Y vuelve también la violencia y el terror que no fue reconocido la primera vez. Muchas mujeres detenidas durante la dictadura empiezan a denunciar ahora que fueron además de torturadas violadas durante los interrogatorios. En su momento no lo denunciaron porque eran incapaces de distinguir entre los múltiples asaltos físicos a su dignidad humana y probablemente porque la impunidad instaurada durante la postdictadura no les daba ningún espacio para hacerlo.
“Cada vez que el perdón se pone al servicio de una finalidad, sea noble o espiritual (reconciliación, redención, salvación, expiación), cada vez que su objetivo es restablecer la normalidad (social, nacional, política, filosófica) a través de algún trabajo de duelo, de alguna terapia o de alguna ecología de la memoria, entonces el “perdón” no es puro –ni tampoco lo es su concepto. El perdón no es, no puede ser, normal, normativo, normalizante, debe permanecer como excepcional y extraordinario, como experiencia imposible que pudiera interrumpir el curso ordinario de la historia”.
Pero no lo tiene que decir Derrida, lo dice también Alicia Lira presidenta de la Asociación de Familiares de Ejecutados Políticos (AFEP), lo dicen todas las víctimas y familiares de las víctimas del terrorismo de Estado –memoria, justicia y verdad-- ; lo dice una camiseta que vi el domingo pasado en la manifestación organizada por las Asociaciones de Derechos Humanos para conmemorar el golpe: “Ni olvido, ni perdón, Revolución”.
Ese perdón tan católico, aunque es menos que nada, no busca la justicia, busca la expiación de la culpa tal vez para seguir pecando, es normalizador de una situación absolutamente anormal: la perpetuación de la impunidad y el olvido.
Con todo y con eso, las declaraciones de Piñera han colocado a la candidata conservadora Evelyn Matthei en una posición sumamente incómoda. Matthei, que es hija de uno de los generales golpistas, se ha visto obligada a hacer acrobacias retóricas: un día contesta que ella tenía 20 años en 1973 (como si con 20 años no se tuvieran nociones fundamentales de ética) y al otro que ella voto que sí a la continuidad del “gobierno militar” en el plebiscito de 1988 porque ya sabía que iba a ganar el no.
No obstante, las declaraciones de Piñera apestan a electoralismo anticipado. Quiere volver a La Moneda y capitalizar la “suerte” que tuvo de que el golpe de estado le pillara en Harvard preparándose para continuar el legado neoliberal pinochetista por otros medios. La prueba de que las declaraciones de Piñera son un brindis al viento está en que El martes 3 de septiembre, integrantes de la AFEP, entre ellas Alicia Lira, Mónica Monsalve y Raquel Roa, se tomaron el Programa de Derechos Humanos del Ministerio del Interior demandando al gobierno que firme las querellas por violaciones a los derechos humanos y que todavía no han sido firmadas pese a que los abogados del mismo Programa han hecho llegar los documentos al gobierno.
7. Allende. Mario Amorós abre su recientemente publicada biografía sobre Salvador Allende afirmando que éste es, pese a todo, un desconocido. En el acto de presentación de este monumental e imprescindible libro en el GAM (Centro Cultural Gabriela Mistral) el historiador Sergio Grez afirma que el legado de político de Allende sigue estando inmovilizado en el pasado, que pese a los esfuerzos encomiables y esperanzadores del movimiento estudiantil, las alamedas no terminan de abrirse y Allende sigue condenado a los márgenes de la historia. El ruido mediático y las acusaciones de la derecha aprés coup –valga la redundancia--no nos dejan ver a la figura histórica del presidente ni volverla relevante para el presente.
En ese sentido, creo que a veces somos prisioneros de ese mismo discurso de la derecha, sobre todo cuando, con las lentes del presente, transformamos al presidente Allende en una especie de campeón pacifista de los derechos humanos en su acepción liberal contemporánea. Sí, es verdad, que la vía chilena al socialismo fue pacífica, que Allende estaba a punto de convocar un plebiscito para ese mismo once de septiembre, que su apoyo electoral crecía, pero es absolutamente improductivo y ahistórico contraponer, como ha hecho recientemente José Pablo Feinman en el diario Página 12, las decisiones de Allende a las de Miguel Enríquez para condenar las de éste último por apostar a la lucha armada.
