jueves, 13 de junio de 2013

Por una moneda común sin Alemania, o con Alemania pero no al estilo de Franckfurt

Frédéric Lordon
Le Monde diplomatique

Traducido del francés por Carlos Debiasi y Susana Merino

Como la balsa de la Medusa, la Derecha Acomplejada (DA, ex-Partido socialista, ver «Le balai comme la moindre des choses» de abril de 2013.) se aferra ahora a las hipótesis más rigurosas para evitar hundirse en cuerpo y alma en la vergüenza histórica. Un audaz batallón de «responsables del PS francés y el SPD alemán», por ejemplo, definió por fin el origen del «mal europeo» el cual teme, con razón, tener que sufrir: es «la alianza neoliberal y conservadora mayoritaria, « Ensemble, poursuivre le projet de l’Europe », Libération, 7 de mayo de 2013, que comprende a Angela Merkel y a David Cameron. Que David Cameron sea Primer Ministro de un Estado que no pertenece a la zona euro se considerará en una primera aproximación como un alistamiento admisible puesto que se trata de demostrar que, estaba bajo la benévola tutela de todo la DC europea, la moneda única tendría la cara progresista y sonriente que resultaría una inversión característica de su sucia cara de la austeridad presente. Bernard Guetta (periodista francés), intelectual orgánico de la DC europea, dice otra cosa y ni siquiera nos muestra la luz al final del túnel: «La Unión Europea no es genéticamente de derecha. Está coyunturalmente a la derecha, lo que no es en absoluto lo mismo, ya que lo que las elecciones hicieron, otras elecciones pueden deshacerlo. Es necesario que cese la falsa y mortífera definición de Europa por sus políticas del momento (Bernard Guetta, De l’urgence de savoir défendre l’Europe » , Libération, 26 de febrero de 2013).
La Europa constitucionalmente ordoliberal
Vamos a despabilar a Bernard Guetta -y sus amigos acomplejados con él- sin perjuicio de que la luz al final del túnel termine por aparecérsele como los faros del tren que llega de frente. En materia económica, la Unión Europea no tiene política, en el sentido muy preciso de una posibilidad discrecional de iniciativa. La Unión Europea no tiene política «coyuntural», es decir, la política cuyas orientaciones vienen determinadas por los partidos «coyunturalmente» en el poder, ya que se fijó irrevocablemente toda la política económica europea en textos con valor casi constitucional. La Unión entonces no tiene otra política que la política «estructural», o para decirlo mejor política constitucional, es decir, política en forma de normas inscritas en los Tratados, e incluso dedicadas a funcionar independientemente de todo dato propiamente coyuntural.
Las desastrosas políticas de austeridad presentes no son de ningún modo el efecto de alguna «decisión coyuntural». Son el resultado del funcionamiento mecánico de las disposiciones del Tratado de la UE y del pacto de estabilidad. No hay política coyuntural ya que ningún dato coyuntural podría añadir algo cuando ya se escribió todo. Cuando se organiza la independencia del Banco Central Europeo (BCE), ya nada más se le puede pedir puesto que se le dio constitucionalmente la misión de no responder (Ya no hay que esperar para que ocurra eventualmente un milagro como el programa OMT (véase nota 19) tres años después del principio de la crisis…). Cuando se insiste en grabar en el mármol (Tratados de Maastricht, Niza, Lisboa y sus pactos adicionales) que los déficits deben seguir siendo inferiores al 3% del PIB y las deudas al 60%, no hay más que llevarlo a cabo ya que no hay nada que discutir, y bajo la vigilancia reforzada de la Comisión (Leer «Les croyants, Europe, droit d’inventaire», Anne-Cecile Robert, Le Monde diplomatique, juin-juillet 2013. En Español.
Es lo propio de la construcción monetaria europea, la política económica de los Estados miembros se ha vuelto un puro y simple asunto de piloto automático. Se reconoce allí por otra parte la mano “ordoliberal”, querida por Alemania en primer lugar, pero ratificada por los demás países, en particular por Francia, al igual que toda una época que ha decretado que la soberanía era la peor de las cosas, el reino de lo arbitrario y del desatino, la plaga que debe neutralizarse a toda costa —pagar sin parpadear- es la democracia. Poner sin problemas a Fulano, a Mengano o a Zutano a la cabeza del Estado es totalmente indiferente, como lo certifica bastante bien, por otra parte, la perfecta continuidad de la austeridad de Sarkozy y la de Hollande.
¿Bernard Guetta ha señalado que algunos (falsos) socialistas y verdaderos derechistas se suceden unos a otros en un alegre tiovivo en Portugal, Grecia, Italia, o España, sin que nada cambie un ápice? No, no lo ha hecho. Es cierto que tampoco señaló que uno de los motivos de escándalo del TCE (Tratado por el que se establece una Constitución para Europa) de 2005. ¡Como todos los Tratados anteriores! residía precisamente en esa aberración que consiste en haber constitucionalizado contenidos sustanciales de la política pública (la famosa parte III), es decir, haberlos retirado de la política ordinaria, la política democrática, que es, por definición, una exigencia permanente de entrega pendiente y de reversibilidad. Guetta y el DA pueden por lo tanto esperar mucho tiempo para que se produzca una revocación «coyuntural»: lo susceptible de darse vuelta no existe, se suprimió. No hay revocación posible de la «política coyuntural» cuando no hay más «política coyuntural». Y he aquí el tren de frente para este pobre Guetta, víctima de sus propias antifrases: Europa no es coyunturalmente de derecha, lo es constitucionalmente.
