Libro: FILOSOFIA Y METODOLOGIA DE LA CIENCIAS SOCIALES
2.1. La substancia
Las influencias más marcadas en este filósofo, son la tradición judía y
árabe, la filosofía cartesiana y el estoicismo antiguo; más en segundo
plano, aunque asimilados, aparecen Platón y Aristóteles.
Espinoza aplica con toda coherencia el concepto cartesiano de
substancia. <<Por substancia entiendo>> dice en la Ética,
aquello que es en sí y por sí se concibe, esto es, aquello cuyo
concepto, para formarse, no requiere el concepto de otra cosa>>.
Al igual que Descartes, considera que sólo puede haber una substancia,
si bien añade a esto que es algo de lo cual nada puede negarse. Ninguna
cosa determinada agota la substancia, pero nada llega a ser sin ella
que, constituye lo ubicuo, eterno y continuo. La substancia no es
<<infinita en su género>> (con la infinitud
<<finita>> de lo interminable, como la serie de los números
naturales, o las divisiones del espacio y el tiempo), sino
<<absolutamente infinita>>. Por lo mismo, no puede ser sólo
espiritual o sólo material, y <<a su esencia pertenece todo lo que
expresa una esencia>>.
Esencia significa para Espinoza
afirmación de existencia, perseveración de algo en un ser propio a la
que llamará <<esfuerzo>> (conatus). Lo fundamental en el
concepto de substancia es ser causa de sí, en lo cual se indica dos
aspectos. Primero, la substancia no <<es>> simplemente, sino
que es un hacer, una actividad que no permanece sencillamente en sí
(como el Dios trascendental) y da paso a su otro, el efecto. Pero, en
segundo lugar, al producir el efecto -las indefinidas esencias que se
esfuerzan por perseverar en su realidad- lo que hace es producirse a sí
propia. De este modo, pone la separación como unidad de sí consigo
misma, produciendo en lo determinado una <<negación de la
negación>> (Hegel).
Con la idea espinozista de substancia
se consolida, el más perfecto panteísmo (Dios es consubstancial al
mundo) que conocemos, y de ahí el famoso comentario de que quien no sea
espinozista no tiene filosofía alguna. También Aristóteles pudo haber
dicho Dios es naturaleza, como nuestro filósofo, pero la diferencia
entre uno y otro está en que para Espinoza la physis es infinita,
mientras Aristóteles permanece en un cosmos finito, vuelto sobre sí como
límite. Para Aristóteles toda determinación es perfección, mientras en
Espinoza toda determinación es negación.
Pero tampoco se trata
en la Ética de una unidad abstracta y vacia, que simplemente lo engloba
todo como un cajón de sastre, sino de una tensión causal interna que se
desdobla en Natura naturans y Natura naturata, energía formadora y
material formado. En ese desdoblamiento no se pierde la fluidez de lo
mismo en lo mismo, aunque aparece el proceso de lo particular y lo
individual determinado, que constituye el pormenor de lo infinito.
2.2.Atributo y modos.
Lo que en Descartes eran la substancia extensa y la pensante (que no
eran en sentido propio <<substancias>> sino res,
<<cosas>>, por corresponder lo substancial sólo a Dios) no
aparece en Espinoza como algo escindido e independiente. El pensamiento y
la extensión son atributos de la substancia infinita. La definición de
la Ética dice:
<<Por atributo entiendo aquello que el entendimiento percibe como constituyendo la esencia de la substancia>>.
No
se trata de que haya sólo estos dos atributos, sino de que nuestros
entendimiento sólo ha llegado a percibir esos dos. Los atributos son
infinitos, como corresponde a aquellos que determinan, pero sólo
infinitos, en su género. El concepto de atributo guarda cierta relación
con el aristotélico de categoría, pero con la diferencia fundamental de
que en Espinoza el hecho de expresar la esencia divina (en Aristóteles
<<lo que es>>) únicamente acontece de modo cabal con el
pensamiento y la extensión, mientras el lugar, el tiempo, la cualidad,
la cantidad, etc. son especificaciones que se producen dentro de uno de
los atributos, o de ambos.
El tercer elemento de la substancia es lo que Espinoza llama los modos, que define como:
<<aquello que es en otra cosa, por medio de la cual es también concebido>>.
Los modos son los accidentes, a los que Espinoza llama
<<afecciones>> de la substancia. Fuera de lo absolutamente
infinito, y de las expresiones puras de esa infinitud en el
entendimiento que son los atributos, todo lo demás del universo son
modos, cosas que llegan a ser en cuanto participan de la substancia o
descansan sobre ella. Ser en otro significa así ser en Dios, y estos
seres sólo se distinguen de Dios mismo en el hecho de construir -además-
algo determinado y por tanto finito. Dentro de los modos aparecen
nuevos modos, y otro dentro de éstos, porque el concepto de la
substancia como actividad es que de ella fluyan <<indefinidas
cosas, en indefinidos modos>>.
