"Los Padres Fundadores de
los Estados Unidos (pero también los teóricos franceses), liberales y
modernos, a pesar de sus encendidas proclamas en favor de la libertad
individual, la igualdad ante la ley y el gobierno del pueblo, no
vacilaron en justificar la dominación de los hombres sobre las mujeres,
de los propietarios sobre los asalariados, de los ingleses anglicanos
sobre los irlandeses católicos y de los
blancos europeos sobre los pueblos no europeos, fuesen los indígenas
americanos o los negros llevados de África a América.
Liberalismo y esclavismo son las dos caras de un mismo proceso histórico
que va del siglo XVII al XIX y que coincide con la formación del
capitalismo moderno y la gran expansión colonial y hegemonía mundial de
los Estados euro-atlánticos.
Por eso, tuvieron que surgir
nuevos movimientos emancipatorios en los siglos XVIII, XIX y XX, como el
movimiento antiesclavista, anticolonialista y antisegregacionista, el
movimiento obrero y socialista, y el movimiento sufragista y feminista,
para cuestionar la dominación de los amos liberales, reapropiarse su
discurso de la libertad y la igualdad, y reclamar la emancipación
política, económica y cultural de los pueblos no europeos, de las clases
trabajadoras europeas y de las mujeres europeas y no europeas. Fueron
esas luchas, muy largas y muy violentas, las que obligaron a las élites
liberales a reconocer parcialmente las exigencias democratizadoras de
los nuevos movimientos emancipatorios”. Antonio Campillo.
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