Se podría entonces desear formular una «política constitucional», es decir, rehacer las normas. Los Estados miembros además pueden hacerlo, pero desgraciadamente solo… para automatizar más aún la cibernética económica que sustituyó a la política democrática. El «two pack» y el TSCG (Tratado sobre la estabilidad, la coordinación y la gobernanza, el pacto presupuestario europeo), uno validado por Sarkozy y el otro votado por Hollande, es decir, la posibilidad de la «alternancia coyuntural», conforman indudablemente la «política constitucional»… pero para peor, es decir:
  • 1) endureciendo las normas (0,5% de déficit estructural que se añade al 3% de déficit corriente),
  • 2) extendiendo su ámbito de aplicación (las reformas de ajuste estructural después de las obligaciones financieras) y
  • 3) reforzando los dispositivos de vigilancia y sanción («semestre europeo», validación previa de la Comisión de Presupuestos nacionales).
Formidables progresos, sin duda… pero constitucionalmente alemanes
Aparte de Guetta, Quatremer (periodista francés) y los ideólogos orgánicos de la DA europeísta, todo el mundo conoce perfectamente que el origen de esta anomalía democrática -sin equivalente en el planeta- de neutralizar íntegramente los instrumentos soberanos de la política económica, obviamente sin la menor posibilidad de reconversión a nivel supranacional, está en Alemania. Algo preocupados por los cuestionamientos que ven abrirse camino en las opiniones europeas, han alumbrado una idea, de una enorme sutileza «salvar a» Alemania (puesto que Alemania=pareja franco-alemana=Europa…) a cargo de su canciller «coyuntural», efectivamente, Ella. Por eso ahora están repitiendo que «es culpa de Merkel», poderoso análisis a partir del cual invitan a sacar las siguientes conclusiones:
  • 1) tan pronto como Merkel desaparezca la austeridad solo será un recuerdo, con más razón cuando
  • 2) habremos superado definitivamente los pequeños inconvenientes transitorios de un federalismo inacabado y surgirá la «Europa política».
Ni la alternancia ni el rebasamiento federal ni ninguna otra cosa regularán el problema congénito de la construcción monetaria europea, problema debido a una participación alemana originalmente colocada bajo el ultimátum «o se siguen mis condiciones o nada». Desgraciadamente para nosotros, estas condiciones consistieron precisamente en la neutralización constitucional de las posibilidades de la política coyuntural… Ahora bien, las condiciones de Alemania no eran negociables al principio y tampoco lo serán en el futuro, porque forman parte intrínseca de la misma Alemania que además ha prometido no abandonar, la adopción pura y simple de su modelo «ordoliberal» de la política económica y la organización monetaria que se colocó desde el principio como la condición sine qua non de su entrada en la moneda única. Francia dijo sí. El resto la siguió.
Este dato es infinitamente más poderoso que las alternancias electorales en Alemania, a las enmarca, por otra parte, y se trasladaría igualmente a cualquier proyecto de «exceso federal» que incluyera a Alemania, ya que el ultimátum original se hallaría lógicamente prorrogado en cada nueva etapa. Esta es la razón por la cual no es posible imaginar que se puede volver tan pronto y nuevamente a soñar despierto. Ya que la resolución alemana en esta materia no se ha debilitado y que quizá con las desilusiones de la crisis y las obligaciones de rescate en la que se vio involucrada haya incluso ganado fuerza. Pero la obsesión monetaria alemana se convirtió en el voluntario punto de ceguera europeísta que ya solo puede elegir entre la negación o hacer como si no pasa nada, como si la independencia del Banco Central, la exclusividad de sus directivas antiinflacionistas y la ortodoxia presupuestaria formaran parte de «la naturaleza de las cosas», sin que nunca hubieran tenido nada específicamente alemán.
Que los demás países, con la Francia socialista neoliberal a la cabeza, se congreguen eventualmente con reticencia primero y luego de cierto tiempo y sin lugar a dudas con entusiasmo, no quita sin embargo ni una pizca de importancia al argumento genealógico que recuerda que esas cláusulas son la causa alemana, de la que una hipotética Europa sin Alemania habría podido eximirse mientras que una Europa con Alemania está condenada a permanecer estancada.
Debido a que Alemania quería sacralizar sus propios principios de política económica, no encontró una solución mejor y más simple que inscribirlos en los Tratados. Y dado que esos principios prohíben toda acción discrecional en favor de una automatización de la «estabilidad», todos los Estados miembros de la zona euro entraron en un régimen inédito de «política económica ‘normatizada’». Por eso es necesario repetir, como a los sordos, o a los mentirosos, que la anomalía democrática de constitucionalizar normas intangibles de política económica y cancelar toda posibilidad de «política coyuntural», es decir de apertura, a través del juego de las alternancias electorales, de elegibilidad de políticas económicas opuestas ofrecidas a los cuerpos sociales, constituye una anomalía que debe mucho, si no todo, a la idiosincrasia alemana.
La «germanofobia» o el asilo de la ceguera europeísta
Este es el momento en que generalmente las grandes conciencias entran en escena, totalmente de acuerdo con la historia desde sus altaneras perspectivas que abarcan el mundo entero, personalmente responsables de la paz continental –uno recuerda irresistiblemente a Oriane de Guermantes, «China me preocupa…»– estas autoridades morales piensan indistintamente que criticar a Alemania significa invocar la imagen del «boche» (despectivamente «el alemán», N. de T.) que desencadenó las guerras mundiales. Y todo el ejército de «medios pelos» aplaude y repite mecánicamente la palabra de las autoridades… diciendo inmediatamente lo contrario si la «palabra» cambia de sentido, y efectivamente podrían señalarse desde ya quienes dirán lo contrario cuando la palabra cambie de sentido. Exactamente como sucedió en 2008, cuando se permitió gritar contra las finanzas luego de haber ensalzado durante dos décadas a la modernidad y como dirá muy pronto lo contrario sobre el proteccionismo luego de haberla gritado junto a Lamy que era la xenofobia misma. Por ahora, sin embargo, las autoridades están aterrizando y no han dado hasta ahora señales de cambio. L’Expansion se indigna de «las patéticas… polémicas en sus tufos antigermánicos» L’Allemagne est-elle responsable de l’austérité en Europe , 29 de abril de 2013, sin clara conciencia del patetismo de sus propios estereotipos y de su simple y pura repetición como un loro.
