lunes, 4 de noviembre de 2013

Sobre la lógica retorcida que describe al ocupado como odioso y al ocupante como pacífico


Middle East Monitor

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.

Recientemente The New York Times publicó un editorial de Yuval Steinitz, un político israelí y miembro del Knesset [parlamento israelí] por el partido Likud, titulado “Cómo impide la paz el odio de los palestinos”. No es necesario explicar con más detalles el argumento que presenta Steinitz en este artículo puesto que el título habla por sí mismo.

Los sionistas repiten con frecuencia este extraño mantra que describe a un pueblo ocupado como odioso y beligerante, y a una potencia militar ocupante como pacífico y tolerante. Aunque entrar a hacer una crítica seria de esta lógica grosera acaba dándole cierta legitimidad, sigue siendo útil analizar su finalidad porque nos enteramos de que dice mucho más acerca de la sociedad israelí de lo que dice acerca de los palestinos. Albert Memmi, un escritor judío tunecino y activista postcolonial, trató de entender el impacto psicológico de la colonización tanto en el ocupado como en el ocupante. En su libro Retrato del colonizado, precedido por el retrato del colonizador* publicado en 1957 observaba: “Al haber elegido mantener el sistema colonial, [el colonizador] necesita más energía para defenderlo de la que habría necesitado para acabar con él completamente. Al ser consciente de la injusta relación que le une al colonizado, continuamente tiene que tratar de absolverse a sí mismo. Nunca olvida mostrar públicamente sus propias virtudes y argumentará con vehemencia para parecer heroico y grande”. Esto significa que la representación es más importante para el actor que para la audiencia.
Todos los proyectos de asentamiento colonial se basan en principios racistas que tratan de justificar la dominación de un pueblo sobre otro y estos principios racistas también se entretejen sistemáticamente con el régimen de poder resultante. Como argumenta Memmi: “El racismo está arraigado en los actos, en las instituciones y en la naturaleza de los métodos coloniales de producción e intercambio. Las regulaciones políticas y sociales se refuerzan mutuamente”.
Y este racismo puede adoptar muchas formas y oprimir a los demás sobre la base de lo que se percibe como su color de piel, cultura, religión, lengua, etnicidad, etc. Sin importar cuál sea el factor discriminador, en todos estos casos el racismo está profundamente arraigado en el sistema social y político resultante, a menudo de maneras sutiles. Sin embargo, cuando el nativo resiste o el proyecto colonial está amenazado, entonces este racismo se hace más visible e importante, lo que quizá ayude a explicar el cada vez mayor problema de racismo de Israel.
Durante las elecciones en Israel a principios de esta semana el racismo fue omnipresente en la política local. Como informaba Jonathan Cook para Al-Jazeera English, “los partidos judíos, incluidas las filiales locales del partido gobernante Likud, han adoptado un lenguaje abiertamente racista y alarmista que en un intento de ganar votos sugiere los musulmanes se van a apropiar de manera inminente de comunidades judías”**.
Según Mohammed Zeidan, director de la Asociación de Derechos Humanos de Nazareth, “la sociedad israelí se ha vuelto cada vez más racista y los candidatos simplemente devuelven a los votantes el reflejo de este racismo sabiendo que esto les hará ganar mucho apoyo”. Dado que este apoyo popular se basa en un compromiso más con el sionismo que con cualquier otro político o partido, lo que ayuda a florecer el racismo es un marco nacionalista.
Por ejemplo, el periódico Los Angeles Times informó en agosto que Shimon Gapso, el alcalde de derecha de Nazareth Alto, una ciudad judía que se ha planificado para dominar desde lo alto la mayor ciudad árabe de Israel, incluso organizó una campaña con carteles en contra de su propia reelección en la que se veían “fotos de destacados árabes miembros del Knesset y políticos israelíes de izquierda con eslóganes como 'Expulsad al alcalde' y 'Debemos librarnos de Shimon Gapso'” para justificar el participar en una contracampaña racista, con un cartel que rezaba: “Nazareth Alto siempre será judío. Se acabó el cerrar lo ojos, se acabó el aprovecharse de la ley que permite a cada ciudadano vivir donde quiera. Es el momento de defender nuestro hogar”.
