viernes, 10 de enero de 2014

Asesinos de Mónica Spears: ¿Banda “Los Rapiditos”, el Gobierno o un simple acto de conspiración?

“En otros lugares entra un tipo y dispara contra quince niños y diez maestros, y no culpan al Estado, lo llaman autor material e intelectual del hecho, o del asesinato, un suicida se lleva una estación del metro y tampoco acusan el estado.....Entonces.” (Noris Rondón, opinión en un chat de fb)
 
Inicio mi escrito citando a una buena amiga que, en un chat de la red social de Facebook, opinaba sobre mi pregunta: ¿Por qué cada vez que emitimos opinión sobre una problemática en particular que atañe a errores conceptuales, ideológicos o procedimentales de la derecha nacional e internacional, nuestros amigos de la oposición argumentan que este Gobierno es el responsable del avance irremediable del hampa en todo el territorio nacional? –Si uno comenta sobre la resistencia del pueblo palestino o sirio, nos responden que en Caracas muere cada fin de semana más ciudadanos que en esos territorios que, además, están demasiados lejos de nuestra cotidianidad como para que nos importe. Si condenamos que el hecho de que al presidente Evo Morales, países como España o Francia le negaran el espacio aéreo para regresar a su país, nos dicen que Diosdado Cabello es un corrupto y que es responsable, junto al resto del tren del Gobierno Nacional, de los miles de cadáveres asesinados el año pasado en Venezuela por manos de bandas de hampa común. No es posible que el desbordamiento de estos grupos delictivos en nuestro país sea un comodín con el cual la oposición y su dirigencia quieran terminar cualquier discusión o reflexión que uno intenta hacer sobre temas que no están asociados a él. 
La respuesta de mi amiga iba en la dirección de esa doble moral (¿por qué no?) de aquellos individuos que cuestionan la violencia interna que vivimos a causa del hampa desatada y que es innegable, pero que invisibilizan, conscientemente, que haya países como EEUU donde venden armas libremente y una buena mañana a un sicópata se le ocurre ir a una escuela, a un supermercado o a una plaza pública y decide vaciar toda la carga de su escopeta sobre las personas: mujeres, ancianos y niños que están en el momento y en el lugar equivocados. El 19 de marzo de 2012 vivimos el horror del asesinato de tres niños preescolares y un adulto en una escuela judía de Toulouse por un sociópata que portaba una pequeña cámara de video con él, mientras perpetraba el crimen; también fuimos testigos  de la llamada Masacre de la Escuela Primaria de Sandy Hook en Connecticut el 14 de diciembre de 2012 en la que murieron 26 personas a causa de la perturbación de un joven norteamericano de clase media acomodada.  Imposible no nombrar la matanza de la Escuela de Columbine, el 20 de abril de 2004, en la que dos adolescentes mataron a sangre fría a 13 personas e hirieron a 26. ¿Quién olvida la Masacre de la isla de Utoya en Oslo, el 22 de julio de 2011, en la que un antisocial dio muerte a 84 personas, en su mayoría jóvenes que acampaban por las vacaciones de verano? ¿Quién no recuerda la sanguinaria masacre de Beslán en Rusia, el 3 de septiembre de 2004, que cobró la vida de 370 personas, en su mayoría niños? Al respecto me pregunto: ¿Alguien dijo alguna vez que estos hechos abominables fueron responsabilidad directa de los gobiernos de los países donde ocurrieron las masacres? Estoy segura que nadie diría algo así, pues sería, inmediatamente cuestionado por nuestros amigos opositores de este país; no porque sean opositores sino porque es una premisa descabellada.
Pero volvamos a la inseguridad en nuestro país, que es un caso inexorable. ¿Qué hacer en una sociedad en la que el narcotráfico, el consumo directo de estupefacientes, el sicariato, la penetración bandas armadas altamente sofisticadas, entre otros factores, ha penetrado en sus raíces? ¿Estamos hablando de Colombia, país en el que el paramilitarismo, la guerrilla y el narcotráfico comparten territorios casi indivisibles entre sí? No, estamos hablando de Venezuela, un país tanto menos violento que Colombia o Brasil donde suceden asesinatos a diario de manera exponencial y en el que parece que los aparatos represivos del Estado no pueden operar para resolver este agudo problema que angustia a millones de ciudadanos de este país caribeño. Sin embargo, si vamos un poco más allá en el análisis de este problema que hoy se materializa en el duelo colectivo por el asesinato de la ex miss Gabriela Spears y de su esposo, podríamos avizorar que el problema de la delincuencia en Venezuela forma parte de un conglomerado mayor, mucho más poderoso del hampa y del crimen organizado a nivel continental. Al respecto, me resulta necesario citar al convicto de origen brasileño, Marcos Camacho, apodado Marcola, quien en una entrevista espeluznante desde la cárcel donde está recluido pero desde donde sigue operando intelectualmente, nos advierte:“Ustedes son los que tienen miedo de morir, yo no. Mejor dicho, aquí en la cárcel ustedes no pueden entrar y matarme, pero yo puedo mandar matarlos a ustedes allí afuera. Nosotros somos hombres-bombas. En las villas miseria hay cien mil hombres-bombas. Estamos en el centro de lo insoluble mismo. Ustedes en el bien y el mal y, en medio, la frontera de la muerte, la única frontera. Ya somos una nueva “especie”, ya somos otros bichos, diferentes a ustedes…La muerte para ustedes es un drama cristiano en una cama, por un ataque al corazón. La muerte para nosotros es la comida diaria, tirados en una fosa común”. (Tomado de:http://www.diariorepublica.com/mundo/capo-brasileno-hablo-como-un-profeta-y-todo-lo-dicho-es-espeluznante-y-vigente).
¿Ante estos despiadados y desenfadados apotegmas dichos por un asesino a sangre fría, qué podemos decir? ¿No será más honesto empezar a preocuparnos como sociedad en qué hemos fallado y demandar del Gobierno Nacional un plan estructural que toque el problema de la violencia y lo intente arrancar de sus cimientos? ¿Por qué no dejamos de sacar rédito político de la muerte de una mujer exitosa, esposa y madre de familia para justificar una molestia abiertamente anti gobierno? ¿Hasta cuándo vamos a alimentarnos de la carroña que nos venden los medios de comunicación privados y las redes sociales para programarnos “en modo disociación sicótica”? Sentémonos a pensar cómo, entre todos: sociedad y Gobierno Nacional, podemos hacer para minimizar los impactos de una violencia continental que se nos viene como un tsunami, mientras seguimos culpando a ese otro que no soy yo que deseo que caiga, así sea publicitando la muerte de miles de nosotros en las calles de nuestro país.
Filóloga Clásica,
Msc en Lingüística y
Doctora en Lingüística.
Universidad de Los Andes

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Rosa Amelia Asuaje

Profesora Filóloga Clásica, Msc en Lingüística y Doctora en Lingüística. Universidad de Los Andes

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