Sin gran conciencia tampoco de que lo que retrotrae, en la actualidad, a los nacionalismos se encuentra en los efectos combinados de la depresión generada por la austeridad y por la pérdida de soberanía, es decir en la expresión, política y económica de la construcción monetaria europea arquitectónicamente estructurada a la alemana. Porque se trata sin duda de uno de los mayores éxitos europeos y un verdadero progreso hacia la paz y la amistad entre los pueblos aunque ahora se vea a la jefa del Estado alemán representada como un oficial nazi en las manifestaciones de los países devastados por la austeridad como se ve también el desprecio casi racista de las élites y en parte de la prensa alemana hacia los «atrasados de la periferia».
Viendo como siempre la infamia en las palabras y no en los hechos, las «conciencias» que se han empeñado por décadas en impedir los debates, han decidido ahora culpar a la «germanofobia» de la puesta en tela de juicio de todo lo que la unión monetaria debe a Alemania y todo análisis derivado. Entre otros los semiinstruidos, persuadidos tal vez de haber logrado el colmo de la sofisticación intelectual, han encontrado un argumento de alto vuelo: el «esencialismo» como posible réplica supuestamente fatal para toda objeción en la materia. Decir «Alemania no puede dejar de hacer esto» sería afirmarla en una insuperable esencia, abominable asignación de la que se nutren todos los racismos. Para esos espíritus descolocados, aunque tampoco demasiado en un punto está la esencialización naturalizadora y racista y en el otro la libertad de la cultura (desgraciadamente sería necesarias muchas páginas para deshacer estos diseños de pobres pensamientos, antinomia perfectamente escolar de la «naturaleza» y de la «cultura», cuya altura visual es de periodistas con pretensiones intelectuales) capaz de todo si se lo propone pero nada entre ambos. No existe ningún lugar especial para la idea de que existen en las sociedades variables simbólicas de largo plazo, expresadas en lo que muchos autores han llamado con acierto «el espíritu de las instituciones» (Ver por ejemplo, Denis Richet, La France moderne, l’esprit des institutions, Flammarion, 1991, o Vincent Descombes, Les institutions du sens, Medianoche, 1996) «largos períodos» que significan que está permitido pensar y que existe una pertenencia plena de tales «invariables» relacionadas con los hechos culturales y su relativa inercia histórica, es decir que existe la imposibilidad no de cambiar sino de hacerlo como quien cambia de camisa.
Francia tiene las suyas, la fuerza de la idea de la igualdad (aunque tan burlada en los hechos), la adhesión al poder tutelar del Estado social. Alemania también las tiene. El gran mito colectivo alemán de la posguerra es monetario, punto de inversión destinado a sustituir un sentimiento nacional impedido de expresiones patrióticas chovinistas luego de la derrota. Objeto de orgullo pero también traumático, por lo menos según lo que se cuenta –equivocadamente– en la narrativa nacional alemana, sometida a las mismas delirantes extorsiones que la narrativa familiar de los psicoanalistas. Porque la narrativa alemana señala la inflación de 1923 como cuna del nazismo, mientras que debería buscarse en la Gran Depresión producida por la austeridad de Brünning, en efecto, 1931 está más cerca de 1933 que 1923… Pero poco importa que esté bien o mal fundada la historia que cuenta la sociedad alemana: ella la cree y es la única realidad simbólica que importa. Lo cierto es que el trauma alemán ha convertido en no negociables sus propias obsesionas monetarias y ha sometido al resto de los países europeos a compartirlas o si no nada.
A los intelectuales europeístas que omiten sistemáticamente plantear el problema a menos que simplemente lo ignoren, hay que recordarles que esta idea monetaria fija de los alemanes, tal como la entronizó Hans Tietmeyer, último presidente del Bundesbank antes del euro, en la iglesia San Pablo en Frankfurt, ¡nada menos!... y se comprenderá, tal vez, la dimensión del problema, la fijación monetaria, en consecuencia, establece el único marco legítimo del debate democrático alemán y lo delimita, eliminando toda posible chance, de ser significativamente tenida en cuenta, a cualquier otra posición.
Imaginarse que en tales condiciones el SPD, hipotéticamente de vuelta, podría torcer más que apenas marginalmente los mandatos que derivan mecánicamente de la convicción monetaria alemana es un sueño ingenuo, debido precisamente a que esta creencia forma parte de un poderoso consenso interpartidista al punto, por otra parte, de que la política económica (monetaria y presupuestaria) sale pura y simplemente de la órbita de los temas discutibles.
Se dirá que ninguna creencia es tan rigurosamente unánime que no pueda revertirse algún día y por lo tanto tampoco la creencia alemana. Y sería correcto, porque hasta las variantes simbólicas de larga duración son trabajadas por la historia y terminan por superarse. Pero el problema, desde el punto de vista práctico será ¿Cuándo? Sin duda existen en la sociedad alemana algunos fermentos de disenso, opiniones dispuestas a echar por la borda el dogma monetario con toda su ortodoxia. Pero ¿Dónde? y sobre todo ¿Cuánto? Si es preciso esperar el largo tiempo de la tectónica de las placas simbólicas y a que el cuerpo social alemán realice tranquilamente su camino para revisar sus enfoques monetarios, entonces la respuesta es no. Los pueblos estallan en Europa y el tiempo de la paciencia se ha terminado, el de la «Europa social» esa farsa siniestra de la Compleja Derecha francesa, como la del gran «aggiornamento» monetario alemán.
La moneda común… con o sin Alemania (como ella quiera)
El tiempo de la paciencia ha terminado pero ha llegado el de hacer algo distinto. Otra cosa, con Alemania si por ventura esa otra cosa le procura la tentación de formar parte de ella y apresura sus propias revisiones. Y si no sin ella. Digamos las cosas honestamente, por ahora, viendo Alemania en su propia dominación la confirmación cuasi experimental de lo bien fundados que son sus puntos de vista, la hipótesis de que se «integre» no es la más probable… Entonces probablemente «sin» ella ¡Y amén!
