proponen y son siempre incapaces de cambiar el Estado y la estructura de intercambio. Administran el Estado al viejo modo capitalista, usando todas las estructuras y relaciones ya existentes.

Vincular el nivel de desarrollo con la política diaria significa asumir una posición contraria al Estado capitalista, darle verdaderamente el poder a los trabajadores y al pueblo y, a la vez, darle autonomía a las empresas del sector estatal y dinamizarlas sobre la base de una gestión eficaz y moderna. En muchos casos, el peso de la administración estatal debe reducirse para permitir una mayor iniciativa de los productores. Cualquier actividad del Estado que pueda ser gestionada por los colectivos e incluso por pequeñas empresas privadas, les debe ser transferida.

La diferencia esencial con una política de viejo estilo capitalista es que los comunistas nos mantengamos listos para transformar el sistema de propiedad siempre en la dirección del desarrollo de las fuerzas productivas. Lo que, a su vez, requiere la abolición de las viejas estructuras de la democracia burguesa y la construcción de un no-Estado al estilo de la Comuna, con una gran pluralidad de fuerzas sociales y políticas partidarias del socialismo y la promoción consciente de la sociedad civil.

En muchos países, como consecuencia del colapso del socialismo de tipo soviético, nuevas corrientes reformistas pregonan ahora la “importancia principalísima del mercado” y la “defensa de la democracia”. Sostienen que son defensores de la sociedad civil frente al Estado, y al mismo tiempo reniegan del marxismo. Tienden a hablar como si estuvieran descubriendo algo grandioso, cuando la verdad es que se limitan a defender la democracia formal burguesa y el Estado capitalista. Para encontrar el papel del mercado en la economía no era necesario renunciar al marxismo, pero estos “socialistas” lo han creído necesario para mejor asimilarse a lo impuesto por las potencias imperialistas.

Pero, precisamente, si algo caracteriza al socialismo es la búsqueda de la prosperidad común y de la desaparición de la polarización de la sociedad entre ricos y pobres. Y esto exige una continua revisión de la estructura de la propiedad, de modo que las clases sociales no se enquisten sino que tiendan a desaparecer y que los beneficios del desarrollo se distribuyan a todo el pueblo.

En este sentido, hablar de la “inevitabilidad del mercado” es no decir nada. ¿Acaso la inevitabilidad de los mercados implica la del capitalismo? Lo que no se atreven a decir esos valedores del “mercado” es que ellos lo que propugnan es el mantenimiento a cualquier precio de un mercado regulado para las grandes corporaciones capitalistas y controlado por éstas. Los mercados pueden cambiar mucho. Pueden ser revolucionados y reconstruidos por medio de la expropiación y la redistribución de la propiedad.

El verdadero problema es si el capital es inevitable o no lo es: el capital es inevitable mientras exista escasez y baja productividad del trabajo. Pero incluso si la circulación del capital es necesaria, el capitalismo como sistema político no es inevitable porque, una vez que comprendamos la determinación histórica del capital y su necesidad objetiva, la propiedad capitalista puede ser relativizada y reducida, sometida y dirigida por las fuerzas socialistas en el sentido que mejor convenga a los pueblos.

En un país desarrollado, el socialismo significa la superación del Estado y la ruptura de las relaciones especiales entre el Estado y los intereses empresariales de cualquier tamaño, abriendo espacio a nuevos sectores de producción de capital y nuevos sectores socialistas y a nuevas instancias de la sociedad civil. El socialismo debe estar dispuesto a transformar la estructura de la propiedad, a revolucionar la forma de combinación de empresas privadas y estatales, y no centrarse exclusivamente en la propiedad estatal, ni creer que la propiedad estatal debe implicar exclusivamente la gestión estatal.

La incomprensión de algo tan fundamental sirve para entender por qué ciertas economías socialistas perdieron finalmente en la competencia con las economías capitalistas y por qué no crearon una mayor productividad del trabajo. Si el socialismo “planificado y sin mercado” fue incapaz de superar a los países capitalistas, entonces, o el socialismo estaba fuera de lugar (conclusión a la que llegan muchas personas desilusionadas), o se trataba de un tipo de socialismo erróneo.

Por esta razón la planificación no debe ser asociada irreversiblemente al socialismo, siendo necesario juzgar a una y a otro separadamente. La irrelevancia del socialismo es impensable, mientras que la de una economía planificada puede entenderse. Si uno elige unir ambos conceptos indisolublemente, se arriesga a descartar el socialismo por la insólita razón de que ha fracasado en algunos países donde un determinado sistema de planificación centralizada fue incapaz de desarrollar completamente la economía.

Como explica Marx, “sin esto [un alto grado de desarrollo de las fuerzas productivas]: (1) el comunismo sólo puede existir como un evento local; (2) las fuerzas del intercambio mismo no pueden haber llegado a convertirse en fuerzas universales y, por lo mismo, no pueden ser fuerzas intolerables: seguirían siendo condiciones domésticas rodeadas de superstición; y (3) cualquier extensión del intercambio aboliría el comunismo local” [1]. Justamente lo que ha pasado.

[1] Karl Marx y Friedrich Engels. La ideología alemana.

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Teodoro Santana


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