martes, 28 de mayo de 2013

Una grieta en el muro




La situación venezolana posterior a la muerte de Hugo Chávez parece haber entrado en un momento de bastante fluidez. Nada parece estar cristalizado. En cierto sentido ha sido un larguísimo proceso electoral que comenzó con un claro triunfo chavista, tuvo un momento intermedio en que se produjo la muerte de Chávez y una segunda elección en la que el bloque bolivariano obtuvo una menguada victoria. Los bloques sociales, políticos y electorales que han caracterizado la realidad venezolana de los últimos quince años no parecen estar en proceso de disolución pero es posible que estemos en una de las tantas coyunturas en las que parecía estarse asistiendo a una reconfiguración global de la hegemonía que, posteriormente, no terminó dándose. Me refiero a momentos como el inmediatamente anterior al del referéndum revocatorio de 2004 o de las elecciones a la asamblea de 2011 en los que la oposición de derecha parecía en ascenso y con posibilidad de desplazar al gobierno, pero en los que después el chavismo logró recomponerse y rearmar su hegemonía. El pronóstico alternativo a este es, por supuesto, el comienzo del fin de la experiencia chavista.
El bloque de derecha llegó a las elecciones de octubre de 2012 con una imagen centrista. Los candidatos que representaban el extremismo antichavista fueron derrotados y en las internas de la mesa de unidad democrática (MUD) se eligió a Capriles con la intención de presentar una postura no irreductible ante las conquistas materiales que las clases populares obtuvieron con la experiencia bolivariana. Para eso se recurrió a un amplio maquillaje progresista y a un perfil de centroizquierda, con los rituales elogios a Lula, de sostenimiento de las políticas sociales del chavismo, las cuales se juzgaban positivas pero a las que se afirmaba que había que agregarles eficiencia. Era evidente que el electorado de derecha antichavista visceral iba a mantener su fidelidad de voto a la MUD porque sabía que era la única vía posible de quitarse de encima al odiado “dictador”. Pero el cambio de táctica dejaba a la vista que se había llegado a la certidumbre que la acumulación de la derecha antichavista dura había tocado techo. Había que buscar llegar a los sectores más o menos neutrales con respecto de la polarización política (aproximadamente un 25% del electorado, distanciados del 45% chavista neto y del 30% escuálido). Esto la derecha lo logró en una importante medida en octubre de 2012. A pesar que la victoria de Hugo Chávez fue contundente en cualquier sentido razonable que pueda tener esta palabra, el progreso de la oposición fue importante. El resultado electoral no fue la paliza que sufrió la MUD en 2006.
El bloque chavista, ya en ese momento estaba conciente de la frágil condición que padecía su dirigente máximo, y había comenzado desde hace un tiempo una amplia política de reorganización partidista de su base social popular. Esto buscaba construir una política alternativa en caso que los plazos se aceleraran y Chávez muriese después de las elecciones, que fue lo que terminó pasando. La victoria de octubre permitió hacernos pensar que esta política había sido más exitosa de lo que hemos comprobado en abril de 2013. La compacta movilización electoral de octubre daba para pensar en ese sentido. En ese momento parece muy probable que el lazo emocional de un sector de las masas con la persona de Chávez debe haber incidido claramente para que la victoria de octubre haya sido tan clara sobre la derecha travestida.
La muerte de Chávez, a pesar de este giro político y organizativo tendiente a trasladar la herencia política del liderazgo personal hacia el partido-movimiento, no pudo dejar de ser un enorme cimbronazo para el proceso bolivariano. El fasto oficial se combinó con una gran explosión de afecto de los sectores populares hacia la figura del dirigente que los sacó de esa apatía tan clásica en las clases plebeyas y al tiempo que los movilizó supo despertarles la conciencia de poseer una serie de derechos económicos y sociales.
En otro orden de cosas, tampoco puede dejar de mencionarse el acto de responsabilidad política cumplido por Chávez al dejar designado un sucesor político. De no haber realizado esto la interna en el partido-movimiento de gobierno hubiera introducido un cúmulo de tensiones muy difíciles de superar en esta coyuntura precisa.
El bloque bolivariano, por lo tanto, llegó a las elecciones de abril de 2013 con una tendencia hacia la dispersión del importante grado de cohesión exhibido en otros tramos del proceso venezolano. La causa de esto fue la falta de Hugo Chávez y lo relativamente incipiente de la reorganización. Si esta pérdida de cohesión es coyuntural o por el contrario es el principio de la reversión y retroceso de la experiencia chavista es algo muy difícil de caracterizar con precisión dado el dinamismo de este proceso político.