2.2.1. Lo afirmativo de la esencia
Aquello
que el modo tiene de finito o definido es lo que una cosa tiene de
propio y excluyente, como ser gusano, trapecio, globo, árbol, etc. Al
conseguir esta definición que la hace ser sólo ellas, distintas de todo
lo demás ponen el principio de su perfección (su <<sí
mismo>>) no menos que el de su acabamiento,
Fijémonos en
que esta dialéctica de indefinido-definido fue objeto del primer texto
de la historia de la filosofía, el fragmento donde Anaximandro habla de
que las cosas <<se pagan unas a otras su injusticia de acuerdo con
el orden del tiempo>>. Al llegar a la filosofía de Espinoza el
asunto se replantea bajo una nueva luz. Sigue siendo claro que
diferenciarse significa penetrar en el límite, y penetrar en el límite
significa ingresar en la finitud (temporal, espacial), pero el sentido
de que esto suceda así ya no es la <<injusticia>> de cada
individuo con respecto a lo general indeterminado -aquello que en el
Antiguo Testamento constituye <<La ira de Dios>>- sino algo
relacionado exclusivamente con los otros individuos.
La
definición de una cosa expresa su esencia, dice Espinoza, <<y la
esencia pone, no quita>>. Lo que pone -lo arbóreo del árbol, lo
humano del hombre, lo esférico de la gota, etc.- se expresa como un
esfuerzo por perseverar (conatus), y este perseverar <<no tiene
ninguna duración limitada>>. Librados a sí mismos, el árbol, el
hombre y la gota seguirían siendo siempre. Hay, pues, una energía eterna
en cada individuo y en cada estado, una afirmación infinita, que es la
presencia de la substancia en ellos. La muerte y la transformación de
naturaleza acontecen tan sólo porque unos conatos se interponen en el
camino de otros, y en su variada multitud se atropellan y excluyen entre
sí; unas veces son vivientes que asimilan o parasitizan a otros, y
otras se trata simplemente de que la existencia de cierta cosa resulta
incompatible con la otra.
2.3. La eticidad
El concepto
de la extensión y el pensamiento como atributos de una substancia
inmanente destruye de raíz el dualismo cartesiano. El alma es la idea de
un cuerpo, su unidad reconocida bajo el atributo del pensamiento. El
cuerpo es esa misma unidad, reconocida bajo el atributo de la extensión.
La excelencia del alma no puede ser otra cosa que la excelencia del
cuerpo.
La meta del obrar ético es desde luego la felicidad,
pero lo propio de esta felicidad en el caso del hombre es la libertad
que proporciona el conocimiento de lo verdadero, que es un conocimiento
de lo necesario. Cada cosa existente constituye el resultado de una
infinita cadena de causas eficientes, y lo casual en el sentido estricto
-lo <<contingente>>- sólo proviene de deficiencias en
nuestro conocimiento, que ha omitido algún eslabón en la cadena
genealógica del objeto en cuestión. Por su parte, el modo de alcanzar
conocimiento verdadero es formarse ideas adecuadas del objeto, cosa que
prácticamente significa no confundir allí lo substancial, lo predicativo
y lo modal (que incluye modo o determinación).
2.3.1. Las virtudes y los vicios
<<La
virtud ha de ser su propio premio>>, afirma la Ética en la más
pura línea aristotélica. Cualquier otra recompensa degrada la conducta
al autoengaño o la hipocresía. Como la eticidad ha de ser buscada por
sí, no por lo que pueda sugerir a otro (y mucho menos a otros
imaginarios solamente), es virtuosa la alegría. Espinoza define la
alegría como aquello que aumenta al capacidad de obrar de un cuerpo. De
la virtud de la alegría se derivan absolutamente todas las otras. A
través de ella el esfuerzo por conservar la existencia adquiere un grado
de libertad que se convierte en humanidad, firmeza, templanza y,
finalmente, idea adecuada de lo que es, cuyo requisito está en superar
lo naturalmente confuso de los efectos. A la inversa, el paradigma del
vicio es la tristeza, que reduce la capacidad de obrar; de ella proviene
el odio, la envidia, el miedo a la muerte y los demás efectos
característicos de aquellos que Espinoza llama <<la servidumbre
humana>>.
No podemos entrar en el detalle de la
definiciones que la Ética ofrece de los distintos efectos y sus
relaciones. Baste decir que, como en Sócrates, para defendernos de las
pasiones el único camino es formar ideas adecuadas sobre ellas.
<<Un efecto, afirma, deja de ser pasión cuando nos formamos de él
una idea clara y nítida>> Nunca podremos alcanzar otra libertad
que el conocimiento de lo necesario, pero en el caso de los ánimos la
principal causa de padecimiento son los conceptos confusos que el hombre
se forma sobre Dios, el mundo y su propio ser.
La filosofía de Leibnitz.
3.1. El concepto del individuo
Volviendo a Aristóteles, que inauguró las distinción entre ser por sí y
ser por otro, Leibnitz se adhiere a una substancia que es lo contrario
de algo único. La substancia son las substancias, una pluralidad
ilimitada a la que -usando un término aristotélico también- llama
mónadas a unos.
