jueves, 16 de mayo de 2013

Siniestras similitudes entre Siria e Irak Lecciones históricas que Occidente se niega a aprender



Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Después de la Primera Guerra Mundial, es sabido que Gran Bretaña y Francia crearon el moderno Medio Oriente dividiendo lo que había sido el Imperio Otomano. Las fronteras de nuevos Estados como Irak y Siria se determinaron según las necesidades e intereses británicos y franceses. Los deseos de los habitantes locales generalmente se ignoraron.
Ahora, por primera vez en más de 90 años, el ajuste de la posguerra en la región se está deshaciendo. Las fronteras exteriores ya no son las infranqueables barreras que fueron hasta hace poco, y es tan complicado cruzar las líneas divisorias internas como las fronteras internacionales.
El gobierno sirio ya no controla numerosos cruces de frontera hacia Turquía e Irak, los rebeldes sirios avanzan y se retiran sin obstáculos a través de las fronteras internacionales de su país, mientras los combatientes chiíes y suníes del Líbano combaten crecientemente en lados opuestos dentro de Siria. Los israelíes bombardean Siria cuando quieren. Por cierto, los movimientos de bandas de guerrilleros en medio de una guerra civil no significan necesariamente que el Estado se esté desintegrando. Pero la permeabilidad de sus fronteras sugiere que quienquiera que resulte vencedor de la guerra civil siria gobernará un Estado débil apenas capaz de defenderse.
El mismo proceso tiene lugar en Irak. La denominada línea de intervención que separa el territorio controlado por los kurdos en el norte del resto de Irak es cada vez más una frontera defendida a ambos lados por la fuerza armada. Bagdad enfureció a los kurdos el año pasado al establecer el Comando de Operaciones Dijla (Tigris), que amenazó con imponer el control militar sobre áreas disputadas entre kurdos y árabes.
Las línea divisorias se complicaron en Irak después de la masacre d Hawaijah del 23 de abril que causó la muerte por lo menos de 44 árabes suníes. Esto ocurrió después de cuatro meses de manifestaciones suníes masivas pero pacíficas contra la discriminación y la persecución. El resultado de esta desavenencia cada vez más profunda entre los suníes y el gobierno dominado por los chiíes en Bagdad es que las tropas iraquíes en áreas de mayoría suní se comportan como un ejército de ocupación. De noche abandonan puestos avanzados aislados para poder concentrarse en posiciones defendibles. El control del gobierno iraquí en la mitad septentrional del país es cada vez más débil.
¿Importa realmente al resto del mundo quién combate contra quién en las ciudades empobrecidas del campo del interior sirio o en los llanos y montañas del Kurdistán? La lección de los últimos miles de años es que es muy importante. La región entre la costa mediterránea de Siria y la frontera occidental de Irán ha sido tradicionalmente una zona en la cual chocan los imperios. Los mapas de la zona están salpicados de nombres de los campos de batalla en los que los romanos combatieron contra los partos, otomanos contra safávidas y británicos contra turcos.
Es interesante pero escalofriante ver la negligencia con la cual británicos y franceses dividieron esta zona según el Acuerdo Sykes-Picot de 1916. Los británicos debían controlar las provincias de Bagdad y Basora y tener influencia más al norte. Los franceses debían tener el sudeste de Turquía, el norte de Siria y la provincia de Mosul, de la que se creía que contenía petróleo. Resultó, sin embargo, que la generosidad británica respecto a Mosul se debía a que los británicos habían prometido Turquía oriental a la Rusia zarista y pensaban que sería útil tener un cordón de seguridad francés entre ellos y el ejército ruso.
Sykes-Picot reflejaba las prioridades de tiempos de guerra y nunca se implementó como tal. La promesa británica de dar Mosul a Francia fue anulada por la revolución bolchevique de 1917 y la publicación poco elegante por parte de los bolcheviques de los acuerdos secretos de Rusia con sus antiguos aliados franceses e ingleses. Pero en las negociaciones de 1918-19 que llevaron al Tratado de Versalles, se prestó solo una atención descuidada al efecto a largo plazo de la distribución de los despojos.
Al negociar Mesopotamia y Palestina con David Lloyd George, Georges Clemenceau, el Primer Ministro francés, que no estaba muy interesado en Medio Oriente, dijo: “Decidme lo que queréis”. Lloyd George: “Quiero Mosul”. Clemenceau: “Lo tendréis. ¿Algo más?” Lloyd George: “Sí, también quiero Jerusalén”. Clemenceau también estuvo rápidamente de acuerdo, aunque advirtió de que podría haber problemas con Mosul, donde ya entonces se sospechaba que podía haber petróleo.
Esas negociaciones tienen una fascinación especial porque muchos de los temas supuestamente solucionados siguen todavía en disputa. Peor todavía, los acuerdos alcanzados entonces establecieron la base para muchas disputas futuras y guerras que todavía continúan o están por venir. Los argumentos utilizados en esa época siguen prevaleciendo.
No es sorprendente que los dirigentes de los 30 millones de kurdos sean los más contentos con la desacreditación de unos acuerdos de los que ellos, junto con los palestinos, iban a ser las principales víctimas. Después de dividirlos entre Irak, Turquía, Irán y Siria, sienten que finalmente ha llegado su hora. En Irak gozan de una autonomía cercana a la independencia y en Siria han tomado el control de sus propias ciudades y aldeas. En Turquía, mientras los guerrilleros kurdos turcos comienzan a desplazarse a las montañas Qandil en el norte de Irak según un acuerdo de paz, los kurdos han mostrado que, en 30 años de guerra, el Estado turco no ha logrado aplastarlos.
Pero mientras colapsa el ajuste de Medio Oriente del Siglo XX, es poco probable que el resultado sea paz y prosperidad, Es fácil ver lo que está mal en el caso de los gobiernos actuales de Irak y Siria, pero no lo que los reemplazaría. Por ejemplo, consideremos el aplauso casi unánime de políticos y medios extranjeros ante la caída del coronel Gadafi en 2011 y miremos la Liba actual, su gobierno permanentemente acosado o huyendo de los pistoleros de las milicias.
¿Si el presidente Bachar el-Asad cayera en Siria, quién lo reemplazaría? ¿Existe alguien que realmente piense que la paz sería automática? ¿No es mucho más probable una guerra continuada e incluso intensificada, como ocurrió en Irak después de la caída de Sadam Hussein en 2003? Los rebeldes sirios y sus patrocinadores minimizan los parecidos entre las crisis en Irak y Siria, pero existen similitudes siniestras. Sadam sería impopular en Irak, pero los que lo apoyaban o trabajaban para él no pudieron ser excluidos del poder y convertidos en ciudadanos de segunda clase sin una lucha.
Las recetas estadounidenses, británicas y francesas para Siria aparecen tan cargadas de potencialidades para provocar desastres como los planes de 1916 o 2003. Al hablar de que Asad no puede jugar ningún papel en un futuro gobierno sirio, el Secretario de Estado de EE.UU. John Kerry habla del líder de un gobierno que solo ha perdido una capital principal frente a los rebeldes. Semejantes condiciones solo se pueden imponer a los derrotados o próximos a ser derrotados. Esto solo sucederá en Siria si las potencias occidentales intervienen con medios militares a favor de los insurgentes, como hicieron en Libia, pero los resultados a largo plazo pueden ser igual de funestos.
PATRICK COCKBURN es autor de Muqtada: Muqtada Al-Sadr, the Shia Revival, and the Struggle for Iraq.
Fuente: http://www.counterpunch.org/2013/05/13/history-lessons-the-west-refuses-to-learn/
rCR

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