miércoles, 4 de diciembre de 2013

Sionismo, del nacionalismo de base religiosa al fascismo paracolonial




La brutal expulsión de más de 750.000 palestinos para poder implantar un Estado étnico en la Palestina histórica nos obliga en forma imperiosa a preguntarnos qué clase de movimiento político fue el sionismo, capaz de llevar adelante semejante atrocidad sin desparpajo ni límite ético alguno. Para los sionistas, es sabido, su movimiento se encuadra entre los movimientos de restauración nacional de fines del siglo XIX que tuvieron por objetivo poner fin a una situación de opresión ya sea de un pueblo sometido al poder de otro o de una minoría étnica aplastada por una mayoría nacional. Esa minoría era la comunidad judía, dispersa por casi toda Europa, pero constituyendo en cada país una reducida fracción de la población, no sólo discriminada sino perseguida y oprimida por la mayoría cristiana con la que cohabitaba, cuyos exponentes más claros fueron los siniestros pogromos de la Rusia zarista. Así lo plantea Jacob Tsur en su opúsculo Qué es el sionismo cuando lo describe como el “movimiento de renacimiento nacional del pueblo judío” [2] que tomó fuerza luego de dichas masacres: “De tal suerte cristalizó la idea de la nacionalidad. Los judíos constituyen una nación, y como todo pueblo normal necesitan un rincón de tierra propio; y esta tierra no puede ser otra que el solar en que surgió su civilización, o sea la Tierra de Israel” [3] El sionismo como movimiento de resistencia a la asimilación
¿Pero es ésta toda la verdad? ¿O sólo una parte? Está fuera de toda discusión que la judeofobia europeo-cristiana de fines del siglo XIX constituyó un motor para el surgimiento de este movimiento que pretendió construir una nacionalidad a partir de una comunidad religiosa dispersa entre varios países. Sin embargo, de la lectura de los textos de los principales ideólogos del sionismo se pueden colegir otras razones, de suma importancia. Theodor Herzl, por caso, auguraba en El Estado judío, que la asimilación progresiva de los judíos en Europa se podía dar en el curso de dos generaciones pero que “la personalidad del pueblo judío no puede, ni quiere, ni debe desaparecer” [4] . Max Nordau, en el discurso que pronunció en el Primer Congreso Sionista de Basilea de 1897, describió la política de emancipación llevada adelante por Napoleón como un intento de absorción y eliminación del judaísmo, una maquinación del Emperador para que adoptaran la religión del Estado francés. Así sostuvo que “exigió que los judíos renunciaran a su fe mesiánica, que depusieran sus esperanzas nacionales, que abandonaran sus formas de vida peculiares; en resumen que se entregaran al suicidio nacional”. El judío del guetto mantenía sus costumbres, su identidad como tal, era un extranjero entre los pueblos y estaba conforme con ello. “Todas las costumbres y modalidades judías tendían inconscientemente a un solo y único propósito: el de conservar el judaísmo merced al aislamiento del resto de las naciones, fomentar la unidad del pueblo judío y reiterar incansablemente al individuo judío la necesidad de preservar sus características a fin de no verse extraviado y perdido” [5] . Pero la emancipación había transformado la naturaleza del judío, lo había convertido en una criatura distinta, lo había llevado a sentirse ahora alemán, francés o italiano. Eso implicaba abandonar su personalidad judía sin llegar, pese a eso, a ser aceptado como tal en su país de residencia, ya que continuaba siendo diferente. Había perdido la patria del guetto sin haber conseguido la otra nueva. De ahí que era necesario un hogar propio para el pueblo judío.