Solo se opone momentáneamente el mito del par franco-alemán, ciertamente con toda la fuerza de un mito en el que los creyentes prefieren morir de acuerdo con sus principios que salvarse contra él. Pero este mito es esencialmente «francés», no se puede dudar ni un instante que si fuera necesario Alemania estaría perfectamente dispuesta a volver a cabalgar sola, volviendo a su Sonderweg (su propio camino, N. de T.) y a deshacerse de Francia en el primer recodo. Y como mito «francés» lo es esencialmente de las élites, es decir que aparte de los efectos de la propaganda europeísta y sus esfuerzos intimidatorios por no llamarlos de terrorismo intelectual -¿cuántas veces se profetizó la guerra en la campaña del referendo de 2005?- no forma parte fundamental de la gramática simbólica del cuerpo social. El banco central independiente, la obsesión por la inflación, la ortodoxia presupuestaria y el rechazo místico de la política contracíclica. Todas esas ensaladas no son materia factible de producir en el cuerpo social francés, no son estremecimientos sagrados, como en Alemania. Y a la inversa de lo que sucede en Alemania, pertenecen plenamente de derecho al dominio de las cosas políticamente discutibles, a la inversa asimismo de lo que la misma unión monetaria europea se ha esforzado en prohibir.
De modo que sintetizando podemos decir que destruir la actual construcción europea, para reconstruirla de otra forma con quién quiera hacerlo, no tiene otro desafío que volver a encaminarse con los principios democráticos y de soberanía popular que ningún europeísta ha dejado de ver continuamente burlados durante dos décadas, principios de elección política y económica que –tanto en sus orientaciones como en su organización institucional– forman parte irrefutablemente de la deliberación colectiva.
Pero aún es posible decir algo más. Y especialmente que más allá de la satisfacción de los principios formales de la democracia no está prohibido incorporar algunos otros contenidos sustanciales que tendrían el buen gusto de liberarnos de la espantosa situación presente. Es un problema que uno no capta sino después de haber hecho una primera comprobación de que es imposible tener una moneda única si previamente no se ha realizado una auténtica y completa construcción política y una segunda, la de la imposibilidad de lograr esa construcción política en breve plazo, el único plazo que cuenta ante la extrema urgencia de la crisis, dado que los amables requerimientos de infinita paciencia han agotado ya todo su crédito.
Si la moneda única no es posible, todavía nos quedan las monedas nacionales. Es necesario repetir que esta es una solución absolutamente practicable, que tiene de por sí instituciones políticas y simbólicas ya establecidas, susceptibles de ser reconstruidas instantáneamente y finalmente que el 90% de los países del planeta vive con monedas nacionales sin que se advierta que esa condición les produzca un irremediable infortunio. Pero también se puede no abandonar totalmente la idea de una Europa monetaria y continuar explorando otros posibles caminos. No evidentemente el de la moneda única pero sí el de una moneda común. Esta idea no es totalmente nueva (Ver por ejemplo Crise, la croisée des chemins , 7 de mayo de 2010. Jacques Sapir la menciona regularmente junto con la vuelta a una moneda nacional otorgándoles preferencia tanto a una La disolución de la zona euro: una solución razonable para evitar la catástrofe , documento de trabajo CEMI-EHESS, de noviembre de 2012, como a otras ¿Es necesario salir del euro?, Límite máximo, 2012, o Faut-il sortir de l’euro?, Seuil, 2012.
Pues bien, se trata de una idea de la que hay que seguir hablando, cuando el deshielo del debate de la izquierda en Alemania, por bienvenido que haya sido, no evoca más que reactivaciones del SME (Sistema monetario europeo). Ver, en particular, la posición adoptada de Oskar Lafontaine: Pour un nouveau Système monétaire européen o en inglés We need to restore the European Monetary System, 30 de abril de 2013, así como el documento de Heiner Flassbeck y Costas Lapavitsas The systemic crisis of the euro: true causas and efectiva terapias , Studien, Rosa Luxemburg Stiftung, mayo de 2013… cuando no lo hace, aunque hacia la derecha, el regreso al deutschemark (A la imagen de las posiciones de AfD, Alternativa für Deutschland).
Entre la moneda única y el SME renovado: lo mejor de dos mundos
Entre la imposible moneda única y las monedas nacionales en el marco del SME, la moneda común restablece la posibilidad del ajuste de cambios –excluido por la construcción de la moneda única– evitando la inestabilidad de un sistema de monedas nacionales independientes. Pero no sin importar en qué contexto. Efectivamente la moneda común no producirá beneficios sino dentro de cierta arquitectura: que establezca una moneda europea (el euro) pero manteniendo las monedas nacionales, es decir, los E-Fr, los E-Lira y hasta podría imaginarse los E-DM.
Las denominaciones nacionales se expresen en cierta paridad fija con relación al euro que también sería convertible en los mercados de divisas externas, de modo que las denominaciones nacionales encontrarían su paridad externa a través del euro. La estrategia sería entonces la siguiente:
  • Las denominaciones nacionales son convertibles entre sí pero únicamente en la ventanilla del Banco Central Europeo (Por intermedio por supuesto de los bancos privados o de oficinas autorizadas, pero que no harían más que transmitir las órdenes al BCE y les estaría prohibido realizar transacciones unos con otros), que funcionaría como una especie de oficina de cambios. De modo que estaría prohibida la conversión directa entre agentes privados y no existirían mercados de cambio intereuropeos.
  • Las paridades fijas de las denominaciones nacionales con respecto al euro (y por consiguiente las tasas de cambio de las denominaciones nacionales entre sí) podrán reajustarse pero siguiendo procesos políticos, absolutamente ajenos a las influencias (desestabilizadoras) de los mercados de cambio ya que estos se habrían eliminado del interior de la zona.