Otro ejemplo: el Likud organizó una plataforma que prometía prohibir la llamada musulmana a la oración en Jaffa. Los carteles electorales del Likud también prometían “Devolver Jaffa a Israel”, una no tan sutil amenaza de limpieza étnica. El jeque Ahmed Abu Ajwa, un imán de Jaffa, respondió a la amenaza afirmando: “Nosotros lo mismo que nuestras mezquitas estábamos aquí mucho antes de la creación de Israel. Si no les gusta estar aquí, se les invita a marcharse”.
Pero aunque los palestinos estarían de acuerdo en convivir con unos vecinos judíos más respetuosos, Cook afirma que el Índice de Democracia de Israel, publicado este mes, concluyó que el 48% de los judíos israelíes no quiere en absoluto un vecino árabe y “un 44% está a favor de políticas que animen a los ciudadanos palestinos a emigrar fuera de Israel”.
Con todo, el problema de racismo de Israel no se limita a odiar únicamente a los palestinos. La semana pasada The Nation publicó un explosivo documental producido por David Sheen y Max Blumenthal titulado “Israel's new racism: The persecution of African migrants in the Holy Land”*** que describe cómo las personas procedentes de África en busca de asilo se enfrentan hoy a la discriminación y al odio en Israel. A muchos de estos refugiados o bien se les deporta o se les encarcela en una cárcel secreta que se cree que es el mayor centro de detención de emigrantes del mundo industrializado. En el documental un israelí se dirige a las personas que asisten a una protesta en contra de los inmigrantes y afirma: “¡Empezad a hacer redadas contra los infiltrados!”, mientras que otro grita: “¡Tenemos derecho a ser racistas!”. El documental también cuenta lo que le ocurre a los israelíes que se enfrentan a este prejuicio. En otro ejemplo un hombre israelí le dice a una mujer israelí: “Puede que te violen, ¡amen!”. Otro israelí grita: “Estás casada con un negro, ¡lárgate!”. Un exmiembro del Knesset del partido de “centro” Kadima llegó a afirmar que aquellos israelíes que defienden a las personas africanas que buscan asilo también deberían estar encerradas en los centros de detención.
Por supuesto, el racismo en Israel no es nada nuevo. Mientras que el sionismo político fue una respuesta al espantoso antisemitsmo que dominó el paisaje europeo a lo largo de los siglos XIX y XX, odio que tuvo el trágico resultado de la muerte de millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial, finalmente el proyecto sionista se instaló en una tierra que ya estaba poblada por seres humanos, con lo que era necesaria una lógica racista para justificar el asesinato de palestinos, el desposeerlos de sus tierras y la limpieza étnica de su presencia.
Y este miedo y odio que exacerbó el proyecto de asentamiento colonial sionista no solo se dirigió contra los cristianos y los musulmanes palestinos, sino también contra los judíos árabes que habían emigrado a Israel o bien voluntariamente o bien por necesidad política después de que la realización del proyecto sionista trastornara sus identidades: en sus comunidades árabes ya no se confiaba en ellos y, sin embargo, tampoco eran queridos por el Estado que afirmaba ser la patria de todos los judíos.
Durante la década de 1950 los judíos árabes que emigraron a Israel fueron tratados de forma inhumana en comparación con los judíos europeos, incluso se les recluyó en campos construidos por los sionistas, lo cual es bastante sorprendente dada la experiencia de los judíos europeos solo una década.
En su libro Sephardim in Israel: Zionism from the standpoint of its Jewish victims Ella Shohat, una profesora universitaria estadounidense de origen judío iraquí, explica que muchos hijos de judíos árabes murieron a consecuencia de su difícil migración a Israel y cita las palabras de un médico: “No puedo entender por qué en todos los países europeos se proporciona ropa a los emigrantes mientras que a los emigrantes norteafricanos no se les proporciona nada”. El duro viaje de los judíos árabes procedentes de Yemen y su experiencia en los campos también provocó muertes generalizadas y a enfermedades crónicas, lo que llevó a un sionista a concluir: “No hay que temer la llegada de enormes cantidades de personas enfermas crónicas ya que tienen que caminar unas dos semanas en busca de comida. Los que estén gravemente enfermos no podrán andar”.
