martes, 10 de diciembre de 2013

Payasos. David Brooks. La Jornada

David Brooks
Los comediantes Jon Stewart y Stephen Colbert, ofrecen un gran respiro ante la torrente de propaganda, manipulación y noticias de todos los días.

En las obras de Shakespeare hay sólo dos figuras que se atreven a decir toda la verdad: el rey y el payaso, comentó el gran director de teatro Jonathan Miller a Studs Terkel, el extraordinario entrevistador e historiador oral. El rey puede decir absolutamente todo porque tiene autoridad suprema. “La otra manera de decir la verdad es no tener absolutamente ninguna autoridad, lo cual permite que la gente ignore lo que dices y, por lo tanto, estás en posición para decir lo que se te antoje… El payaso no tiene nada que perder, y el rey nunca puede perder lo que tiene”.

Todos los demás mienten o se callan o no lo dicen todo ante el temor de caer al nivel del bufón mientras intentan escalar hacia el rey, comenta Miller.

Un par de payasos/bufones en Estados Unidos, Jon Stewart y Stephen Colbert, ofrecen un gran respiro ante la torrente de propaganda, manipulación y noticias de todos los días. Cuatro noches a la semana en sus programas de cablevisión, Stewart como conductor de un noticiero ficticio, The Daily Show, y Colbert, quien asume la identidad de un comentarista conservador rico en su programa The Colbert Report, no sólo se burlan de las autoridades políticas o mediáticas, sino de toda noticia que les parezca absurda, pretenciosa o engañosa.

El resultado: ambos son puntos de referencia nacional. Stewart ha sido declarado como el periodista más confiable del país en una encuesta de la revista Time, y eso que es locutor de un noticiero ficticio. Según algunas encuestas, ambos son la principal fuente de información política para los jóvenes, el sector más codiciado del teleauditorio nacional.

Cada noche unos 2 millones sintonizan The Daily Show (tres veces la audiencia de CNN) para ver cómo Stewart y su equipo de corresponsales abordan las noticias, no sólo para reírse, sino para algo más serio, acercarse a la neta. Muchos se quedan para ver el programa de su colega que sigue inmediatamente después. Una nación desesperada y agradecida sintoniza a Stewart porque hace la tarea a la que los medios de noticias han abdicado: rastrear el historial público para hacer que los políticos y periodistas rindan cuentas, comenta Rolling Stone. Ambos se pueden consultar en (the dailyshow y colbert nation)

Lo que hacemos es crítica social, sólo que lo hacemos a través de la comedia, resume Stewart, quien ha comentado que aunque la sátira puede ser catártica y puede avergonzar a poderosos, en sí no cambia las cosas, y señala que esa es la diferencia entre ser un revolucionario y ser un satírico. Pero afirma: somos una expresión de la insatisfacción de la gente con las instituciones existentes.

Ambos son parte de una larga tradición de cómicos como críticos sociales que han impactado la cultura y el debate político nacional a lo largo de la historia de este país. Entre los genios de la sátira se tendría que mencionar a Mark Twain, o en algunos momentos Chaplin o Marx (Groucho), o los cómicos Lenny Bruce, George Carlin, Tom Lehrer y Richard Pryor, y hoy día Bill Maher, entre tantos más. Ni hablar de los grandes caricaturistas.

El uso del humor como arma de crítica social y política se ha expresado en diversos momentos. Por ejemplo, durante el movimiento antiguerra y anticapitalista de los 60, el líder de los Yippies, Abbie Hoffman, convocó a una manifestación masiva alrededor del Pentágono, donde prometió hacer levitar el enorme edificio. Las autoridades primero lo descartaron como una bobería más, pero por si las dudas desplegaron a sus fuerzas para ver si a fin de cuentas algo sucedía. En otro momento, al ganarse una beca de unos miles de dólares, la canjeó por puros billetes de un dólar, se subió con cómplices al balcón para turistas de la Bolsa de Valores de Nueva York y los hicieron llover, para ver cómo los corredores se volvían histéricos brincando por los billetes.

En la gran batalla en Seattle, donde decenas de miles tomaron las calles para frenar la reunión de la Organización Mundial de Comercio en 1999, activistas entrenados por el Ruckus Society y otros escalaron edificios y puentes, dejando caer mantas maravillosas contra la globalización empresarial, asombrando a las autoridades y provocando sonrisas entre todos los demás. Payasos y mimos caminaban detrás de ministros de los gobiernos del mundo, imitándolos. Hubo un momento en que un delegado ruso no aguantó la burla y sacó una pistola, gritando ya basta. El movimiento altermundista que arrancó ahí continuó usando títeres enormes para burlarse de los políticos que promovían el libre comercio y en una de las movilizaciones masivas en Washington, poco después, la policía secuestró a todos los títeres de un almacén –los primeros títeres presos políticos–, ya que aparentemente eran muy peligrosos.

Los Yes Men utilizan la burla para enfrentar a los grandes intereses empresariales, mostrándose como representantes de ellos en conferencias de prensa nacionales y en foros empresariales, lo que provocó respuestas en verdad histéricas de ejecutivos y voceros de empresas como Monsanto, Halliburton y Shell, o de la Cámara de Comercio. A veces sus actos son más sencillos, como durante los mejores días de Ocupa Wall Street, cuando las autoridades pusieron un cerco alrededor de la famosa escultura monumental de un toro en Broadway, símbolo del poder financiero, y colocaron policías y una patrulla para vigilar el sitio. Una mañana aparecieron dos payasos, con el vestuario clásico (zapatos gigantes, bolas en la nariz), y se brincaron la valla de metal. Los policías los empezaron a corretear dentro de la placita alrededor del toro y de repente apareció un matador, con capa, quien se subió en la patrulla para desafiar al toro. Ver

Los payasos rompen la maldición del juego de poder. Y tal vez más que en Shakespeare, a veces hasta desnudan al emperador. Son algunos de los mejores guías a Estados Unidos. Y a veces la risa es esencial al tratar de entender este país.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2013/12/09/opinion/035o1mun

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