Se trata de disposiciones complementarias que extraen lo mejor de ambos mundos. La moneda común tiene la misma funcionalidad que la moneda única instalando una pantalla entre el interior y el exterior de la zona, protegiendo en tal caso las denominaciones nacionales de los mercados internacionales de cambios (extraeuropeos). La convertibilidad de de «ventanilla» (en el BCE y con tasa fija) de las denominaciones nacionales se agrega a la supresión de los mercados de cambios intraeuropeos, de donde resulta un efecto de estabilización monetaria interna equivalente al que genera la moneda única. Pero la gran diferencia que se establece con la moneda única es que el sistema moneda común/denominaciones nacionales ofrece la posibilidad del reajuste de cambios intraeuropeos mediante una construcción excluida en el euro actual… y esto a diferencia de un SME renovado en un entorno monetario interno totalmente estabilizado. La plaga (una de las plagas) de la moneda única reside en la imposibilidad constitutiva de devaluar/evaluar. La plaga del SME en la dificultad de mantener cambios fijos y/o ajustar las tasas-pivote sobre las fuerzas especulativas desestabilizadoras de los mercados de cambio. La moneda común previene una y otra.
Devaluar en calma
Tiene por lo tanto como virtud principal restaurar la posibilidad de reajustar tranquilamente los cambios intraeuropeos, posibilidad que al haberse hallado excluida con la moneda única ha precipitado en la desgracia a las economías del sur europeo. El proyecto de moneda única partió de la errónea premisa de que el euro iba a operar en sí mismo como factor de convergencia económica y estructural -por algún mecanismo o tal vez mediante un milagro, nunca se estableció- en el que simplemente había que creer. Y lo que se produjo fue exactamente lo inverso, los efectos de la polarización espacial (especialmente sectorial) que acompañaron generalmente al proceso de integración regional, más que «igualarlo» profundizaron la división intrarregional del trabajo. De modo que las diferencias de productividad y de costos no dejaron de establecer brechas en las economías de la zona… sin que en ningún momento se pudieran equilibrar mediante ajustes de cambios como sucedía en el pasado. No dejando más que una sola posibilidad de ajuste «real» –mediante la reducción de salarios y el crecimiento del desempleo– delicadamente bautizada como «devaluación interna».
Sin duda no se deben exagerar los poderes de la devaluación (externa) de la que ninguno de sus partidarios ha dicho nunca que podía resolverlo todo. Pero tampoco minimizarlos. El ajuste de cambios es el mínimo grado de libertad indispensable faltando importantes transferencias presupuestarias y movilidad de la fuerza de trabajo, para acomodar las divergencias que genera sin cesar la integración regional y cuya ausencia ha mostrado sus consecuencias bien a las claras en Grecia, Portugal, España, Italia… y podría ser bien pronto en Francia. La moneda común no tiene en consecuencia la sola virtud de restaurar esa indispensable posibilidad, sino sobre todo la de restaurar excelentes condiciones de estabilidad. Porque la eliminación de los mercados de cambio intrazona deja el proceso de reajustes a la deliberación política europea. Del mismo modo, como las paridades iniciales entre las denominaciones nacionales se fijan a partir de un acuerdo político (del mismo modo que se hicieron cuando se entró en el euro), también deben ser revisadas por mecanismos políticos. Ninguna tempestad especulativa perturba la operación ni la somete a las intensas presiones que suelen generar los fines de semana de urgencia intergubernamentales.
Sin duda tampoco es cuestión de decir que no pasa nada en el régimen de moneda común cuando se aproxima un ajuste de paridades. Porque es bien sabido que este tipo de operaciones se presta al juego de las anticipaciones, de modo que traen al presente inmediato un acontecimiento futuro cuya ocurrencia puede considerarse bastante probable y le hacen provocar sus efectos anticipadamente. Como sucede en cualquier sistema de cambios, los agentes económicos no residentes querrán huir de la moneda cuya devaluación se anticipa para que sus activos (por ejemplo E-Fr) no pierdan su valor expresado en moneda nacional (por ejemplo E-DM) Esos agentes no podrán sin embargo recurrir a otra solución que la «ventanilla», es decir al BCE que convertirá sus E-Fr en E-DM a la tasa fija en vigor y a ninguna otra mientras que la tasa Fr.DM comenzaría a hundirse en un sistema del tipo SME en que el gobierno francés argumentando por una parte que debe negar cualquier devaluación e intentando mantener por otra un tipo de cambio pivote mediante golpes de aumento de la tasa de interés, en detrimento de la economía real… hasta el momento en que el pivote ceda arrastrado por las fuerzas de la especulación.
El BCE, al crear la moneda requerida del E-DM, asegura la conversión hasta que se produzca la revisión (política) de las disparidades. Es inútil clamar contra el peligro de la creación monetaria, porque se va anulando progresivamente mediante la destrucción monetaria consecutiva que se produce por la compra por parte del BCE de la moneda ofrecida como contrapartida de los pedidos de reconversión. Hay que agregar que el BCE es absolutamente soberano en este tema, es decir que tiene la posibilidad de convalidar los pedidos de convertibilidad que le soliciten. No convalidarlos, se dirá, equivaldría a infligir pérdidas a los agentes de cambio ¿Y entonces?
Ya se oyen los aullidos de quienes profetizarán el insoportable atentado a la libre inversión del ahorro internacional, que disuadirá a los no residentes si se ven expuestos a semejantes pérdidas. Habrá que dejarlos aullar: los agentes sufren regularmente pérdidas en los mercados y no se sabe que por poco que fuere los desalientan a volver. Pero la ideología neoliberal ha terminado por instalar en las mentes que las pérdidas provocadas por las instituciones o por los mecanismos extra-mercado son intolerables –y que sufrirán las represalias de las huelgas de inversiones– aunque las pérdidas provocadas por el «normal» funcionamiento del mercado son a todas luces «naturales». El BCE decidirá por lo tanto honrar soberanamente o no los pedidos de conversión del modo que considere oportuno, dejar que se realicen transferencias intrazonales de masas monetarias que procederán de esos pedidos, transferencias que serán rigurosamente equivalentes a las que se realizarían mediante el manejo del mercado de cambios. Se puede apostar a que muy a menudo las aceptaría favorablemente, teniendo en cuenta que este tipo de demandas sería más bien raro y además absolutamente reversible una vez superado el realineamiento de las paridades.
