Lo primero que quiero
decir es que me parece que el libro que me ocupa es, sin reservas, un
buen libro. Es un análisis muy riguroso, preciso y claro de los desafíos
que tiene hoy planteada la democracia contemporánea. Es además, una
apuesta clara por la democracia como el único sistema basado en la
soberanía de los ciudadanos, como la única realización posible de la
igualdad política. Las críticas a la democracia que tenemos, dice el
autor del libro, no deben cuestionar la democracia desde alternativas no
democráticas ni favorecer su contrario.
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El tema, ya l o
sabemos, está muy vivo. Las últimas movilizaciones ciudadanas en el
mundo de carácter emancipatorio se han hecho en nombre de la democracia.
Algunas de ellas, también lo sabemos, se han dado en países cuyos
gobiernos se presentan como democráticos. Hay, por tanto, una escisión
entre esta demanda democrática y lo que funciona realmente en su nombre.
El análisis de esta escisión pasa por una crítica de la democracia
realmente existente. Esta crítica, cuando mantiene la exigencia
democrática, puede plantearse en dos registros. Un registro sería el del
cuestionamento radical. Este camino nos llevaría a decir que no estamos
en una democracia sino en una oligarquía liberal ( que contiene, eso
sí, algún elemento democrático). Era la postura que mantenía, por
ejemplo, Cornelius Castoriadis ( al que el autor solo cita puntualmente y
como referencia de otro pensador). Para Castoriadis una sociedad
democrática es autogestionaria. Es la que sostiene, por ejemplo, Jacques
Rancière, que dirá que estamos en una sociedad policíaca ( con todos
los matices que queramos). El problema es que Castoriadis señala un
listón tan alto en su concepción de la democracia que choca con
cualquier exigencia posibilista. El caso de Rancière es aún más extremo :
cualquier forma de gobierno acaba siendo no democrática en cuanto que
estructura un orden nuevo en el que aparecerán nuevos excluidos. Pero
hay otros planteamientos republicanos socialistas, como el de Gerardo
Pisarello por ejemplo, que me parecen más interesantes porque son más
concretos, más realistas a pesar de su radicalidad. Pisarello desarrolla
su planteamiento en un libro que va muy bien para contrastar con el de
Greppi y que se llama Un largo Termidor. La ofensiva del
constitucionalismo antidemocrático ( Trotta, 2011). Para Pisarello lo
que él llama tradición republicana defiende una constitución democrática
y social y lo que él llama la tradición liberal defiende un
constitución oligárquica. Es, para él,de alguna manera, un reflejo de la
lucha de clases.
El punto de vista de Greppi es
diferente porque él no habla de estas dos tradiciones como antagónicas,
sino que defiende la existencia de una democracia liberal. La crisis de
lo que llama el constitucionalismo democrático ( que defiende como
Pisarello) no se plantea en los términos de conflictos de clases
sociales, sino como una lógica más compleja producido por muchos
condicionantes. Greppi no utiliza nunca la palabra oligarquía para
referirse a los gobiernos actuales. Cuando se refiere a los poderes que
para Castoriadis, Rancière o Pisarello son los oligárquicos ( que serían
el poder económicos de las multinacionales, por ejemplo, o de las
élites de los partidos políticos) para Greppi es un poder difuso que
cuestiona la separación de poderes. Sin necesidad de pronunciarse de una
manera drástica la polémica que he citado, sí me parece que Greppi
diluye excesivamente la intervención de estos poderes y el contexto que
los produce, que es el Sistema-Mundo Capitalista. Hay que reconocer, de
todas maneras, que Greppi, entra con un gran rigor en las cuestiones
concretas de la democracia representativa. Para él no hay opción posible
y descarta considerar, por ejemplo, formas de democracia más directa o
posibles opciones históricas alternativas a la elección de
representantes como el sorteo, que hoy plantean considerar en nuestros
país filósofos como José Luis Moreno Pestaña. Centrado en la defensa
inevitable de la representación el problema es, para Greppi, como
transformar lo que hoy es una ficción en algo vivo. Por una parte se
trata de eliminar la distancia entre representantes y representados.