Nótese que <<ilimitado>> sólo se
aplica al número de substancias, no -como sucedía en Espinoza- a su
esencia; la determinación vuelve, pues, a pensarse positivamente. Como
constituyente o elementos de todo lo real aparecen una especie de átomos
cualitativos privados de extensión y materia, intemporales, que son las
nómadas.
Cada mónada constituye lo que Leibnitz llama una
forma substancial (término usado por el atomismo), entendiendo por ello
algo <<sin ventanas>> que es en sí definición.
El
interés filosófico de este concepto a primera vista extraño. está en que
intenta pensar radicalmente la diferencia. Leibnitz no se conforma con
la diferencia formal,, derivada de un contraste entre forma y magnitudes
en las cosas del mundo es preciso que haya antes una distinción real o
inmanente de sus elementos básicos, porque sólo esto permite comprender
la individuación.
3.1.1. El principio de lo indiscernibles
Con la combinación típica en él de frivolidad y profundidad. Leibnitz
nos dice: <<no hay dos individuos indiscernible (iguales)>>.
Uno de mis amigos, gentil hombre de espíritu, con el conversaba en
presencia de la Sra. Electora de Maguncia en el jardín de Herrenhausen,
creyó que encontraría dos hojas completamente iguales. La Sra. Electora
le desafió, y él corrió de aquí para allá buscándola en vano durante
largo tiempo. Dos gotas de agua o de leche miradas al microscopio se
revelaran discernible (distinguible). Es un argumento contra los
átomos>>.
Conceptualmente formulado, esto significa: lo
que no es diferente en sí no es diferente; la determinación no es algo
derivado de nuestro comparar. Si tres o cuatro cosas se distinguen tan
sólo por ser tres o cuatro, no son tres o cuatro sino una sola. He ahí
un gran pensamiento. Con todo, si no se distinguen como formas ni como
masas, sino como <<formas substanciales>>, Leibnitz postula
que no puede relacionarse sino de manera extrínsica o, mejor aún que no
puede relacionarse (por lo dicho de <<no tener ventanas>>).
A
esta falta de relación la llama simplicidad, añadiendo con un matiz
claramente especulativo que las mónadas no son meros unos sino
<<una pluralidad que permanece encerrada en lo uno>>. Todo
cuanto puede postularse como principio relacional de estos unos vueltos
sobre sí mismo (cuya composición constituye todos los seres existentes)
es, según Leibnitz <<una posibilidad: la armonía, la unidad que es
en sí>>. Resulta difícil seguir a Leibnitz hasta semejante
conclusión, que constituye la base de su famosa doctrina de la armonía
preestablecida. Espinoza había dicho que el <<orden de las ideas
es el mismo que el orden de las cosas>>, fundiendo de manera
inmediata el ser y el pensamiento. Descarte, con su principio subjetivo,
acababa postulando una comunicación milagrosa entre lo extenso y lo
mental. Lo mismo disfrazado por el sofisma de presentar las atracciones
como impulsos- aparece en Newton. Ahora lo que se propone es una
separación absoluta pero originalmente coordinada, de tal manera que
todas las cosas <<compuestas>> deben concebirse como una
multitud de relojes aislados pero puestos a la misma hora, sincronizados
desde el principio de los tiempos.
3.1.2. La percepción como interior
La infinitud del panteísmo espinozista era un levantamiento del límite
en general. Leibnitz, por su parte, propone un infinito de infinitos (un
verdadero continuo), siguiendo la línea inaugurada por Anaxágoras, que
no cancela en realidad el límite: lo grande no tiene más parte que lo
pequeño.
<<Cada parte de la materia puede concebirse como
un jardín lleno de plantas, y como un estanque lleno de peces. Pero cada
rama de la planta, cada gota de sus humores, es también un jardín tal y
un tal estanque>>.
Por consiguiente, cada mónada o forma
sustancial está encerrada sobre sí, pero dentro de esta unidad está
todo absolutamente; dentro <<resuena>> un infinito de
infinitos, una pluralidad propiamente inmersa. Esto -si volvemos un
momento a nosotros mismos, en nuestra singularidad- guarda puntos de
contacto con la experiencia inmediata, que puede concebirse como cadena
de causas eficientes externas (de acuerdo con Espinoza) y también como
la bóveda recluida de un destino propio, regido por la unidad <<en
sí>> que es la armonía preestablecida.
Lo más notable
quizá de toda la filosofía leibniziana deriva de que esta pluralidad
inscrita en lo simple se concibe como percepción.
<<Una
determinada y un cambio de este tipo, que permanecen y se desarrollan
así en la esencia misma, no son otra cosa que una percepción>>.
Cada mónada, y cada individuo concreto como armonía de ellas, tienen
por naturaleza el sentirse, el principio interno del ánimo. Allí reside
la diferencia inmanente, que en vez de ser impuesta desde fuera brota de
la peculiar pluralidad en lo simple representada por la percepción. La
percepción no constituye en Leibnitz una presencia de lo otro, sino una
unidad de la distinción infinita inscrita dentro.
De ahí que
la apetencia no sea alguna idea acompañada de alguna causa externa, de
acuerdo con el espinozismo, sino <<la actividad del principio
interior por el cual se avanza de una percepción a otra>>. Esto es
lo que para Leibnitz asegura la <<espontaneidad>> de la
mónada.