Es cierto, sin embargo, que todos estos movimientos producirán efectos sobre las tasas de interés, por cuanto huyendo de la moneda del país devaluador, los inversores no residentes se desembarazan de sus activos, por lo que los precios sufren entonces una caída, especialmente los activos obligatorios, tanto públicos como privados mientras las tasas de interés siguen la trayectoria inversa: al alza. Por otra intermediación diferente a la de los mecanismos de defensa de las tasas-pivote en los sistemas de tipo SME, las tasas de interés son igualmente afectadas por la anticipación de la devaluación en el régimen de moneda común. Pero en este último caso son las tasas de interés del mercado las que absorben el choque desacoplándose de las tasas de interés de la política monetaria que pueden mantenerse invariables (ya no tienen que defender un anclaje de cambio).
La contramedida (estructural) con efecto pernicioso residual es pues bastante evidente, puesto que consiste en el «desplazamiento» de la financiación global de la economía real y más precisamente en un amplio movimiento de «reintermediación» bancaria está por demás decir hacia los bancos desintoxicados de sus adiciones especulativas, debidamente re-regulados y colocados autoritariamente a trabajar en sus verdaderas funciones. Los financiamientos mediante créditos bancarios son por su construcción menos sensibles a los sobresaltos de las tasas de interés en los mercados de obligaciones (Esta sensibilidad que varía con la parte de su refinanciación que los bancos efectúan en los mercados; pero allí aún se puede muy bien prever la limitación de esta refinanciación de mercado para favorecer la refinanciación por el mercado interbancario y a la ventanilla del Banco Central). Estarían igualmente inmunizados contra todas las perturbaciones inducidas por los mercados activos ante la anticipación de una devaluación.
Por una «política de los balances de las cuentas corrientes»
La neutralización de las turbulencias financieras –las de los mercados de cambios (eliminados) y de los mercados de obligaciones (con menor incidencia en el financiamiento de la economía real)- les otorga justamente mayor serenidad a los ajustes cambiarios de manera que permite reinscribirlos en procesos propiamente políticos. Son los mismos estados miembros que mediante la negociación asumirán nuevos compromisos de paridades, tomando nota de las diferencias económicas a estabilizar. Son exactamente los compromisos de esta naturaleza, que en caliente turbaban la vida del SME provocando, muy a menudo, esfuerzos compartidos entre una manera a devaluar y otra a revalorizar. Es este el camino que debemos adoptar de nuevo y aún de modo más decidido que en la época del SME.
Porque es bien cierto que toda renegociación de cambio debe superar siempre la reticencia de los países excedentarios. Señalado para la devaluación, cuando no tiene ningún interés de cambiar su nivel de paridad, puesto que le permite embolsa un plus en su balanza corriente. A imagen de la International Clearing Union que propiciaba Keynes en 1944, la moneda común permitiría establecer un sistema de reglamentaciones cuyo efecto sería indexar los realineamientos de cambios sobre los saldos corrientes cuando se polarizan, es decir constituir un derecho la devaluación para los países deficitarios, opción que podrían aceptar o no, pero volver igualmente operativa la revalorización en los países excedentarios, cláusulas todas que se reactivarían automáticamente al superar ciertos umbrales de déficit/excedente y para una variación (negativa o positiva) de cambio de una determinada intensidad: por ejemplo X% de devaluación (revalorización) cuando el déficit (o el excedente) de cuenta corriente supere los 3 puntos del PBI (O X1% de devaluación para el país deficitario y X2 % de revalorización para el país excedentario). Y % más allá del 5%, etc. Mientras no se alcanzaran (o bien entre dos umbrales) estos umbrales de activación automática, corresponde al Consejo europeo encarar la oportunidad de un realineamiento discrecional, según reglas de consulta y de decisión a determinar, unanimidad o mayoría cualificada.
Dicho sistema tiene como consecuencia la particularidad de combinar bastante armoniosamente elementos de discreción y mecanismos de corrección automática… que en principio no son criticables puesto que producen estabilización en el sentido del empleo. Este es manifiestamente el caso: las devaluaciones evitan a los países deficitarios las purgas de la «devaluación interna» en las que solo los salarios y el empleo sufren el peso del ajuste; las revalorizaciones automáticas desalientan a los países excedentarios a comprometerse, como actualmente Alemania, en estrategias de un mercantilismo limitado y los obligan a contribuir al bien público, a relanzar la demanda en toda la región.
Alemania una hegemonía en declive
Y volviendo al punto de partida, Alemania… ¿Qué hacer con Alemania? Se podría señalar, en principio, que en la historia de la crisis de la zona euro, Alemania habría sido doblemente culpable. Por una parte por las razones precedentemente explicadas, es decir, por el hecho de haber impuesto con intransigencia reglas constitucionales que han conducido a las políticas económicas europeas a los callejones sin salida de la austeridad. Pero por otra por no haber estado a la altura de su propio predominio como lo están por lo general las hegemonías de un régimen internacional: ¿Acaso no sugería Kindleberger que el patrón-oro, en realidad el patrón-esterlina había estallado por la incapacidad del Reino Unido de comportarse como un administrador lúcido del bien público (el régimen monetario internacional) a cuya cabeza se encontraba? Y dado que tampoco aparecía un «administrador» de reemplazo. Los EE.UU. asumirán más tarde la «dirección de las operaciones» a la cabeza del régimen del patrón-dólar (Charles Kindleberger, La gran crisis mundial, 1929-1939, Económica, 1988).
