domingo, 8 de diciembre de 2013

Réplica a Ricardo Loewe Cómo se miden, o no se miden, la salud y otras cosas





Ricardo Loewe dice en su respuesta a mi comentario que “organicista” es un término crítico contra cierta corriente de la psiquiatría, “que reduce el conflicto social de los llamados enfermos psiquiátricos a ciertas deficiencias bioquímicas que afectan ciertas partes del cerebro. Como hace precisamente el colega Tapia, que reduce la cirrosis hepática a la causa del alcohol y no a la desnutrición y al aumento de la hepatitis por las malas condiciones económicas y de hygiene [sic]. O que considera al suicidio como una alteración mental porque no valora la obra genial de Emile Durkheim, quien demostró ya en 1897 ¡en la primera investigación sociológica basada en datos y análisis estadísticos! que el suicidio es un fenómeno social no explicable por la medicina ni por la psiquiatría.”
Comienza mal Loewe, sacándose de la manga el que yo atribuyo la cirrosis exclusivamente al alcohol y no a otras causas y que ignoro los determinantes sociales del suicidio. Es obvio que la cirrosis hepática puede tener causas diversas, incluidas causas infecciosas, aunque la causa más habitual sea el consumo excesivo de alcohol. En cuanto a la apelación de Loewe a Durkheim para señalar mi supuesta ignorancia de las causas sociales del suicidio, puedo decir que hace ya mucho mostré con datos estadísticos de las provincias españolas que los suicidios (aunque solo los de varones, no los de mujeres) aumentan cuando aumenta la tasa de desempleo.
Con sus alharacas a Durkheim, Loewe parece ignorar que hubo un autor anterior a Durkheim, Jacques Peuchet, también francés, que puso de manifiesto la mayor frecuencia de suicidio en las épocas de crisis del capitalismo, cuando la miseria social se generaliza, en personas que no encuentran trabajo o no pueden pagar sus deudas, etc. Fue precisamente Marx quien señaló la importancia de los escritos de Peuchet. Pero, ya se sabe, Marx es poco conocido entre los intelectuales de izquierdas (incluso muchos que se definen como marxistas), que en cambio mencionan a menudo a Durkheim y a otros sociólogos “progresistas” (mi fuente es Marx on suicide, ed. de E. A. Plaut y K. Anderson, Evanson, IL, Northwestern University Press, 1999).
Dice Loewe que cuando él afirmó que relacionar la salud con los niveles de la mortalidad es insuficiente, lo que hizo fue ubicar los instrumentos conceptuales desarrollados hace ya décadas precisamente en esas décadas. Tales instrumentos, dice Loewe, hoy día han sido parcialmente rebasados. Para ilustrar esa afirmación, que es solo palabrería a mi juicio, Loewe menciona la siguiente comparación:
“El estado de salud de Kerala, una provincia de la India con más de 30 millones de habitantes, con un 90% de alfabetización, es mejor que el de, digamos, Honduras, con el sistema educativo más atrasado de Centroamérica (ver, por ejemplo, OMS: Informe sobre la salud en el mundo […]). Por supuesto que la Organización Mundial de la Salud no se mete con la menudencia de que en Honduras existe el terrorismo de Estado mientras que en Kerala no, tampoco con cifras comparativas de síndromes como la depresión o la ansiedad.”
El párrafo citado, todo un prodigio de confusión a mi juicio, parece ser significativo de cómo razona Loewe. Kerala —que es un estado, no una provincia—, ha sido tradicionalmente el territorio de la India con mejores indicadores de salud y de educación, aunque no, por ejemplo, de ingreso. Esto es generalmente sabido entre quienes investigan sobre salud internacional. Y por cierto que hacer esas afirmaciones sobre los estados que integran la India exige contar con indicadores que permitan evaluar en cada uno la salud, la educación y el ingreso. Solo así se puede decir, por ejemplo, que el nivel de ingreso o de salud en Kerala es mejor o peor que el de otros estados de la India como Andhra Pradesh o Guyarat. ¿Por qué compara Loewe a Kerala con Honduras donde, según Loewe —y no dudo que sea cierto— existe terrorismo de Estado? No está claro. Loewe trae a colación comparaciones y autores, pero el propósito de todo ello es oscuro casi siempre.