3.1.3 Los cuerpos
Los cuerpos son conglomerado de mónadas.
(sust.unidad,adj.aislado,solitario)
Las percepciones de los conglomerados de mónadas no son necesariamente
conscientes. Las mónadas que Leibnitz llama <<inorgánicas>>
carecen de conciencia (aunque sean en sí percepción), y las orgánicas
pueden permanecer en estado de <<oscuridad>> como en el
sueño o el delirio febril. Un ejemplo de espontaneidad sin conciencia en
mónadas inorgánicas es la aguja magnética, continuamente orientada
hacia el Norte. Si la aguja fuese consciente, dice Leibnitz, no sólo
habría en ella una acción inmanente sino una libertad. Al igual que en
Espinoza, la libertad no es cosa distinta de la necesidad, sino algo
como lo espontáneo reflejado sobre sí, el hacer asumido.
Son
inorgánico aquellos cuerpos compuestos de modo externo, por agregación
de elementos. Falta allí una <<perfección>> o mónada que sea
principio y rija para todo. Son orgánico o vivos, animados, los cuerpos
en los que una mónada predomina sobre las demás. Como unos y otros son
percepción (<<pluralidad en lo uno>>), lo que tienen de
materia es la oscuridad del sentir, un aturdimiento ante la infinitud
como el del oído que no escucha el caer de una gota aislada sino el
rugido de la ola.
En cierto cuerpos orgánicos acontece la
conciencia, que significa una claridad en la percepción y delata el
gobierno de una nueva mónada <<aperceptiva>>. Con un término
que Kant consagrará, Leibnitz llama apercepción a cualquier percepción
consciente (de sí). Decantada de toda otra cosa, la apercepción conoce
dos verdades intemporales.
Una es el principio de
contradicción según aparece en Aristóteles, como posición de lo opuesto.
Otra es la ley de <<parsimonia (moderación)>> -también
aristotélica- en cuya virtud, la naturaleza no hace nada en vano y se
complace siempre en la economía.
A esta tendencia, vista en la
génesis de las cosas, la llama Leibnitz principio de <<razón
suficiente>>. Ser, existir, significar tener alguna razón de ser o
existir. <<El principio de razón consiste, dice en que todo tiene
su fundamento>>. Pero la razón no es otra cosa que Dios, y allí
donde rige el principio de razón rige lo divino, <<mónada de las
mónadas>>. En esa mónada la oscuridad del sentir, el aturdimiento,
se ha reducido a nada.
3.2. Lo analítico y lo sintético
La principal deuda del kantismo para con Leibnitz se vincula a la doctrina que éste mantenía acerca de la verdad.
Las <<verdades de razón>> constituyen juicios donde los
predicados son inherentes a los sujetos, como cuando comprobamos que el
todo tiene una extensión superior a la parte o que no hay color sin
extensión. Cuando la conexión entre términos no incluye nada nuevo,
ninguna composición de elementos en principios diversos, Leibnitz dice
que se trata de proposiciones analíticas.
Las <<verdades
de hecho>>, en cambio, conectan determinaciones que son en
principio inherentes y podrían hallarse desvinculadas. Que el apogeo del
pensamiento presocrático (Heráclito, Parménides) acontece cuando Atenas
está adoptando la constitución democrática de Clístenes, por ejemplo,
es un juicio verdadero pero no <<analítico>>. Aunque
Leibnitz lo llama <<fáctico>> (y no sintético), lo que le
distingue es componer (<<sintetizar>>) una unidad o una
diferencia no dada a priori en los términos.
Las verdades de
razón, añade Leibnitz, tienen por base el principio de contradicción.
Las de hecho se basan, además en el de razón suficiente. Que Heráclito y
Parménides sean coetáneo de Clístenes es pues un hecho, aunque si ha
llegado a suceder es también porque no constituye una completa
arbitrariedad y tiene su fundamento o razón en el detalle mismo de lo
acontecido.
Observemos, con todo, que el tener todo hecho una
razón, el hecho se convierte en una razón, deducible a priori (o
<<analítica>>) disponiendo de los necesarios elementos de
juicio, lo cual tiende a borrar la fina diferencia recién trazada entre
verdades de hecho y verdades de razón. Consciente de ello, Leibnitz
intentó conservar la distinción a pesar de todo, afirmando que unas
verdades se refieren a las esencias -esto es, a las ideas, al reino
ideal- y otras a las existencias. Así, que una parte de la manzana sea
menor que toda las manzanas es independiente de que haya manzanas; que
las manzanas resulten ser dulces, por el contrario, no es independiente
de que existen manzanas. El asunto dista de estar claro, pero convendrá
aplazarlo hasta Kant, que elaborará ampliamente.
La filosofía de Kant
Los
primeros escritos de Kant son intento de combinar a Newton con Leibniz
mediante un sistema de mónadas como centro de fuerza dentro de un
espacio absoluto, esto es, una física especulativa donde tratan de
complementarse lo empírico con la pura deducción.