Con la hegemonía anterior en curso de deshilacharse y aún sin aparecer una nueva, el sistema se descompone bajo la acción de fuerzas centrífugas de cada uno para sí, liberadas por una gran crisis (la crisis de los años treinta) mientras los intereses propios de las naciones enfrentan desafíos vitales imposibles de coordinación espontánea… que la propia hegemonía (ya no puede hacerlo) renuncia a asegurar. A este punto habría que decir además que Alemania resulta triple y no doblemente culpable, en tercer lugar porque encabezando, en tanto que potencia dominante de la zona euro, se ha mostrado incapaz de hallarse a la altura de las obligaciones que de hecho le incumben y por lo tanto que ella misma no está en crisis o en declive como pudo estarlo el Reino Unido en los años treinta.
Sin duda Alemania hizo algo: contribuyó a los diferentes fondos europeos de ayuda. Pero por un lado lo ha hecho con la mayor mala voluntad posible, demorándolos cuanto pudo y dejando, de manera inconsecuente, que la situación se deteriorara hasta quedar al borde de la ruina. Por otra parte rechazó apoyar el pedido europeo poniendo en circulación sus enormes excedentes comerciales. Finalmente y sobre todo se opuso el mayor tiempo posible a que el BCE se dotara de instrumentos masivos de intervención, los únicos capaces de estabilizar las tasas de interés soberanas (el programa OMT (OMT para Outright Monetary Transacciones, programa de rescate potencialmente ilimitado de los títulos soberanos europeos por el BCE, y establecidos en septiembre de 2012), oposición que refleja más que ninguna otra la fijación doctrinaria alemana en materia monetaria. Y si la Canciller Merkel terminó por ceder en el verano del 2012, luego de tres años de crisis más que aguda, de ninguna manera la fracción bancaria central alemana se ha rendido, como lo atestigua el informe del Budensbank destinado a impugnar la legalidad del programa OMT.
La ceguera de la «germanomanía»
No está prohibido observar las cosas con lucidez: nunca la actual Alemania entrará en un régimen de moneda común que no solo valga por sus propiedades de cambio, sino sobre todo por la posibilidad de reinstalar principios de política económica… en las antípodas de los que Alemania levantó barricadas y con la cual hizo la sustancia del euro. Y volviendo a las ilusiones « coyunturales » o federales de Bernard Guetta: se puede seguir esperando que en la noria de la alternancia electoral alemana su posición a mediano y quizá incluso a largo plazo, no cambiará ni un ápice, SPD o CDU, cuando se trate de misiones fundamentales del Banco Central y de la política presupuestaria. Y se puede esperar también un «rebasamiento federal», pero a condición de no ver, o de no querer ver, al que Alemania no se prestaría en ningún caso sin estar segura de poder trasladar, sin cambios las (sus) disposiciones económicas y monetarias de los Tratados actuales.
Se nos invita pues a soñar los más locos sueños federalistas pero bajo la implícita exclusividad de que el Banco Central nuevamente democrático, la «reflación» ( Fenómeno económico que se caracteriza por tener al mismo tiempo una subida fuerte en los precios –inflación- con una recesión. Es una inflación artificial creada por el Estado con la finalidad de estimular la producción. Es un sistema peligroso porque puede dar lugar a una superproducción, originando luego una caída de precios, N. de T.) la reactivación presupuestaria contracíclica o la cesación de pagos sobre las deudas públicas ilegítimas, todo eso seguirá estando constitucionalmente excluido del campo de la deliberación política, y la constatación vale obviamente para todas las formas «intermedias» de federalización, como el ridículo «gobierno económico», ese otro vacío, espejismo de soberanía restaurada perseguido como un fantasma por las élites francesas, «gobierno» sin embargo destinado a no tener nada que gobernar puesto que todas las elecciones importantes ya se han hecho. Finalmente el gran señor, el europeísmo germano maníaco está de acuerdo a pesar de todo en que se pueda querer «más democracia» pero, «germanomanía» obliga, a condición de silenciar que lo que está en juego a nivel de políticas económicas y monetarias, lo más decisivo para la vida material del pueblo, permanecerá lejos de ese «suplemento»…
No tener más miedo al «calor»
La actual construcción monetaria europea está viciada en su corazón. Está viciada por la neutralización democrática en la que, bajo el ultimátum alemán, se inició. Que no se pueda preguntar si el Banco Central debe ser independiente o no, si los presupuestos deben estar en déficit o no, si las deudas contraídas tras los desastres de las finanzas privadas deben reembolsarse o no, es una monstruosidad política que solamente el europeísmo elitista se obstina en no percibir, sino que trabaja profundamente en todos los cuerpos sociales europeos. Excepto en Alemania. Sólo en Alemania no aparecen como insoportables estas prohibiciones, estas denegaciones de la democracia puesto que por ahora, y por un poco más de tiempo, el cuerpo social alemán, a las cosas sacralizadas, adhiere como a valores superiores, metapolíticos, es decir, más allá de la política y sustraídos de la política.
Se necesita una europeísta perseverancia en la ceguera para no ver semejante dato del «problema europeo» que convierte en imposible construir una Europa monetaria con Alemania y sin forzar necesariamente tanto económica como políticamente a los demás cuerpos sociales, para no ver tampoco el ridículo, o más bien la indigencia, de los argumentos «germanofóbos», cuando se puede muy bien aceptar la plena realidad de los traumas colectivos alemanes, la entera legitimidad de las historias que se cuentan (erróneamente o con razón) sobre ella, y sin embargo no querer entrar en su mitología monetaria ni someterse a sus obsesiones. El orden monetario alemán impuesto a Europa conviene a Alemania, ¡vaya sorpresa! No a los demás Estados miembros. En todo caso no a todos. Incapaz de realizar un análisis positivo de las condiciones objetivas de compatibilidad, es decir, de comprender que no se puede hacer una entidad política viable con componentes cuyas formas de vida distan de ser acordes más allá de un determinado punto, el europeísmo se ha convertido en el más seguro enemigo de Europa.
