lunes, 9 de diciembre de 2013

“El historiador debe discernir dónde empieza el falseamiento y la simplificación para construir un discurso que ya no es histórico sino demagógico”

Entrevista al historiador Juan Sisinio Pérez Garzón (I)


El Viejo Topo


Juan Sisinio Pérez Garzón es catedrático de historia contemporánea en la Universidad de Castilla-La Mancha. Ha investigado la historia social y política de la España contemporánea, con especial atención al proceso de la revolución liberal burguesa y la consiguiente construcción del Estado-nación en España, así como a la historiografía nacionalista y a las relaciones entre memoria e historia y a las implicaciones sociales de ambas en el oficio de historiador. Actualmente es director de la revista Vínculos de Historia, editada con criterios de interdisciplinariedad, con una apuesta explícita por el diálogo entre los especialistas en ciencias sociales. Entre sus publicaciones más recientes destacan: Las Cortes de Cádiz: El nacimiento de una nación liberal (1808-1814). Síntesis, 2007; la reedición de la obra de C. A. A. Hennessy, La República Federal en España: Pi y Margall y el movimiento republicano federal, 1868-1874. La Catarata, 2010; Memoria e Historia (con E. Manzano), CSIC, 2011; e Historia del feminismo, La Catarata, 2012 (Para más información: http://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=118507)
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El martes, 9 de julio de 2013, publicaba usted, con su compañero Eduardo Manzano Moreno, un artículo en El País que llevaba por título “¿Dinamitando puentes?” [1]. Me gustaría centrarme en él. Recuerda usted las “gloriosas y científicas“ declaraciones del ex presidente Aznar sobre los problemas que tiene nuestro país con el terrorismo islámico desde hace 13 siglos, desde la batalla de Guadalete en 711 (“Produjo escándalo esa visión tan epidérmica, tendenciosa e irresponsable de la historia”) y ahora, prosigue, “son historiadores los invitados a la llamada del Centre d’Història Contemporània vinculado al Departament de la Presidencia de la Generalitat de Cataluña para ser voces autorizadas en un simposio que con el título España contra Cataluña: una mirada histórica (1714-2014) pretende analizar la acción política “casi siempre de carácter represivo del Estado español en relación con Cataluña” en esos tres siglos, según reza su anuncio”. ¿Por qué habla usted de llamada del CHC? ¿Le parece mal a usted un simposio de esta naturaleza?
No es malo o bueno que las instituciones públicas de carácter político organicen encuentros o congresos sobre temas históricos. Al contrario, es algo casi consustancial con la historia, porque la historia tiene una característica constante: que todo poder ha usado el pasado para justificar el presente, por eso es un saber que siempre ha sido campo de batalla político. Quizás por su propia esencia de ciencia social. Ocurre con todas las ciencias sociales, recordemos que esto que hoy llamamos ciencias económicas nació como “Economía Política” con padres tan evidentemente comprometidos como Adam Smith, David Ricardo y Karl Marx. Otro tanto ocurrió con la historia. La historia pasó de ser la simple crónica de los poderosos a convertirse en el siglo XIX en una ciencia social con tres características que siguen siendo marca de origen. Nació como un saber nacional, esto es, como el arsenal que dio argumentos para la formación de los estados-nación que se forjaron en el siglo XIX en todo Occidente. En segundo lugar, por tanto, se transformó en una disciplina patriótica, fue la asignatura que debían aprender los ciudadanos de esos estados-nación para adquirir conciencia de identidad común y por eso se introdujo como elemento obligatorio en los planes de estudios. Y en tercer lugar, fue impartida desde el siglo XIX por profesores que tenían la condición de funcionarios de esos estados-nación. Así ocurrió por ejemplo en la España del siglo XIX. Por eso, tiene su lógica que el gobierno de la Generalitat de Catalunya, embarcado en un plan de transición hacia la independencia, eche mano del pasado para justificar sus aspiraciones del presente con la pretensión de anclar las razones de un nuevo futuro. Nada nuevo, por tanto, en este constante uso y abuso de la historia por parte de los poderes políticos. Pero también es lógico que haya historiadores que pensamos que ese uso cae en el abuso como parece traslucirse del enunciado de esta convocatoria para hacer la conmemoración o recuerdo de la fecha de 1714.
Mirando la lista de los participantes la mayoría, por no decir todos, son historiadores e intelectuales catalanes (de lo que no se infiere, obviamente, que todo historiador catalán haya querido participar; hay ausencias notables y más que significativas). ¿Por qué cree que es así? ¿No han sido invitados intelectuales de otros territorios españoles o de otros países?
