viernes, 24 de mayo de 2013

Los habladores de paja tumban Repúblicas

Que si no sabías que… que si escuchaste aquello… que si es un corrupto… que si el que gobierna es otro, etc., etc., etc. Criticamos, a forma de lavarnos las manos, la mala gestión, la corrupción, la ineficiencia, entre otros tantos trastornos públicos que puede haber en cualquier Estado. No obstante, el peor de todos los males es la habladera de paja, como decimos por estas latitudes, de los dignísimos ciudadanos.

De todo hablan sin pruebas y cuando éstas se les piden termina uno siendo un extremista, un ciego, un irracional, un bruto. “¿es que no lo ves?” Dicen, “es tan obvio y evidente” argumentan, y concluyen: “pobre de ti”. Uno, no obstante, sólo está pidiendo una mínima prueba de las disímiles acusaciones que por doquier hacen.

Los acusadores evaden prontamente cualquier tipo de diálogo racional. Su discurso originalísimo, pues según ellos el repetidor es uno, se convierte en fusil de menosprecios, de evasiones, de lugares comunes; en una pistola de falacias ¡falacias y más falacias! Pero uno, en su carácter de sensatez, intenta conducirlos al campo del diálogo de nuevo, no para que terminen pensando igual (esos “pajúos” hacen daño donde estén) sino para que se den cuenta de su vacío argumentativo (y en algunos casos existencial) y, partiendo desde ese punto crucial, empezar a hacer democracia dialéctica, revolucionaria, real. ¡Confrontación abierta, sincera y racional, de ideas es lo que necesitamos!

No se trata de perder el tiempo: es que la lucha también está en el plano del discurso. Es más, ahí se manifiesta la realidad. La palabra es un espacio intangible donde el humano yace preso (en las primeras décadas del siglo pasado el lingüista ruso, Vladimir Volóshinov, estudió la relación entre discurso e ideología).

El fenómeno de la “pajúes”, por su parte, no está aislado de condiciones educativas y cognitivas. Hay diversos grados de habladores de paja: lo chismosos, que ni ellos creen lo que están diciendo pero les sabe rico el chisme; los sensacionalistas, que degustan cada palabra que pronuncian, sienten placer al hablar; los terroristas mercenarios, que son los peores pues son conscientes de lo que están haciendo y tienen un fin político.

Todos ellos, en sus diversos grados de manifestación y faceta (un individuo puede cumplir los tres o más roles que de esto se derive) caen en un juego propagandístico letal para una sociedad, algunos con un asqueroso placer.

Iván Abreu Sojo (2007), en su libro el Imperio de la Propaganda, presenta diversas clasificaciones de ésta. Nos quedaremos con el primer criterio según el cual la propaganda puede dividirse en: blanca, que es la más sincera, tiene fuente confiable y un objetivo explícito; gris, en la que la fuente es incierta pero cuyo objetivo propagandístico es identificable fácilmente aunque su mensaje no sea confiable. Ahora bien, por último, está la llamada propaganda negra que es, a mí parecer, la más utilizada y perniciosa, en la que muchos caen consciente o inconscientemente.

En la propaganda negra hay una fuente distinta de la alegada y “el perceptor, en primer lugar, no sabe que se le está haciendo propaganda (…) Los perceptores no conocen los propósitos de la real fuente y no saben que alguien está tratando de controlar sus reacciones” (Abreu, 29). En este tipo de mensajes hay manipulación de la realidad constante y una irresponsable emisión de juicios que son reproducidos continuamente por los habladores de paja, que en su ignorancia, necedad, estupidez o malicia no se dan cuenta del daño que le hacen a un país, a una colectividad, a un grupo, familia o individuo.

Las redes sociales, que funcionan como caldo de cultivo, son una lamentable vitrina de este fenómeno. Los usuarios “pajúos” comparten todo aquello que sin importar su veracidad les nutre su ego (estúpido, por demás). Hablan de todo: economía, política, fenómenos naturales. Responsabilizan siempre al que muy astutamente una maquinaria de inteligencia ha decidido sea el chivo expiatorio y, por último, abdican, renuncian, olvidan sus deberes democráticos y republicanos.

El problema real y preocupante es que la “pajúes” es como una enfermedad que se esparce. Poco a poco el discurso vacío puede ir engendrando un país vacío, como el que tuvimos no hace mucho y como los que abundan en esta nave espacial (al decir de Walter Martínez), por culpa de los gobiernos que ostentan el poder para mantener al establishment y no para el desarrollo de sus pueblos. La única cura que existe está en nosotros y tiene que ver con afianzar una plataforma argumentativa no panfletaria. Ahí está el secreto del avance de cualquier revolución socialista: o expandimos nuestra razón a través de una gran capacidad estratégica de argumentación (en la que los medios de comunicación funcionen), o la patria caerá por los habladores de paja que seguirán su andar hablando más que paja, mierda.


oswaldo_galet@hotmail.com

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