Una vez que los judíos árabes finalmente llegaban a Israel, proseguía la discriminación étnica. Según Shohat, algunos informes sugieren que los médicos, enfermeras y trabajadores sociales traficaron con miles de bebés judíos árabes para darlos en adopción en Estados Unidos e Israel “mientras se les decía a sus padres que los bebés habían muerto”.
Al recordar la experiencia de su propia familia en Coming to America: Reflections on hair and memory loss, Shohat recuerda que “en Israel nos llamaban 'sucios iraquíes'. Todavía puedo oír las palabras hebreas 'Erakit Masrihi!' ('iraquí apestoso') que me espetó un chico rubio a cuyos familiares en Europa los nazis habían convertido en 'sabonim' (jabón)”.
Shohat también describe cómo “en la década de 1950 se recibía en Israel a los refugiados iraquíes, yemeníes y marroquíes con polvo de DDT para limpiarlos, tal como sugería el discurso oficial euro-israelí, de sus 'enfermedades tropicales'. En los campos de tránsito se les afeitaba el pelo para librarles de los piojos. Se sospechaba que los niños, algunos de ellos sanos, tenían tiña y se les trataba con dosis masivas de radiación. Se podía saber quiénes habían recibido este tratamiento por las pañoletas que cubrían sus cabezas para tapar la vergüenza de haber perdido el pelo”. Algunos de estos niños volvieron a perder el pelo muchas décadas después de haber sufrido el tratamiento con radiación a causa de los tumores cerebrales provocados por la original limpieza química.
Una vez “limpios” de sus identidades árabes y africanas, se asentaba a los judíos árabes “en pueblos remotos, en colonias agrícolas y en los barrios de las ciudades”, a menudo en condiciones de superpoblación porque las autoridades sionistas consideraban que estaban “acostumbrados” a esas condiciones de vida. Posteriormente el Estado marginaba a los nuevos emigrantes israelíes en términos de servicios sociales. Hoy continúa esta segregación étnica ya que muchos judíos árabes residen en las regiones del sur mientras que los emigrantes europeos, que son más ricos, viven en el norte.
Un ciclo de documentales emitidos en la televisión israelí este verano ilustra cómo prevalece todavía en toda la sociedad israelí el racismo contra los judíos árabes. El ciclo, que se llama True face: The ethnic demon, pone de relieve algunas estadísticas sorprendentes: mientras que los judíos árabes conforman más de la mitad de la población judía israelí, solo son uno de cada cuatro estudiantes y solo el 9% del personal docente de las universidad. Y mientras que aproximadamente el 90% de los jueces son judíos europeos, la mayoría de los presos son judíos árabes. Los medios de comunicación también están dominados por judíos europeos. El periodista que hizo los documentales, Amnon Levy, él mismo de origen sirio, sugiere que la única manera que tienen los judíos árabes de “tener éxito” hoy en Israel es casarse con un judío europeo y sacrificar su propia cultura.
Por consiguiente, teniendo en cuenta que el racismo en Israel no solo se dirige a los judíos, cristianos y musulmanes árabes, sino también a los judíos africanos y a las personas africanas que buscan asilo, así como a los israelíes que les apoyan, es bastante obvio que son los israelíes quienes tienen un problema de odio que impide cualquier paz duradera. Y los israelíes lo saben, lo cual es la razón de que vayan a seguir haciendo vehementes declaraciones públicas acerca de su carácter pacífico, su apertura y tolerancia, al tiempo que permanecen detrás de sus tanques, checkpoints y muros del apartheid.
Notas de la traductora:
* Retrato del colonizado: precedido por Retrato del colonizador, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 1974 [Traducción de Carlos Rodríguez Sanz, título original en francés Portrait du colonisé, précédé du portrait du colonisateur].
** Véase “Las elecciones en Israel sacan a relucir el racismo”, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=175867
*** “El nuevo racismo de Israel: la persecución de los emigrantes africanos a Tierra Santa”. Este documental se puede ver, en inglés, en http://www.youtube.com/watch?v=dPxv4Aff3IA

Fuente: http://www.middleeastmonitor.com/articles/activism/7996-on-the-twisted-logic-that-portrays-the-occupied-as-hateful-and-the-occupier-as-peaceful

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