Llegados al punto de destrucción económica y social en el que estamos, y sobre todo al estado de alteración generalizada de los gobiernos de derecha desacomplejada o acomplejada, no existe ninguna solución certeramente disponible para encarar en frío una reconstrucción europea. No habrá pues otra alternativa al estancamiento mortífero que el calor de una crisis terminal. Se pueden contar todas las historias de la tierra: que se va a reformar el euro de los 17, que se intentará eventualmente una prueba de fuerza para doblegar a Alemania y conducirla a la razón, Alemania no se doblegará. No sacrificará sus principios cardinales por Europa y solo le interesa Europa en la medida en que esta se muestre compatible con lo que ella considera sus intereses vitales, de otro modo tomará la tangente sin vacilar. Por una ironía devastadora, se la verá entonces usar el argumento de que los europeístas (franceses) actuales no quieren ni oír hablar, y que por lo tanto llegado el momento deberán sufrir mucho, ¡salir de la moneda única europea no significa de ninguna manera encerrarse detrás de altas murallas, no significa hipotecar de ningún manera todos los vínculos económicos y extraeconómicos! tejidos por otra parte con los demás Estados miembros. Incluso el argumento de que una escapada de regreso al marco le valdría una fuerte revalorización y la evaporación de una buena parte de sus excedentes comerciales no la retendría, ya que entre una estadística momentánea y sus principios su corazón no duda.
Es inútil también contarse las historias simétricas: a 16 o a menos, no se prepara así de fácil una «Europa monetaria alternativa» con disimulo, bajo la mirada bonachona de los mercados financieros. Y tampoco se construye una nueva arquitectura institucional muy bien armada en un fin de semana de cierre de los mercados. Habrá que volver pues en primer lugar, sin duda de forma ligeramente agitada, a las monedas nacionales, etapa difícilmente evitable sin embargo, antes de reanudar eventualmente la marcha hacia adelante. Ha llegado el momento entonces de saber qué es lo que se quiere: no existe rigurosamente en el sistema actual ninguna fuerza de cambio endógena, solo la posible reconversión bajo formas un poco diferentes (eurobonos, gobierno económico, «federalismo» a la salsa Hollande-Merkel u otra) de los mismos principios monetarios, invariables, constitucionalizados y catastróficos alemanes.
En estas condiciones o se abandona por consiguiente, toda esperanza de transformación y se somete Europa a la alemana o se espera que la propia crisis se encargue de hacer tabla rasa. ¡Estaríamos muy equivocados si subestimáramos otras posibilidades! Podría venir del lado político, si alguno de los países, por azar Italia, se hallara en estado de bloqueo institucional e incapaz de continuar con la purga de austeridad, con el riesgo de hacer émulos con gran pánico en los mercados financieros. Puede venir del lado del sistema bancario, muy corrupto siempre e incluso cada vez más a medida que suba la oleada de créditos dudosos arrastrados por la recesión.
¡A los europeos!
O bien tomamos el toro por las astas y lo anunciamos francamente dirigiéndonos a todos los pueblos de Europa:
«Queremos hacer una moneda común europea que devuelva todas sus posibilidades a la política económica. Pero antes de poder rehacerla, va a ser necesario deshacer algunas cosas. La construcción institucional de una moneda común no se hará a espaldas del pueblo, solo podrá tener legitimidad a través de su validación por referéndum, no se hará pues en un oscuro fin de semana, sino a pleno día y tomándonos todo el tiempo que sea necesario. Por lo tanto debemos salir del euro y volver a nuestras respectivas monedas nacionales como base de una nueva salida europea. Imaginamos que no todos nos seguirán de inmediato. Pero en un principio podemos vivir muy bien bajo nuestra moneda nacional, y probablemente mejor que los desdichados que seguirán sufriendo muerte y pasión bajo la tutela euro-alemana. Podría ser por otra parte que, desde el momento en que los mercados financieros oigan hablar de nuestro proyecto, cuya intención es precisamente poner fin a su reinado sobre la política económica, incendiarán y ensangrentarán la zona y producirán ellos mismos una explosión de regreso forzoso hacia las monedas nacionales. De todas maneras, estamos dispuestos a movernos, ya que el movimiento se demuestra andando, convencidos por otra parte de que el espectáculo de dicho movimiento podría generar algunas ideas a quienes lo observen. ¡Cuántos nos encontraremos, lo ignoramos, pero a partir de la idea de que seremos por lo menos uno, estamos convencidos de que a partir de dos ya será algo! Creemos también que será mejor si nos reunimos cuatro o cinco sobre la base de principios auténticamente comunes y progresistas que 17 destruidos por principios regresivos. ¿Alemania volverá a recomenzar por su parte con su neodeutschemark y algunos aliados que se le parecen? Es muy posible y eso no es ningún drama. ¿Quién puede imaginar por un momento que, incluso no compartiendo la moneda de algunos países europeos, dejaría de negociar con ellos? ¿De invertir en ellos? ¿De hacer circular sus estudiantes, sus investigadores, sus artistas, sus turistas y de recibir a los nuestros? Hasta podemos imaginar que si un día termina por liquidar sus mitos y sus miedos nocturnos, si su población termina por estar cansada de la deflación salarial y de las desigualdades de las que tomará pronto dolorosa conciencia deseará unirse a nosotros, y lo haremos con placer. En cualquier caso presentamos esta propuesta para hoy y para mañana. Que quien quiera venga y oiga».|
Frédéric Lordon es un économista francés, director de investigación en el CNRS en París. Es autor de Jusqu’à quand ? Pour en finir avec les crises financières, Raisons d’agir, octubre de 2008; Conflits et pouvoirs dans les institutions du capitalisme, Presses de Sciences Po, 2008; Et la vertu sauvera le monde, Raisons d’agir, 2003; La politique du capital, Odile Jacob, 2002.
Fuente: http://blog.mondediplo.net/2013-05-25-Pour-une-monnaie-commune-sans-l-Allemagne-ou-avec
rCR

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