Que si no sabías que… que si escuchaste aquello… que si es un corrupto…
que si el que gobierna es otro, etc., etc., etc. Criticamos, a forma de
lavarnos las manos, la mala gestión, la corrupción, la ineficiencia,
entre otros tantos trastornos públicos que puede haber en cualquier
Estado. No obstante, el peor de todos los males es la habladera de paja,
como decimos por estas latitudes, de los dignísimos ciudadanos.
De todo hablan sin pruebas y cuando éstas se les piden termina uno
siendo un extremista, un ciego, un irracional, un bruto. “¿es que no lo
ves?” Dicen, “es tan obvio y evidente” argumentan, y concluyen: “pobre
de ti”. Uno, no obstante, sólo está pidiendo una mínima prueba de las
disímiles acusaciones que por doquier hacen.
Los acusadores evaden prontamente cualquier tipo de diálogo racional. Su
discurso originalísimo, pues según ellos el repetidor es uno, se
convierte en fusil de menosprecios, de evasiones, de lugares comunes; en
una pistola de falacias ¡falacias y más falacias! Pero uno, en su
carácter de sensatez, intenta conducirlos al campo del diálogo de nuevo,
no para que terminen pensando igual (esos “pajúos” hacen daño donde
estén) sino para que se den cuenta de su vacío argumentativo (y en
algunos casos existencial) y, partiendo desde ese punto crucial, empezar
a hacer democracia dialéctica, revolucionaria, real. ¡Confrontación
abierta, sincera y racional, de ideas es lo que necesitamos!
No se trata de perder el tiempo: es que la lucha también está en el
plano del discurso. Es más, ahí se manifiesta la realidad. La palabra es
un espacio intangible donde el humano yace preso (en las primeras
décadas del siglo pasado el lingüista ruso, Vladimir Volóshinov, estudió
la relación entre discurso e ideología).
El fenómeno de la “pajúes”, por su parte, no está aislado de condiciones
educativas y cognitivas. Hay diversos grados de habladores de paja: lo
chismosos, que ni ellos creen lo que están diciendo pero les sabe rico
el chisme; los sensacionalistas, que degustan cada palabra que
pronuncian, sienten placer al hablar; los terroristas mercenarios, que
son los peores pues son conscientes de lo que están haciendo y tienen un
fin político.
Todos ellos, en sus diversos grados de manifestación y faceta (un
individuo puede cumplir los tres o más roles que de esto se derive) caen
en un juego propagandístico letal para una sociedad, algunos con un
asqueroso placer.
Iván Abreu Sojo (2007), en su libro el Imperio de la Propaganda,
presenta diversas clasificaciones de ésta. Nos quedaremos con el primer
criterio según el cual la propaganda puede dividirse en: blanca, que es
la más sincera, tiene fuente confiable y un objetivo explícito; gris, en
la que la fuente es incierta pero cuyo objetivo propagandístico es
identificable fácilmente aunque su mensaje no sea confiable. Ahora bien,
por último, está la llamada propaganda negra que es, a mí parecer, la
más utilizada y perniciosa, en la que muchos caen consciente o
inconscientemente.
En la propaganda negra hay una fuente distinta de la alegada y “el
perceptor, en primer lugar, no sabe que se le está haciendo propaganda
(…) Los perceptores no conocen los propósitos de la real fuente y no
saben que alguien está tratando de controlar sus reacciones” (Abreu,
29). En este tipo de mensajes hay manipulación de la realidad constante y
una irresponsable emisión de juicios que son reproducidos continuamente
por los habladores de paja, que en su ignorancia, necedad, estupidez o
malicia no se dan cuenta del daño que le hacen a un país, a una
colectividad, a un grupo, familia o individuo.
Las redes sociales, que funcionan como caldo de cultivo, son una
lamentable vitrina de este fenómeno. Los usuarios “pajúos” comparten
todo aquello que sin importar su veracidad les nutre su ego (estúpido,
por demás). Hablan de todo: economía, política, fenómenos naturales.
Responsabilizan siempre al que muy astutamente una maquinaria de
inteligencia ha decidido sea el chivo expiatorio y, por último, abdican,
renuncian, olvidan sus deberes democráticos y republicanos.
El problema real y preocupante es que la “pajúes” es como una enfermedad
que se esparce. Poco a poco el discurso vacío puede ir engendrando un
país vacío, como el que tuvimos no hace mucho y como los que abundan en
esta nave espacial (al decir de Walter Martínez), por culpa de los
gobiernos que ostentan el poder para mantener al establishment y no para
el desarrollo de sus pueblos. La única cura que existe está en nosotros
y tiene que ver con afianzar una plataforma argumentativa no
panfletaria. Ahí está el secreto del avance de cualquier revolución
socialista: o expandimos nuestra razón a través de una gran capacidad
estratégica de argumentación (en la que los medios de comunicación
funcionen), o la patria caerá por los habladores de paja que seguirán su
andar hablando más que paja, mierda.
oswaldo_galet@hotmail.com
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