Lo correcto en este caso es esperar a conocer los contenidos que plantean los historiadores invitados. En un congreso no caben todos, eso es lógico porque afortunadamente ahora mismo en España hay varias generaciones de muy buenos historiadores. Desde los años 70 al presente se ha desplegado un avance en el conocimiento del pasado como nunca había ocurrido antes en España y en esta renovación ha sido decisiva la figura y la obra de Vicens Vives y de sus discípulos, entre los que destacan Josep Fontana y Jordi Nadal, sin lugar a dudas. Todos somos deudores de un modo más o menos directo de sus propuestas metodológicas y de sus conceptos sobre la historia. El hecho es que estos tres autores han marcado un antes y un después para entender el extraordinario despegue de la historiografía española y su modernización y equiparación con la historiografía europea, tras la sequía franquista. Por eso, ahora hay tanta abundancia de buenos historiadores que el problema no está en si faltan unos u otros sino en confiar en que sus aportaciones nos enriquezcan para un mejor conocimiento de estos tres siglos de relaciones entre España y Cataluña donde obviamente el conflicto ha sido un factor que de ningún modo se puede obviar.
Tratarían de convencer a la ciudadanía catalana, afirman ustedes en su artículo, de que “su enemigo histórico es desde hace siglos el Estado español… como si hubiera un plan geoestratégico multisecular diseñado para dominar a la nación catalana.” ¿Acaso no lo es? ¿No existe tal plan de dominio? Aquí se habla en ocasiones, en frecuentes ocasiones últimamente, y no sólo entre historiadores nacionalistas conservadores, del intento de dominio y opresión del Imperio español o castellano sobre Cataluña.
Comentaba antes que en lo que denominamos “relaciones España-Cataluña” hay un factor de conflicto que no se puede obviar. Lo que pretendemos subrayar es bien sencillo: hay conflictos de una parte de la sociedad catalana con el Estado español, por supuesto, y existen momentos de graves desencuentros. Bastaría con recordar que Espartero, por ejemplo, bombardeó Barcelona en 1842. Sin entrar ahora en las causas, importa subrayar que Espartero no era un general más, era nada menos que el Jefe del Estado, el Regente, por minoría de edad de la reina y se desplazó a Barcelona con el presidente del gobierno. Este método de resolver un conflicto social y económico ha dejado huella, sin duda, en la memoria de los respectivos nacionalismos, del catalán y del español. Ahora bien, en ese devenir de las “relaciones España-Cataluña” también hay muchos y amplios períodos de una sólida coincidencia y de una indudable estabilidad, bien porque no había causas o intereses para la fricción, bien porque se planteaban negociaciones tan fructíferas como aceptadas, en general. Todo esto, pensando que nunca la sociedad es un bloque compacto y homogéneo como si fuera una bola de billar sin fisuras. Al contrario, las sociedades están estructuradas en clases sociales. No es momento para debatir cuántas ni si hay antagonismos de mayor o menos intensidad, pero hablar de sociedad española o de sociedad catalana es un modo de falsear simplificando la complejidad de intereses, de expectativas y de ideologías que se albergan en esa sociedad y transformarlas en bolas de billar que chocan entre sí de modo constante y permanente. Y eso sí que no se corresponde con ninguna evidencia documental, que debe ser el primer anclaje de todo historiador. Al contrario, abundan los pactos tácitos o explícitos entre las clases dominantes de Cataluña y las del resto de España, no me remontaré a la Edad Media, pero se podría hacer… hasta el presente. Podemos subrayar los momentos de conflictos para concluir que es una historia de acoso o también podemos sumar los pactos y llegar a concluir que éstos no se pueden borrar de la historia. En todo caso, para no ser más prolijo, lo que pretendemos plantear es que tanto los conflictos como los pactos no han sido entre sociedades homogéneas y cerradas sino entre sectores e intereses de las clases sociales que respectivamente las integran, por supuesto cambiantes en cada momento histórico; no tiene nada que ver el conflicto citado de 1842 cuando el bombardeo de Espartero con la entrada de las tropas de Franco en 1939 a las que le abrieron las puertas precisamente sectores sociales catalanes de muy notable rango. Quiero decir, en 1939 no hubo un conflicto entre la sociedad catalana y la española, eso sí que es falsear totalmente la realidad de la guerra civil y de la lucha de clases que hubo en esos años en todo el territorio español.
Convertida en un baúl repleto de agravios, afirman ustedes, la historia se convierte así en un fácil recurso para crear identidades antagónicas y para alimentar discursos demagógicos que tanto hacen peligrar la convivencia ciudadana. ¿No es así normalmente? ¿La historia como disciplina, usada políticamente, no suele jugar ese papel cultural?
Es cierto que esto es en gran medida consustancial con el carácter de ciencia social de la historia. Algo he comentado al principio. Conviene insistir en este último ejemplo que acabo de comentar, si alguien piensa que entre 1936 y 1939 hubo un conflicto entre la sociedad catalana y España no es sólo falsear la realidad sino mixtificar de modo trágico la sangre que derramaron tantos ciudadanos de Cataluña, de Andalucía o de cualquier rincón de España para construir una sociedad basada en la justicia y en la solidaridad social. Por eso, que el pasado sea referente para el presente es lógico e inevitable. Toca, sin embargo, al historiador discernir dónde empieza el falseamiento y la simplificación para construir un discurso que ya no es histórico sino demagógico. Demagógico porque no usa el razonamiento documentado sino el recorte de la realidad que no se ajusta a una meta política y además mezcla datos con prejuicios para provocar miedos o esperanzas y ocultar intereses de unos sectores sociales que dicen hablar en nombre de una unanimidad social que no existe nunca en ningún momento.