Se advierte en estas expresiones el miedo a la asimilación, a la pérdida de identidad de los judíos, a su fusión con el resto de la comunidad en la que vivían. Ello podía llevar a que el judaísmo se perdiera o subsistiera como una mera comunidad religiosa debilitada por el proceso de secularización de la Europa occidental. Chaim Weizmann, primer presidente del Estado de Israel, dijo: “No hay judíos ingleses, franceses, alemanes o estadounidenses sino sólo judíos que viven en Inglaterra, Francia, Alemania o Estados Unidos” [6]. La condición de judío, para esta concepción, se halla por encima de cualquier otra característica de la persona. Es la identidad tribal sobre la universal. Para eso la religión judía debía convertirse en una nación en el siglo de auge de las naciones europeas. Gilad Atzmon define al sionismo directamente como “un movimiento global judío que tiene como objetivo impedir la asimilación” [7], que se debate entre su praxis tribal, que busca por sobre todo el aislamiento, y una promesa universal de apertura y tolerancia.
La sombra del particularismo
Pero esta condición tribal del judaísmo arroja sobre el sionismo, movimiento político que buscó darle un Estado a esa comunidad religiosa, la sombra del particularismo. Según François Furet, célebre historiador francés de los totalitarismos del siglo XX, “el fascismo nace como reacción de lo particular contra lo universal, del pueblo contra la clase, de lo nacional contra lo internacional” [8]. El fascismo, en su lucha contra el individualismo burgués, apela a fracciones de humanidad: la nación o la raza. “Éstas, por definición, excluyen a los que no forman parte de ellas, y hasta se definen contra ellos, como exige la lógica de ese tipo de pensamiento. La unidad de la comunidad sólo se rehace con base en su supuesta superioridad sobre los otros grupos, y en un constante antagonismo contra ellos” [9].
¿Es el sionismo un movimiento fascista? A primera vista semejante afirmación parece una herejía si se tiene en cuenta la persecución brutal y el exterminio sistemático llevado a cabo contra el pueblo judío europeo por el nazismo, máxima expresión de esa categoría política tan compleja que se ha llamado “fascismo genérico”. Los promotores del sionismo, Herzl en primer lugar, se identificaban con la Europa burguesa, liberal, individualista, enamorada del progreso y de la técnica. Aspiraban a una república democrática, con derechos sociales y un Estado activo que promoviera la agricultura, la industria y las artes. Sin embargo, aunque se pronunciaba en contra de una teocracia, el autor de El estado judío confería a los rabinos un papel central en los grupos que migraran a la tierra de promisión. “En realidad, nos reconocemos como pertenecientes al mismo pueblo solamente por la fe de nuestros padres” [10] decía cuando imaginaba el futuro estado.
Este hecho, el papel central que la religión desempeñaba en el sueño sionista, entraba sin embargo en contradicción con una característica central del proceso de modernización de la Europa decimonónica: la secularización, la progresiva separación de la Iglesia y del Estado, la sustitución de la religión por la nacionalidad como elemento de unidad de los pueblos europeos, como cemento aglutinante de la población de los nuevos estados que se conformaron durante el siglo XIX: Grecia, Bélgica, Italia, Alemania, Austria-Hungría, Serbia, Bulgaria, etc. Las guerras de religión habían destruido a Europa en los siglos XVI y XVII y ahora se trataba de construir nuevas naciones sobre la base de un nuevo principio de identidad, el de la nacionalidad por encima del de la religión. Pero, como dice Herzl, los judíos sólo estaban unidos por la religión, no por el idioma –“¿Quién de nosotros sabe bastante hebreo para pedir un billete de tren?” [11] - y sobre esa base debían construir la nación. Iban a contramano del proceso de modernización del que se sentían parte.