La
<<filosofía crítica>> intentará llevar una inversión del
planteamiento tradicional en alguna medida comparable a la revolución
copernicana; no será un saber del mundo físico -una ingenua adecuación
del intelecto a la cosa_ sino clara y decididamente un saber del sujeto,
no en tanto que yo empírico, psicológico, sino como sujeto
trascendental.
<<Trascendental>> es un neologismo
kantiano que significa prescindir del contenido concreto y atenerse
exclusivamente a lo que hay en la experiencia de pura forma previa o
independiente, a las <<condiciones de posibilidad>> de ella
misma.
Para percibir un olor es preciso que algo despida
algún aroma, pero antes aún es preciso que haya un olfato; se trata de
investigar la forma de semejante facultad.
El <<Idealismo
trascendental>> en Kant, es considerar los fenómenos como simples
representaciones, no cosas en sí; tiempo y espacio son sólo formas
sensibles de nuestra intuición, no condiciones de los objetos como cosa
en sí.
1. La crítica de la razón pura. ¿Qué puedo saber?
Publicada
cuando Kant tenía casi sesenta años, y revisada profundamente por el
autor en su segunda edición, seis años más tarde, la primera Crítica es
un tratado monumental que alterna la claridad y la oscuridad, el
barbarismo terminológico y una refinada precisión. Con ella resurge el
planteamiento genuinamente filosófico, que es la naturaleza del
pensamiento y de lo real, así como la relación entre ambos. Describiendo
el proceso que va desde la intuición sensible hasta las ideas absolutas
de la razón, Kant llena de realidad y detalle el desnudo¡udo cogito
cartesiano. No es que estoy cierto de existir por que pienso, sino -como
dirá la Crítica- que <<el entendimiento bien podría ser el autor
de aquella experiencia donde aparece sus objetos>>.
1.1. Los requisitos de cualquier ciencia posible
Kant parte de la distinción leibniziana entre verdades de hecho y
verdades de razón. Llama a las primeras juicios sintéticos, entendiendo
por tales aquellos donde el predicado no está contenido implícitamente
en el sujeto (<<la tarde está fresca>>, <<mi vecino es
gordo>>, <<en Chile hay censura de prensa>>) y, por
lo mismo, se transmite una información que amplía el conocimiento. Los
juicios analíticos (<<la nieve es blanca>>, <<A es
igual a A>>); en cambio, permanecen en la tautología y no amplían
el conocimiento.
Junto a esta distinción Kant enuncia otra,
entre juicios a priori y juicios a posteriori. La verdad de los primeros
no depende de la experiencia, siendo por ello universales y necesarios,
y su prototipo son los juicios analíticos antes mencionados. Los
juicios a posteriori depende de la experiencia y son contingente, como
es contingente -aunque real- que la tarde esté fresca o que mi vecino
sea gordo.
Parece, pues, que la segunda clasificación se limita a
repetir la primera desde otro ángulo, pero Kant da un paso más y define
el conocimiento científico en general como sistema de juicios
sintéticos a priori, donde se cumple la exigencia de universidad y
necesidad no menos que la de existir un contenido en información. Un
juicio de esta índole, por ejemplo, es para Kant la definición
euclidiana de línea recta (<<distancia más corta entre dos
puntos>>) o el principio de que <<nada comienza sin
causa>>.
No es en modo alguno evidente que estos dos
ejemplos sean juicios sintéticos a priori -en el caso de la recta puede
dudarse de que <<más corto>> sea algo distinto de
<<más simple>>, e indirectamente de <<menos
curva>>, y en el caso de la causalidad es discutible (recordemos
Hume) que se trate de algo distinto de una <<creencia>>,
pero Kant está convencido, como todo su tiempo, de que la matemática no
es una disciplina analítica y de que la física matemática no es una
disciplina meramente experimental.
La importancia del
planteamiento es que de él se sigue preguntar si la metafísica puede
formar juicios sintéticos a priori, y para responder a ello la Crítica
de la razón pura tratará de hacer una descripción genética del proceso
cognoscitivo humano.
1.4 El razonamiento y las ideas
La
tercera parte de la Crítica (la <<dialéctica
trascendental>>) pretende investigar la razón, que se define como
<<facultad de juzgar mediadamente>>. El entendimiento
entiende, mientras la razón concibe. La razón <<nunca mira
directamente a la experiencia o a objeto alguno, sino al entendimiento,
para impartir una unidad>>. Es por eso el origen de conceptos y
principios que no ha tomado a préstamo ni de los sentidos ni del
entendimiento. De acuerdo con Kant, la razón es pura
<<espontaneidad>>, cuya operación consiste en producir
ideas, siendo la idea <<un concepto formado por conceptos puros,
que trasciende cualquier experiencia posible>>.
La razón
persigue siempre lo incondicionado, lo no relativo, y esto hace que
trate siempre de pasar desde condiciones particulares a otras más
generales y desde ellas a algún término absoluto que sea una unidad
infinita de las diferencias. Para Kant, se trata de <<una
dialéctica natural e inevitable de la razón pura, inherente e
inseparable de la inteligencia humana, que nunca dejará de
fascinarla>>. Las leyes de esa dialéctica producen tres clase de
razonamientos de acuerdo con las tres ideas
<<trascendentales>>.