Cabe imaginar, señalan ustedes en su artículo con prudente ironía, la impaciencia con la que la Generalitat aguarda los resultados del simposio: “cabe que los resultados no sean los previstos y la Generalitat se encuentre con un análisis crítico, opuesto a lo que pretendía cosechar. En todo caso, el mal ya está hecho”. ¿El mal estaría hecho? ¿También los resultados son distintos a los que pretendían cosechar? ¿Ve probable que sea así?
Para esto no hay respuesta hasta no leer las ponencias que se presenten en este congreso. Lo cierto es que en la nómina de historiadores convocados hay autores de un destacado compromiso social y confiamos en que el concepto de solidaridad (así lo decimos) no lo apliquen solo hasta el valle medio del Ebro, porque, con independencia de los datos del debate sobre la balanza fiscal, lo cierto es que esos mismos datos pueden ser leídos en clave neoliberal, como hacen los sectores pudientes de todas las zonas ricas del mundo, o se pueden hacer lecturas socialistas, sin que esto no signifique que el actual sistema de repartos fiscales sea intocable ni totalmente justo.
Lo triste, afirman ustedes también, reside en que este congreso lance enunciados que ya de por sí son consignas, como hablar de “España contra el País Valenciano” o del “arranque del expolio económico en el siglo XVIII”. ¿Por qué esos enunciados son consignas? Por lo demás, ¿qué hay de malo en las consignas?
Quizás son enunciados que buscan llamar la atención, ojalá sólo sea un modo de atraer a más público para abrir un debate razonado. Ahora bien, un congreso de historia no debe ser un encuentro de publicistas que buscan el modo de vender más. El título de una ponencia o de una mesa redonda debe buscar ante todo la definición y explicación de las realidades sociales. Y precisamente esos dos ejemplos son definiciones que no se corresponden con los hechos. Ni España ha sido un enemigo o un contrincante para el País Valenciano, por más que toda historia siempre albergue conflictos. Tampoco se puede plantear la idea de expolio económico con esos términos por algo muy elemental. El expolio económico en la sociedad del siglo XVIII lo sufrió la enorme mayoría de la población campesina que existía desde Girona a Cádiz y desde Coruña hasta Murcia, y ese expolio lo realizaron al alimón tanto la corona como los aristócratas y eclesiásticos titulares de las tierras de señoríos cuyos intereses estuvieron perfectamente ensamblados, por más que en ese bloque de poder político y social hubiese diferencias y luchas por controlar instituciones y territorios. Además, sería incluso muy discutible si en aquel siglo el Estado era ya la expresión de una nación española o era esa la suma de poderes estamentales asentados sobre los enormes teritorios que incluían tanto la península como América y las Filipinas. Esto es precisamente lo que es rechazable de esos títulos: que falsean la realidad para convertirse en consignas, porque no se puede hablar en pura lógica de España como entidad política nacional en el siglo XVIII y, tal y como se plantea, se olvida que el expolio era de una clase contra otra, no de una nación contra otra.
Los organizadores del evento, de nuevo les cito, “puede que pretendan crear una audiencia no de ciudadanos, si no de patriotas, pero están jugando con fuego. La búsqueda de los ultrajes que se remontan a la noche de los tiempos no puede más que excitar las emociones más primarias en un tema tan altamente inflamable.” ¿Es así en su opinión? ¿Se juega con el fuego del patriotismo ultrajado para separar ciudadanos y pueblos?
En la historia de los nacionalismos el agravio comparativo es una constante, y conviene insistir en lo planteado antes, que los expolios o agravios sobre todo son realizados por clases o grupos sociales contra otros grupos más débiles. Es cierto que también existen opresiones interclasistas que afectan a toda una sociedad. Por ejemplo, la dictadura de Franco persiguió el uso de la lengua catalana y esto concernía a todos, sin diferencias de clases. Ahora bien, esa larga dictadura contó con el apoyo explícito de importantes sectores sociales catalanes desde el primer momento porque consideraron un tema menor el uso de la lengua y que, por el contrario, lo primero era cercenar cualquier ideología considerada contraria a sus ideas e intereses. En 1939 no hubo un desencuentro o un conflicto, como se ha dicho, de la sociedad catalana con la sociedad española. No existían esas dos sociedades como dos bolas de billar compactas e internamente homogéneas, la de España frente a la de Cataluña. Fue una lucha de clases o guerra civil en la que destacados sectores catalanes tomaron el mismo partido que, por ejemplo, los terratenientes andaluces, por encima de sus diferentes lenguas maternas.
Le pregunto ahora sobre este paso: “Pero en un debate que debería ser riguroso y sosegado, que debería fomentar el respeto recíproco y que debería establecer cuáles son las consecuencias para cada una de las dos partes de las decisiones que democráticamente acaben tomándose en el futuro, no deberían tener ningún lugar los fantasmas del pasado”.
De acuerdo. Vamos allá.
Nota:
[1] http://elpais.com/elpais/2013/06/28/opinion/1372415435_331064.html
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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