La oposición de derecha, por el contrario, venía de ser derrotada en las elecciones de octubre pero con un fuerte envión anímico y político debido a la importante adhesión recogida. Detectó con precisión los problemas del gobierno para volver a reorganizarse tras la muerte de Hugo Chávez y llevó adelante una estrategia aún más audaz que en octubre. No solamente reconoció los logros de Chávez sino que también buscó captar una parte del voto chavista; naturalmente aquella parte no organizada y que mantenía con el líder bolivariano una relación emocional y poco política. Es decir, intransferible, imposible de despegar de esa persona específica e imposible, además, de ligarse a un proyecto político y social de largo alcance. Esto es, el espectro más propiamente populista de su base social. Esta hipótesis, que sostenemos de forma intuitiva, también puede reforzarse con algunos datos provistos por el oficialismo. En la campaña del PSUV y sus aliados se movilizaron siete millones de venezolanos. Por Nicolás Maduro votaron algunos cientos de miles más pero parece ser que el chavismo tiene en este momento relativamente poco contacto con su base social más inorgánica.
Capriles personalizó los ataques sobre la persona de Maduro, a quién constantemente menospreció mientras levantó la figura de Chávez, la cual después de recibir sobre sí las manifestaciones de odio más primitivas de sus detractores, una vez muerto podía ser utilizado su nombre para combatir en la realidad todo aquello que involucraba su legado político. Capriles no solo remarcó que Maduro no era Chávez sino que llamó a los chavistas verdaderos a votar por él. También en los actos de la MUD se pasaban las canciones de Alí Primera, que ha sido convertido durante los últimos años en un ícono cultural bolivariano.
Hay que decir no obstante que esta rara pero eficaz operación de travestismo político tendría una serie de graves problemas si hubiese llegado al gobierno y se produjera la liberación de fuerzas heterogéneas que conforman la MUD. Ésta fuerza, por más que su dirección es de la derecha venezolana, agrupa a un conjunto variopinto de fuerzas centristas y de origen de izquierda (los restos del MAS de Petkoff, algunos maoístas y una parte de La Causa Radical) y comandados por la lógica de lo que Otto Kirchheimer denominó “catch all party”. También habría que ver en un eventual gobierno de Capriles si la traslación de votos chavistas a sus listas en abril de 2013 se mantendría tal cual. Es decir, la estabilidad de este viraje de una parte del electorado es un interrogante sin respuesta posible en este momento.
Lo que parece más probable es que el objetivo principal de la campaña de Capriles no haya sido ganar sino juntar la mayor cantidad de votos con el objetivo de debilitar el proceso bolivariano en una coyuntura de manifiesta debilidad de este. Sus pronunciamientos en contra del Consejo Nacional Electoral (CNE) con bastante anterioridad a la elección de abril parecen confirmar esta interpretación. Este objetivo también estaba en octubre de 2012: armar un escándalo político ante una victoria chavista por uno, dos o tres puntos. Los factores explicados más arriba frustraron este plan, y las delegaciones de la derecha latinoamericana que habían concurrido a Caracas para apuntalar este objetivo debieron retirarse con las manos vacías. Quizás la ausencia de estos personajes haya sido un signo de que no se esperaba que la acumulación electoral iba a ser tan importante. O se debió a un cambio de táctica que decidió dejar sólo al chavismo con sus aliados regionales.
La actuación posterior a las elecciones de Capriles y la MUD combinó el discurso democratista vacío del liberalismo de derecha y el recurso evidente a la acción directa en la calle con su base electoral y con grupos organizados que llevaron acciones militares en los días siguientes. Los muertos, como se sabe, fueron todos chavistas.
Es sabido que en los procesos políticos en los que es visible la presencia de fuertes enfrentamientos de clases coexisten siempre la persuasión y la coacción. La oposición venezolana parece estar orientada a usar una combinación de 50% de cada uno de estos componentes. Capriles se correrá hacia las sombras cuando aparezca el plano de acción armada coactiva y volverá al centro mediático para predicar cómo le robaron la elección. En ese aspecto se encuentra en la mejor posición: no tiene responsabilidades de gobierno y aparece como la cabeza visible de una de las dos coaliciones en que esta dividida la sociedad. Los hechos parecen indicar que el proceso venezolano no va a discurrir por un camino en el que la confrontación armada esté excluida como vía de acumulación política. Aunque en este aspecto la obligada iniciativa va a tener que estar del lado de la oposición de derecha y sus grupos armados clandestinos.