El sionismo como un caso del fascismo
Si bien el particularismo es un rasgo del fascismo, no necesariamente todo movimiento particularista es fascista. Para ello deben darse otros requisitos, otros rasgos típicos del fascismo sin los cuales sería superficial y arbitraria esa caracterización. La definición del fascismo, como categoría política, ha ocupado kilómetros de tinta y sería imposible ingresar ahora en ese análisis. Es por ello que, sorteando esa polémica, tomamos la definición breve y certera de Robert O. Paxton [12] y veremos en qué medida el sionismo puede encuadrarse en ella:
“Se puede definir el fascismo como una forma de conducta política caracterizada por una preocupación obsesiva por la decadencia de la comunidad, su humillación o victimización y por cultos compensatorios de unidad, energía y pureza, en que un partido con una base de masas de militantes nacionalistas comprometidos, trabajando en una colaboración incómoda pero eficaz con élites tradicionales, abandona las libertades democráticas y persigue con violencia redentora y sin limitaciones éticas o legales objetivos de limpieza interna y expansión exterior”. 
1.- El primer aspecto, la preocupación obsesiva por la decadencia de la comunidad, se expresa en el sionismo por el miedo a la asimilación al que ya nos referimos, asimilación que se percibía como el paso previo a la desaparición del judaísmo a medida que se integraba a la Europa secular. El sentimiento de humillación y victimización era la consecuencia lógica de la discriminación y violencia brutal sufrida por los judíos, aún no aceptados del todo por la Europa cristiana y periódicamente masacrados en Rusia, Polonia, Ucrania y otros países del Este europeo.
2.- Los cultos compensatorios a los que se refiere el autor toman cuerpo en el sueño utópico de El Estado judío, el retorno a Eretz Israel, la tierra de los supuestos antepasados –hoy se sabe que los judíos askenazis, entre los que nació el sionismo, no descienden de los antiguos hebreos- convertida en Tierra de Promisión. Así, el sionismo construyó su propio sueño de redención, como Mussolini lo hizo con la reconquista de Trento y de Trieste en poder de Austria, y Hitler con la unidad alemana: el Sarre, Austria, los Sudetes, la Prusia Oriental. Son las tierras irredentas, en poder del enemigo que sirven para galvanizar a toda la nación.
3.- Unidad, energía y pureza son elementos inherentes al proyecto sionista: la reunificación del “pueblo hebreo” en un sólo territorio, la construcción de un Estado fuerte capaz de defenderlo de sus enemigos y sobre todo la regeneración del judío, confinado por los cristianos a las ciudades, al comercio y a la usura, que ahora se volcaría a la agricultura, a la labranza de la tierra, a las tareas físicas que fortalecen el cuerpo y el espíritu. La idea del judío agricultor, ligado al suelo de Israel, desempeñó un rol cautivante en el proyecto sionista. Fácil es advertir allí el sueño del “hombre nuevo”, tan típico del fascismo y el comunismo, como señala Furet.
4.- El sionismo fue un movimiento con una base de masas de clara raíz nacionalista que reunió un conjunto de militantes comprometidos con la causa. La mayoría de ellos provenían de los sectores medios europeos aunque probablemente también de sectores obreros de Europa oriental. Esos militantes fundaron con gran esfuerzo y sacrificio, pasando hambre, los primeros kibutz y las milicias que conformaran más tarde la banda paramilitar de la Haganáh.
5.- Trabajando en colaboración incómoda y eficaz con las élites tradicionales: he aquí un punto sustancial. Herzl se propuso siempre arribar a la implantación de su Estado mediante acuerdos con los principales gobiernos coloniales y banqueros judíos. A tal fin se entrevistó con el Kaiser Guillermo, el Sultán otomano, el Papa, un ministro del Zar, el Barón Hirsch, el Barón Edmundo de Rotschild y otros, sin mucho éxito. Pero luego de su muerte su proyecto fue claramente tomado por el Foreign Office británico, sin hacerlo públicamente como él pretendía, tal como se desprende del Informe Campbell Bannerman de 1907 por el que se planeaba la creación de un estado tapón al servicio de las potencias coloniales en Medio Oriente, y de la célebre Declaración Balfour de 1917 a partir de la cual se promovió en forma deliberada la inmigración de europeos judíos en Palestina. La colaboración no fue incómoda sin embargo, salvo durante el auge del nazismo, período durante el cual Gran Bretaña restringió la inmigración para evitar enemistarse con los árabes y que éstos se volcaran al Eje. También colaboró eficazmente el sionismo con el régimen nazi para hacer posible esa migración, tal como surge de los estudios de Lenni Brenner [13] sobre el Acuerdo de Transferencia Ha´avara firmado entre el primero y la Organización Sionista Mundial en agosto de 1933, colaboración que probablemente haya sido incómoda. Esta claro que las élites a las que hacemos referencia no son las de Israel, Estado no fundado todavía, sino las principales élites políticas y económicas de Europa por cuanto los judíos se hallaban dispersos por todo el continente.