Esto es dificl porque, entre otras cosas, los ciudadanos son cada vez
más heterogéneos y cada vez menos un grupo compacto ( en el sentido que
sea : social, ideológico..). Pero sobre todo, se trata, para Greppi, de
introducir la deliberación. Deliberación, dice, mediada por las
instituciones democráticos. La verdad es que no me queda demasiado claro
como se concretaría esta propuesta, lo cual no quiere decir que no sea,
de entrada, una buena propuesta. De salida lo será si encontramos los
medios para llevarla a la práctica.
Todo esto nos
lleva a la cuestión de la opinión pública. La opinión pública debe
existir y esto implica ciudadanos informados y formados políticamente.
Greppi ya señala que los medios de comunicación de masas no están por la
labor, pero quizás aquí haría falta entrat más a fondo y más
radicalmente en el tema. Greppi señala certeramente la influencia
progresiva y nefasta de lo que podríamos llamar el poder de la imagen :
la publicidad, los nuevos comunicadores, la publicidad.
Andrea Greppi señala la deriva de nuestra democracia a partir de la
confusión de poderes, el vaciado de la opinión pública crítica y como
consecuencia de la ruptura entre representantes y representados. Señala
también el efecto negativo del neoliberalismo, sobre todo por su
cuestionamiento del constitucionalismo democrático, es decir de la
necesidad de unas leyes o normas básicas claras sino más bien como un
entramado complejo que se puede manejar de diferentes maneras. Este es
un punto sobre el que valdría la pena profundizar y que evidentemente
tiene que ver con la llamada sociedad líquida y sociedad del riesgo. Es
un gobierno indirecto con muchas ramificaciones, como muy bien nos
muestran los estudios de Nikolás Rose actualmente. Pero los sistemas de
control, aunque no tengan una cabeza visible, a mí me parecen, al
contrario que a Greppi, claros. Él mantiene que hay una especie de
lógica de decisiones irresponsable en la que ni se preveen ni se valoran
sus consecuencias. Yo no lo tengo tan claro, más bien me parece que lo
que hay es una lógica estructural del capitalismo en la que lo que se
potencia es la acumulación sin límite del gran capital. El tema es,
desde luego, complejo.
Otro debate interesante que
aparece en el libro es el de la relación entre democracia y verdad, como
actualización del debate entre Sócrates y Protágoras sobre si la
política necesita una formación específica o es una capacidad universal
innata en el ser humano. El debate, en definitiva, sobre si hay un saber
en política o e ssimplemente un contraste de opiniones. Y las
consecuencias de cada una de las dos posiciones. También la cuestión,
relacionada con esta, de la educación política en una sociedad
democrática.
Andrea Greppi, Profesor de la
Universidad Carlos III de Madrid, señala muy bien quién es el contrario
de la democracia : la combinación de populismo y tecnocracia.
Ciertamente es mucho más grande este peligro que el del resurgir de los
totalitarismo, porque es resultado de la propia inercia del sistema.
Greppi hace un buen repaso de las teorías democráticas más actuales, con
una posición crítica interesante frente a pesos pesados como Habermas o
Rawls. Lo que acaba apuntando es la necesidad de responder a esta red
ambigua de poderes con un nuevo impulso del constitucionalismo
democrático en la línea de filósofos políticos como David Held, que
pretenden potenciar una salida cosmopolita y democrática frente a esta
degradación actual de la democracia. Hay que definir unas reglas de
juego claras y transparentes para todos y saber mantenerlas.
El libro, como he dicho al principio, vale la pena leerlo y trabajarlo,
aunque quizás necesitaría una estructura algo más sintética en un
desarrolo, que es, para mi gusto, demasiado academicista para el lector
no especializado.
La democracia y su contrario. Representación, separación de poderes y opinión pública.
Andrea Greppi
Madrid: Trotta, 2012
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