El primero parte de la
conciencia de sí para llegar a la unidad absoluta del sujeto pensante
(esto es, el alma o la libertad), y es lo Kant llama el
<<paralogismo (razonamiento falso) trascendental>>. El
segundo parte del conjunto del objeto fenoménico para llegar a la unidad
absoluta de las series de condiciones (esto es, al universo como todo
perfectamente cohesionado), y desemboca en lo que Kant llama
<<antinomias (contradicción entre dos leyes o principios
racionales) de la razón pura>>. El tercer razonamiento parte de la
unidad de lo subjetivo y lo objetivo, de todas las cosas en general,
para llegar a la unidad absoluta de todo lo pensable (esto es, a Dios), y
constituye para Kant <<el ideal de la razón pura>>, no
menos que la <<ilusión trascendental>>.
1.5 El <<canon>> de la razón pura
El alma -como elemento inmortal (espíritu) y como agente no inerte
(libertad)- el universo y Dios son ideas que <<la razón produce
por necesidad, en virtud de sus leyes originales>>. Sin embargo,
no constituyen juicios sintéticos a priori ni, en consecuencia,
razonamientos <<científicos>>. Al ser substancias puramente
inteligibles violan la cesura entre fenómenos y cosas en sí sobre lo que
se basa el idealismo trascendental; pretenden saltar sin el apoyo de la
experiencia sobre lo existente.
En definitiva,
transgreden el principio de la subjetividad radical del pensamiento.
Desde luego, este idealismo ha puesto el pensamiento en todas partes
-como <<condición general de posibilidad>> o condición
trascendental- pero insiste en separar de ello el ser o la substancia
física, presentándola como algo otro y dotado de una verdad inaccesible a
la razón pura.
Es importante constatar hasta qué punto todo
este análisis del conocimiento y sus límites está sobredeterminado por
motivos teológicos-morales. Según Kant, o bien las ideas de la razón
práctica pura pasan a ser patrimonio exclusivo de la razón práctica
(como <<ideales>> sólo accesible a la voluntad), o bien
cualquier manejo de las mismas caerá no sólo en <<quimeras>>
sino en devastaciones>>. Una de las últimas frases del tratado
nos habla de la <<filosofía crítica>> como un censor que
mantiene el orden público>>, gracias al cual, <<la
metafísica podrá seguir siendo el baluarte de la religión, pues la razón
humana, dialéctica ya por naturaleza, no puede prescindir de una
ciencia que le sirva de freno y evite las devastaciones que una razón
especulativa liberada de ley no dejaría de producir en la moral y la
religión>>.
Ya en el prefacio a la segunda edición del libro, Kant había dicho lo que completa estos pensamientos:
<<yo no puedo suponer para el necesario uso práctico de mi razón a
Dios, la libertad y la inmortalidad sin negar al mismo tiempo las
pretensiones de la razón especulativa, que transforma las instituciones
trascendentales en objetos de experiencias, haciendo así imposible toda
extensión práctica de la razón pura. Tuve, pues, que superar el saber
para hacer sitio a la fe>>.
Junto a la monumental
construcción especulativa surge, así el intento de poner a cubierto de
toda especulación los contenidos últimos del pensamiento, confiándolo a
la voluntad piadosa. Conceptos espléndidos como la distinción entre
entendimiento y razón, o el de que la razón <<produce>>
ideas, coexisten con un sistema de creencias que se resiste a dar el
salto hacia un idealismo coherente con las demás premisas de la
construcción.
1.6. Lo subjetivo y lo objetivo
Los
herederos inmediatos de Kant (Fichte, Schelling y Hegel) no podrán
conformarse con este <<canon>> de la razón pura. Al tomar
posesión de su cátedra en Berlín, Hegel empezará diciendo:
<<Lo que en todo tiempo pasó por más ignominioso e indigno, la
renuncia a conocer la verdad, llegó a ser en nuestros días el más
sublime triunfo del espíritu. Este supuesto conocimiento ha usurpado
incluso el nombre de filosofía>>.
La distinción tajante
entre lo objetivo y lo subjetivo que representa el
<<fenomenismo>> kantiano pasaba por alto dos aspectos
nucleares. En primer lugar, un análisis riguroso de la impresión en la
primera fase del conocimiento (<<estética trascendental>>);
Kant adopta el criterio de Hume sobre la falta de nexo entre los datos
sensibles, corrigiéndolo luego con la introducción de las formas puras
de la intuición (espacio y tiempo), pero si la sensación es el momento
<<pasivo>> del conocimiento ha de haber algo activo o
impresionado que por ninguna parte aparece investigado y descrito.
En
segundo lugar, la compartimentación propuesta de lo subjetivo y lo
objetivo contradice la síntesis de ambos lados que la propia Crítica ha
anunciado <<como unidad original de la apercepción>> en el
yo pienso inherente a cualquier categoría y concepto; o bien esa unidad
original sintetiza efectivamente el ser y el pensamiento -en cuyo caso
sobra la cesura (corte) entre cosa en sí y fenómeno-, o bien se trata de
una expresión artificiosa, donde <<yo>> y
<<pensar>> constituyen aspectos de lo mismo y no hay
verdadera síntesis.