6.- El abandono de las libertades democráticas por parte del sionismo toma un cariz particular. Cierto es que al interior del movimiento, la Organización Sionista Mundial primero y el Estado de Israel después, adoptaron una estructura democrática, pluralista y participativa. El nuevo Estado, pese a que nunca pudo darse una constitución por la oposición de la ortodoxia religiosa, celebra elecciones, posee un parlamento pluralista, existe libertad de prensa y demás caracteres de las repúblicas democráticas. Pero dicha democracia es sólo para los invasores o sus descendientes. La población palestina expulsada de su tierra y refugiada en los países limítrofes o territorios bajo control militar (Cisjordania y Gaza) nunca gozó de derechos políticos para decidir el destino de su tierra. Incluso los palestinos que no llegaron a ser expulsados –los llamados árabe-israelíes- no gozaron del voto hasta varios años después de constituido el Estado. Tienen prohibido rememorar la Nakba, o catástrofe de su pueblo, o tan sólo atreverse a peticionar un Estado laico, no judío. Y los palestinos residentes en Jerusalén, declarada en 1980 “capital indivisible del Estado de Israel”, unos 250.000 aproximadamente, también carecen de todo derecho a voto. A mayor abundamiento, cuando los palestinos eligieron a Hamas para dirigir la autoridad Nacional Palestina, los resultados electorales fueron desconocidos por Israel que resolvió incautar los impuestos de ese proto-Estado. De donde se desprende que el derecho a voto y a los beneficios de la democracia sólo valen para israelíes judíos y no para todos los habitantes de Palestina. Es una democracia étnica, para una porción de la población, claramente no universal.
7.- Por último la persecución con violencia redentora y sin limitaciones éticas o legales de objetivos de limpieza interna llevada a cabo por las bandas paramilitares sionistas contra el pueblo palestino es sobradamente conocida y ha sido profusamente descripta y documentada por muchos historiadores entre los que se destaca Ilan Pappé con su libro La limpieza Étnica de Palestina [14]. Más de 700.000 palestinos fueron expulsados de sus hogares a partir de diciembre de 1947 para implantar un Estado mayoritariamente judío, violencia brutal que continuó el Estado recién creado en sucesivas masacres entre las que se destacan las de Sabra y Chatila (1982) y Yenín (2002), y los bombardeos sobre Beirut (1981 y 2006) y Gaza (2009). Se trata de una violencia redentora y sin límites éticos de ningún tipo cuya enumeración completa se torna imposible en este espacio pero que estuvo en todo momento acompañada también de una clara y deliberada política de expansión exterior, como lo testimonian la ocupación de Cisjordania, Gaza, el Desierto de Sinaí, las Alturas del Golán en Siria, la apropiación de Jerusalén Oriental y sus monumentos religiosos, y finalmente la ocupación del Sur del Líbano durante varios años.
Llegados a este punto nos permitimos afirmar como consecuencia lógica de todo lo expuesto, que el sionismo, movimiento político de inspiración nacionalista de los europeos judíos que resistieron su asimilación a los países en que residían, es un caso de fascismo en su definición genérica, como el italiano, el alemán u otros, en tanto reúne todos los requisitos que se han postulado del mismo en una de las más elaboradas definiciones de una categoría política tan compleja y disímil como ésta.