Dice Loewe que las “impactantes cifras” que yo traigo al debate sobre la medición del estado de salud “no pasan de ser descriptivas, vagas y selectivas, sin que haya correlación estadística alguna con factores causales o determinantes de las tasas de mortalidad”. Aquí tenemos otra afirmación infundamentada. Las cifras que yo mostré son por ejemplo datos recientes (de 2011) de esperanza de vida al nacer (EVN) de Grecia y Portugal (80,9 años). Esas cifras son casi un año más altas que la EVN de Dinamarca (80,1 años) y nueve años mayores que la EVN de Ucrania (71,1 años). Los epidemiólogos han discutido extensamente sobre por qué Ucrania y otros países de Europa del Este tienen cifras tan malas (bajas) de EVN—que implican alta mortalidad—y, por ejemplo, uno de los factores que se aduce es el alto consumo de alcohol, y de tabaco y de comidas no muy saludables, en aquellos países. Los epidemiólogos también han discutido por qué, por ejemplo, Grecia o España tienen mejores cifras de EVN que Dinamarca, y se ha dicho que la llamada nutrición mediterránea, con abundancia de legumbres, frutas y verduras, puede ser mucho más saludable que una dieta con demasiados productos cárnicos y lácteos, como la danesa. También se han aducido otros factores, como que los daneses fumaron “a lo bestia” hace unas décadas y ahora están pagándolo con altas tasas de cáncer de pulmón y otras enfermedades crónicas relacionadas con el tabaquismo. Yo mismo he mencionado que Dinamarca es probablemente el país con el mercado laboral más flexible de Europa, lo que podría ser un factor más contribuyente a que los daneses tengan peor longevidad que los españoles o los portugueses. Todo esto, por supuesto, parte de la idea materialista de que las diferencias de salud entre países, o grupos sociales tienen causas sociales y biológicas y no son puramente aleatorias como lo serían si no hubiera “correlación estadística alguna con factores causales o determinantes de las causas de mortalidad” como dice Loewe.
Loewe, a quien no parecen gustarle las cifras que yo aduje sobre indicadores de salud en distintas comunidades autónomas españolas, me propone que compare “la prevalencia de trastorno por estrés postraumático en población carcelaria, comparando personas originarias del País Vasco y del resto del Estado Español. Esto, con hipótesis basadas en los informes sobre tortura en el Estado Español elaborados por la Coordinadora para la Prevención y la Denuncia de la Tortura (…) ¡A ver si hay diferencia entre el estado de salud de la población del País Vasco y la del resto de España!”.
Dudo que existan las cifras que Loewe propone comparar, pero si existieran, tengo serias dudas de que el trastorno de estrés postraumático sea más frecuente entre los encarcelados de origen vasco que entre los encarcelados de otras partes del Estado, como sugiere Loewe. ¿Por qué habría de ser así? Suponiendo que el citado trastorno sea más habitual en quienes sufren tortura, ¿habría que pensar acaso que la brutalidad policial es más frecuente cuando el preso procede del País Vasco? Supongamos dos detenidos, uno de Bilbao, Iturriaga, acusado de matar a tres policías por motivos políticos, otro Martínez, de Albacete, acusado de matar a tres policías en un atraco. ¿Cree sinceramente Loewe que la brutalidad policial es más previsible en Iturriaga que en Martínez? Yo seriamente lo dudo. De todas formas, todo lo anterior es pura especulación. Veamos cosas más concretas. Loewe propone para establecer hipótesis partir de informes sobre tortura en el Estado Español elaborados por la Coordinadora para la Prevención y la Denuncia de la Tortura, lo que al parecer mostraría las especiales condiciones vascas que él sugiere. Pues bien, según las cifras del informe que Loewe menciona, el territorio español en el que hubo una mayor tasa de denuncias por tortura en 2012 fue Melilla, donde hubo 25,5 denuncias por tortura por 100.000 habitantes; muy lejos está Euskal Herría, donde imagino que los autores del informe integran el País Vasco y Navarra, con 2,5 denuncias por 100,000 habitantes. Esta tasa es por ejemplo mayor que la de Andalucía, 1,6, o que la media de toda España, donde hubo 1,8 denuncias de tortura por 100.000 habitantes, pero inferior a la tasa de Madrid, 4,3, o la de La Rioja, 2,6. Tampoco esos datos parecen ir a favor de lo que sugiere Loewe. De todas formas, lo más importante en todo esto es que Loewe comete una falacia manifiesta al sugerir que una condición que afecte a la población carcelaria originaria de un territorio puede tomarse como indicador correspondiente a la población general de dicho territorio. Es como si por ejemplo, entre varones y mujeres del país X que acuden a consultas médicas la prevalencia de síntomas depresivos fuera el triple en mujeres y de ahí se dedujera que la prevalencia de síntomas depresivos es también el triple en las mujeres de la población en general. Un principio básico de la estadística es que la parte (la muestra) no siempre es representativa del todo (la población).