Investigar las condiciones de posibilidad
del conocimiento sin proponer algo conocido tiene ciertas semejanzas con
la pretensión de aprender a nadar sin entrar en el agua, antes de
ponerse a nadar. Y si hace unas páginas decíamos que el olfato tiene
algo de previo al aroma, ahora cabe observar que eso sólo vale para el
olfato en acto, oliendo, mientras con Kant se ofrece únicamente en
potencia o como una <<facultad>> olfativa. Aceptando las
premisas del fenomenismo, se diría que olemos lo hediondo pero no lo
hediondo, como si pudiera darse una cosa sin la otra.
La Crítica
de la razón pura desarrollará vigorosamente lo especulativo, aunque
poniendo a la razón bajo una tutela del entendimiento. Sus ideas no son
juicios sintéticos a priori, que sólo pueden provenir de una observación
apoyada sobre procedimientos matemáticos. Kant considera quimérico todo
cuanto brote de la razón teórica librada a sí misma, y quimeras son las
ideas cuando aparecen bajo aspecto del saber objetivo. Al mismo tiempo,
la <<idealidad>> lo atraviesa todo, determinando la
perspectiva trascendental del discurso. Puesta al abrigo del puro saber,
las ideas se confían al querer. El alma, el universo como totalidad y
Dios no son cosas que no se conocen, sino cosas que se anhelan o buscan
prácticamente.
2. LA FILOSOFIA DEL DERECHO DE HEGEL
Ultima de las obras publicadas por el propio Hegel, los Fundamentos de
la Filosofía del derecho (1820) muestran hasta qué punto el
<<idealismo>> de su pensamiento puede considerarse un
realismo. <<La filosofía>>, dice el Prefacio, <<resume
su tiempo en el pensamiento [...] y llega siempre demasiado tarde,
cuando la realidad ha cumplido y terminado su proceso de formación. Sólo
al comenzar el crepúsculo lo levanta el búho de Minerva>> (diosa
romana).
El <<derecho en general>> constituye el espíritu objetivo, que se realiza en tres momentos fundamentales.
1º. El <<derecho abstracto>>, que concierne a los
individuos, como meras personas. Puesto que la persona no es sino
capacidad jurídica singular, la irrealidad o el vacio interior del
individuo abstracto sólo se llena de un poder sobre cosas externas e
inertes, representado por la propiedad. Las relaciones entre
propietarios y poseedores constituyen la esfera del contrato, donde los
hombres trabajan, intercambian objetos y pactan, como si la voluntad
privada de cada uno fuese lo racional mismo. Falta, pues, la idea de la
totalidad, y esa falta determina que el libre acuerdo se deslice primero
hacia la <<impostura>> y, finalmente, hasta el
<<crimen>>, determinando la necesidad de una justicia penal.
Digamos de paso que Hegel nunca fue un entusiasta del puro laissez
faire en materia económica, y que ya en sus Cursos de Jena (1806-1807)
previó el empobrecimiento de <<toda una clase>>
-proletariado y pequeña burguesía- como efecto inevitable de los
principios librecambistas; <<a quien ya tiene, a ése se le
da>>, decía entonces, considerando dicha condición como principio
del <<máximo desgarramiento de la voluntad social, la rebelión
interior y el odio>>.
2º. La <<moralidad
subjetiva>> no se refiere ya al individuo como persona jurídica,
cuya existencia sólo se alcanza gracias a la posesión de objetos
externos, sino a verdaderos sujetos para quienes la libertad constituye
algo interno, una intención permanente de adecuarse a lo universal y, en
consecuencia, a la razón. Para la posición de la <<moralidad
subjetiva>> (que expresa el formalismo kantiano y la ética
individualista de Fichte), <<la esencia del derecho y el deber y
la esencia del sujeto pensante y deseante son absolutamente
idénticas>>. Hegel se opone de plano a este criterio considerando,
primero, que el espíritu es concebido allí tan sólo como yo y no como
nosotros igualmente y, segundo, que el reino del puro deber ético
desembocará en un anhelo permanente incumplido como la
<<rectitud>> de Kant, pues supone sustituir toda las
inclinaciones naturales del hombre por imperativos formales, tarea de
toda una eternidad. Además, la buena intención por sí sola no puede
evitar las múltiples contradicciones de la <<buena
conciencia>> y <<el mal>> ya enumeradas en la
Fenomenología.
3º. La <<moralidad objetiva>> marca el
momento donde el sujeto se eleva desde su ser individual a las
totalidades orgánicas que son la familia, la sociedad civil, y el
Estado, reconciliando legalidad y eticidad.
La familia tiene su
origen en el <<amor>>, gracias al cual el sujeto pasa a
existir como <<miembro>> y no sólo como persona. Pero el
desarrollo natural de la familia conduce a una división de familias que
comportan como personas independientes. Reunidas por la potencia de un
amo, o por libre consentimiento, las colectividades familiares dispersas
se convierten en sociedades civiles.