El gobierno, contrariamente, tiene la ventaja de contar con el control de las principales áreas del aparato de estado, y de una especialmente importante, las FFAA. Estas parecen estar, hasta ahora, bajo su control político, adoptando como propias una parte importante de la simbología política chavista como es la denominación de bolivarianas o la reivindicación explícita del 4F. Al contar con las FFAA de su lado la parte de coacción que deberá asumir el gobierno deberá tener una combinación muy distinta a la de la oposición. El proceso bolivariano deberá orientarse hacia la recuperación de la parte más pasiva de su base social que, o no se molestó en votar o que fue atraída por la mediocre mercadería de signo neo-populista de la MUD. El elemento persuasivo deberá ser el dominante en las tareas que tiene por delante el gobierno de Nicolás Maduro.
En la oposición la distinta importancia del elemento de acciones armadas en su plan político se relaciona también con el aspecto persuasivo, ya que llevar adelante estos hechos armados es mandar un mensaje a un conjunto de fracciones de clase, indicando cuan lejos se está decidido a sostener una voluntad de confrontación con el chavismo.
Sin embargo, si bien la mayor parte de la oposición tiene una postura frontal de intentar deslegitimar al chavismo combinando coacción y persuasión, una parte minoritaria ha reconocido el triunfo de Maduro. Esto quiere decir que las tensiones internas en torno a la vía, aunque hoy no jueguen plenamente debido a que la MUD se halla en su mejor momento, se van a ir acumulando a causa de la crucial diferencia táctica que la cruza. En breve, cuando se den los comicios a la asamblea legislativa ¿qué va a hacer la MUD? ¿va a concurrir a pesar de que las elecciones van a ser fiscalizadas por el “fraudulento” CNE? Probablemente aquí la MUD va a sentir la presión de su cuerpo parlamentario, que va a sostener la participación en el cuerpo legislativo, ya que esta es su modo de existencia político. Sucederá algo parecido como le pasó a López Obrador cuando quiso resistir al casi comprobado fraude (no ficticio, como en el caso venezolano) que llevó a Calderón a la presidencia. Sus parlamentarios jugaron toda su presión al interior de su fuerza para que esta prueba de fuerza no tuviera un alcance que les impidiera asumir sus puestos. Más allá de las diferencias entre ambas situaciones, es posible que parte central de este tipo de lógica se desarrolle al interior de la MUD en el momento de renovar la asamblea.
En resumen, parece claro que entramos a una etapa en la que la lucha de clases va a exhibir perfiles más rotundos y definidos, causados por una mayor inestabilidad en los apoyos de los bloques sociales en conflicto y seguramente acentuada por la internacionalización del conflicto. EEUU, como país líder del capital especulativo parasitario a nivel mundial, y sus fuerzas disponibles de apoyo a nivel regional van a incidir todo lo que puedan para forzar un retroceso y, en lo posible, una derrota completa del proceso bolivariano. En la presente coyuntura parece ser el país que lleva adelante esta política de forma más o menos abierta. Por lo menos, sin ser un dato concluyente, así parece, debido al reconocimiento al triunfo de Maduro de gran parte de la comunidad internacional. La legitimidad de las bravatas de Capriles sólo tienen eco, hasta ahora, en EEUU. El alcance del reconocimiento a la legalidad bolivariana por parte de la OEA o de países claramente antichavistas se verá en los próximos meses.
El deber de una izquierda anticapitalista, democrática y socialista va a ser acompañar la experiencia del bloque político y social del chavismo, cerrándo filas en contra de los enemigos comunes, concientes de que el avance del proceso venezolano va a ser un puntal para todas las luchas obreras y populares de la región y de muchos países que miran con expectativa favorable el devenir de esta experiencia. Pero a la vez tratando de pensar con cabeza propia, eludiendo la seducción indiscriminada con que absorbemos muchas veces lo que pasa en otros escenarios, tan distintos muchas veces al lugar en el que actuamos. Es necesaria, para sostener de la manera más eficaz nuestro apoyo a la Venezuela de Chávez y Maduro, una firme fidelidad crítica.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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