Loewe prosigue su ejercicio retórico acusándome de empecinamiento en medir la salud con su supuesta recíproca, la muerte. Afirma que no hay que ser filósofo para saber que lo opuesto a la muerte no es la salud, sino la vida y que entre los antiguos griegos la unidad dialéctica se establecía entre la muerte y el amor... Todo esto es “puro verso”, lástima que Loewe no esté escribiendo ningún Canto general. Si se quiere ser riguroso, para medir la salud hacen falta instrumentos claros, no palabrería. La epidemiología a la que Loewe alude lleva décadas midiendo la salud de la población fundamentalmente por las tasas de mortalidad. En los últimos veinte o treinta años esas tasas suelen sintetizarse en la EVN, que es un indicador intuitivo —aunque a menudo mal entendido— y que obvia la necesidad de estandarizar las tasas de mortalidad.
Lo que aduce Loewe sobre Cuba no viene al caso. Por supuesto que los indicadores de salud cubanos son buenos, excelentes incluso, pero eso se puede decir precisamente porque son comparables con los de otros países. Así, por ejemplo, en 2012 según cifras del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, la EVN fueron 79,3 años en Cuba, lo que está muy cerca de las cifras más altas de EVN reportadas para 2012, por ejemplo 82,0 años en Australia, 83,6 en Japón, o 79,4 en Costa Rica. Esas son, claramente, cifras mucho mejores que los 73,4 años de EVN de Honduras o los terribles 54,5 años de EVN de Uganda.
Cuentan Michael Haynes y Rumy Husan (A Century of state murder: Death and policy in 20th Century Russia, Pluto Press, 2003, p. 7) que en 1934 Stalin anunció que la población de la URSS había llegado a 168 millones, lo que superaba en 8 millones a las estimaciones que habían hecho los demógrafos soviéticos de la época, que habían tenido en cuanta los notables incrementos de la mortalidad durante los años anteriores. Uno de esos demógrafos pidió a sus superiores que se preguntara a Osinsky, Director de la Oficina Central de Estadística, de dónde había salido ese número que citaba Stalin. La respuesta que recibió fue que Osinsky había hablado con Stalin, quien le había dicho a su vez que “él ya sabía” qué número citar.
Lamentablemente, algunas gentes de izquierda muchas veces saben “qué número citar” para demostrar que lo que ellos creen o quieren que los demás crean, es lo cierto. Inventarse los números es el caso extremo, una forma mucho más habitual de “mentir con estadísticas” es ignorar datos válidos calificándolos de espurios, o usar los datos de forma selectiva. Si hay que demostrar que el país A “está peor” que el país B, y en A hay menos pobreza, pero más suicidios y menos analfabetismo, pues se citan estos dos últimos y se ignora aquella. Y así sucesivamente. Es de esperar que estas formas de “razonar” vayan pasando con otras cosas al basurero de la historia.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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