Fascismo paracolonial
Sin embargo, existe un elemento que Paxton no incluye en su definición y que nos parece esencial. La violencia redentora y sin límites éticos que los fascismos conocidos han ejercido lo fue siempre sobre las clases subalternas. Los fasci di combattimento de Mussolini reprimieron las huelgas obreras en el Norte de Italia y las S.A. nazis descargaron toda su violencia contra los sectores obreros que respondían al Partido Socialdemócrata y al Partido Comunista de Alemania, además de minorías étnicas como los judíos y los gitanos. Estuvieron integrados por sectores de clase media y media baja, dispuestos a imponer un orden brutal por la fuerza. Las bandas paramilitares sionistas, la Haganah, el Irgún y el Stern, también se hallaban conformadas mayoritariamente por sectores de clase media judía y descargaron toda su violencia sobre los palestinos, la mayoría de los cuales eran campesinos o pequeños comerciantes aldeanos indefensos, incapaces de resistir esa violencia como lo prueba claramente el episodio de Deir Yassin. Ergo, el sionismo cumple con un elemento esencial del fascismo que no puede ser soslayado: el ejercicio de una violencia de clase contra los sectores subalternos.
Pero esa violencia no se ejerció sobre las capas bajas judías, obreros y campesinos que profesaban esa religión, sino sobre las masas palestinas, adoptando en consecuencia un matiz claramente étnico. Se trató de una violencia sobre la población sometida a una ocupación colonial, sobre los otros, los que no existen, no tienen derechos, no figuran en los mapas, con el deliberado objeto de desarraigarlos de su tierra e implantar allí un nuevo Estado con el franco apoyo de la potencia ocupante. No se trató de crear una colonia de Gran Bretaña -ya que como dice claramente Gilad Atzmón, Israel no tiene metrópoli- sino de una alianza con la potencia colonial para implantar un Estado étnico excluyente a costa de la población autóctona. Un caso singular de fascismo paracolonial.
Por último la violencia ejercida lo fue invocando un derecho superior a esa tierra que les venía de la aurora de los tiempos, desde la promesa hecha al profeta Abraham por Yahvé, su dios, al “pueblo elegido”, para imponer una ocupación ilegítima que se prolonga hasta el presente, más de 65 años de barbarie. Como dice François Furet –aunque sin ejemplificar con Israel- en la obra citada: “A quienes no han tenido la suerte de formar parte de la raza superior o de la nación elegida, el fascismo sólo les propone la elección entre la resistencia sin esperanza y la subyugación sin honor” [15].

Notas
Miguel Ibarlucía es Abogado, autor de Israel, Estado de Conquista, Editorial Canaán, Buenos Aires, 2012.
[2] Jacob Tsur, ¿Qué es el sionismo?, Siglo Veinte, Buenos Aires, 1965, pag. 5.
[3] Tsur, idem, p. 33.
[4] Herzl, Theodor, El Estado judío, en Páginas Escogidas, Editorial Israel, Buenos aires, 1949, p. 98.
[5] Nordau, Max, La situación de los judíos en el Siglo XIX, en Sionismo, Crítica y defensa, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1968, p. 34.
[6] Citado por Gilad Atzmon, La identidad errante, Editorial Canaán, Bs As, 2013, pag. 23.
[7] Atzmon, idem, p. 88.
[8] François Furet, El pasado de una ilusión, Fondo de Cultura Económica, México, 1995, p. 34.
[9] Furet, idem, p. 38.
[10] Herzl, op cit, p. 150.
[11] Herzl, op cit, p. 150.
[12] Robert. O. Paxton, Anatomía del fascismo, Península, 2006.
[13] Lenni Brenner, Sionismo y fascismo, Editorial Canaán, Buenos Aires, 2011. También en 51 Documentos de la colaboración de los sionistas con los nazis. Idem. 2011.
[14] Papé, Ilan, La limpieza étnica de Palestina, Editorial Crítica, 2008.
[15] Furet, op cit, p. 38.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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