La satisfacción de sus
exigencias que suscita el grupo se realiza mediante el trabajo y su
división. La relación entre los bienes sociales y el trabajo que los
suscita genera, a su vez, la ley positiva como
<<jurisdicción>>, gracias a la cual se expían las
violaciones de la propiedad y las personas. Pero hace falta, además,
garantizar la seguridad y el bienestar de los individuos, y esto
justifica la <<administración>> como modo de
<<salvaguardar lo que hay de universal en la particularidad de la
sociedad civil>>. Bajo la administración esa particularidad se
consolida en corporaciones o estamentos (agrícolas, mercantil y
funcionarial). Este último gremio, que se ocupa de los intereses comunes
de la sociedad civil exclusivamente, constituye el germen desde el cual
se desarrolla la superación inmanente de la sociedad civil, el Estado.
2.1. El estado hegeliano
El Estado constituye <<lo racional en sí y por sí, un fin propio,
absoluto, inmóvil, donde la libertad obtiene su valor supremo>>.
Su fundamento reside en el destino inevitable de los hombres que es la
existencia colectiva, y sólo queriendo conscientemente el Estado supera
el sujeto las cadenas de la arbitrariedad y la barbarie. Sin los
<<funcionarios dotados con el sentido del deber>> que
encarnan prácticamente la actividad estatal, el espíritu del pueblo se
vería escindido por los intereses demasiados particulares de los demás
estamentos y gremios.
Pero Hegel nos depara aquí una sorpresa,
porque el Estado del que habla constituye lo más opuesto al Estado
mínimo basado en las tesis liberales. Aunque en su juventud se ha
sentido jacobino, en sus últimos años no tiene reparos a la hora de
afirmar:
<<el pueblo representa en el Estado la parte
que no sabe lo que quiere>>. Aunque en la Fenomenología del
espíritu y en la Filosofía de la historia ha expuesto desde diversos
ángulos la dialéctica fatal del Imperio, con sus secuelas de miseria y
corrupción, en la Filosofía del derecho aboga por un Estado monárquico
con vocación imperial, poderes ilimitados y absoluta irresponsabilidad
para el gobierno. La libertad es sólo conciencia de la necesidad. Ya en
el Prefacio a esta última obra ha distinguido el ejercicio
<<privado>> de la filosofía en Grecia de su ejercicio
<<público>> en Prusia, donde se encuentra
<<exclusivamente al servicio del Estado>>. Su pensamiento,
en términos generales mucho más inclinado hacia Aristóteles que hacia el
dualismo platónico, adquiere ahora orientaciones afines al absolutismo
de la República, con su gobierno de severos sabios. En realidad, él es
ahora uno de los principales funcionarios-sabios, a cuyas clases asisten
miembros del Gobierno y de la familia real, y está haciendo honor a sus
responsabilidades.
Detrás de todo ello está el único punto de
encuentro entre Hobbes y Rousseau, tan divergentes en todo lo demás. Se
trata de la vieja majestas, la <<soberanía>> que reclama la
voluntad general ahora <<espíritu del pueblo>>. En nombre de
esa soberanía inalienable, indivisible, ilimitada e incapaz de
equivocarse predica Hegel como madurez de la Historia Universal un
paternalismo absoluto; el Estado no es hostil a una Constitución (ni
pretende basarse en la fuerza o en la astucia). Pero sí se opone
vivamente al <<azar de la elección>> para su
<<príncipe>> todopoderoso, a su escrupulosa separación de
poderes y a instituciones democráticas elementales como el sufragio
universal, la libertad de prensa, el derecho de asociación, el de
huelga, etc., basadas -según Hegel- en oposiciones y desarmonías
anacrónicas ya para el espíritu <<absolutamente libre>>
sobre el cual se establece. Si hubiésemos de definir el Estado hegeliano
con una sola palabra, ésta sería totalitario.
La consecuencia
inmediata es un germanismo que rechaza las ideas kantianas de la
Sociedad de Naciones, el derecho universal., la prohibición
internacional de la guerra y genéricamente, todas aquellas iniciativas y
proyectos donde el principio de la nacionalidad y la autoridad
monárquica quedan limitados.
"Para Hegel, la soberanía del
Estado es un instrumento necesario para la preservación de la sociedad
de clase media, ya que el Estado soberano es capaz de eliminar en los
individuos el destructivo elemento competitivo y convertir la
competencia en un interés positivo del universal...Según Hegel, la
sociedad civil tiene que engendrar finalmente un sistema autoritario, un
cambio que surge de los fundamentos económicos de la sociedad misma y
que contribuye a perpetuarla. <<Razón y Revolución. H.
Marcuse>>.
En lo profundo, Hegel nunca quiso sino pensar
la necesidad, y esa necesidad fue para él siempre una oposición entre lo
natural y lo espiritual en el hombre. Comprendía admirablemente el
mundo griego, se entusiasmó con las revoluciones liberales en su
juventud, pero el elemento propiamente germánico -el severo ascetismo de
la Reforma- no dejó de ser el último núcleo informado de su filosofía
política. Libre, dirá en la Filosofía del derecho, es <<el que
puede soportar la negación de su inmediatez individual, el dolor
infinito>>.
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