La decisión de armar o no armar los cordones industriales, por ejemplo, siempre me ha parecido una cuestión agónica; en puridad una decisión imposible, y de hecho, su misma indecibilidad no debe estar desconectada del suicidio posterior del Presidente. Ninguna decisión era buena en ese momento. Desde el presente, de manera un poco defensiva y probablemente como resultado de la desaparición de la lucha armada como estrategia emancipatoria en América Latina, preferimos la opción trágica y pacifista de Allende. Pero desde este mismo presente deberíamos poder también discutir, sin caer en la teoría del empate o los dos demonios, bajo qué condiciones un pueblo tiene derecho a defenderse de una agresión fascista. Mientras sigamos atrapados en una defensa abstracta de la vida y los derechos humanos, no seremos capaces de distinguir entre las razones de la lucha armada revolucionaria y las razones, contrapuestas, de la intervención fascista que impuso el modelo neoliberal que padecen la mayoría de los chilenos hoy. Nos repugna la violencia, por supuesto que admiramos la defensa pacífica del socialismo que hizo Allende, pero ninguna de las dos cosas nos debe impedir pensar críticamente la relación entre violencia y política, porque no hacerlo es ceder al imperativo categórico liberal pacifista que preserva el monopolio de la violencia para el Estado como instrumento de dominación de la clase hegemónica heredera de la dictadura.
Cuando los estudiantes piden asamblea constituyente, educación pública y de calidad, la desmunicipalización de la educación, la renacionalización del cobre, el fin del lucro en la educación, la disolución de las AFP’s (fondos privados de pensiones), una nueva legislación laboral, también están luchando contra la herencia de la dictadura, porque como se puede leer en Londrés 38, uno de los antiguos centros de tortura recuperados por familiares y supervivientes, “La actividad de hacer memoria que no se inscriba en el proyecto presente, equivale a no recordar nada”.
Después es ya costumbre ritual que los medios no discutan las propuestas de los estudiantes --en este caso un excelente documento que hace un compendio de sus propuestas—sino que se centren compulsivamente en las imágenes de los violentos encapuchados destrozando mobiliario urbano. Pero ¿Quiénes son estos encapuchados? Una parte son probablemente infiltrados por la policía para justificar la represión, pero la otra son, como me indican los hermanos Pérez Ahumada --mis cientistas sociales de cabecera estos días--, jóvenes de las poblaciones más humildes. ¿En qué diálogo van a creer estos jóvenes a los que les han robado la vida y la dignidad? ¿Qué esperanza de futuro van a tener después de cuarenta años de condena al olvido y la marginación? Creer o no creer en el diálogo y las vías pacíficas también es una cuestión de clase. En cualquier caso, habría que preguntarse parafraseando a Bertold Brecht, ¿Qué es tirarle una piedra a un carabinero o romper una farola comparado con privatizar la educación o la sanidad?
Probablemente hoy 11 de septiembre de 2013 ardan las poblaciones, habrá enfrentamientos en lugares con La Pintana o La victoria entre pobladores y carabineros, mientras en La Moneda o en el Museo de la Memoria conmemoran “civilizadamente” la violencia soterrada sobre la que se asientan sus privilegios. No podemos alegrarnos ni celebrar estos estallidos, son un fracaso colectivo, pero tampoco podemos dejar de reconocer que son el resultado de las desigualdades y de la violencia estructural que impuso el ominoso 11 de septiembre de 1973, no hacerlo es simplemente faltar a la verdad o al menos a la verdad de los pueblos que siguen sufriendo las consecuencias de la dictadura.
11. Poesía contrafactual para el futuro. A todos nos gustaría que nada de esto fuera como fue, sería mejor que el 11 de septiembre nunca hubiera sucedido. En ese deseo se cifran muchos de nuestros anhelos. Mi querido y admirado colega Jaime Concha me cuenta que Gonzalo Millán lo llamaba a veces desde su exilio en Canada a su casa de San Diego y permanecía en silencio del otro lado de la línea. Silencios ruidosos del exilio. Pero entre silencio y silencio, Gonzalo Millán fue capaz de escribir este poema que hoy, a cuarenta años del golpe, tiene más sentido que nunca:
El río invierte el curso de su corriente.
El agua de las cascadas sube.
La gente empieza a caminar retrocediendo.
Los caballos caminan hacia atrás.
Los militares deshacen lo desfilado.
Las balas salen de las carnes.
Las balas entran en los cañones.
Los oficiales enfundan sus pistolas.
La corriente se devuelve por los cables.
La corriente penetra por los enchufes.
Los torturados cierran sus bocas.
Los campos de concentración se vacían.
Aparecen los desaparecidos.
Los muertos salen de sus tumbas.
Los aviones vuelan hacia atrás.
Los “rockets” suben hacia los aviones.
Allende dispara.
Las llamas se apagan.
Se saca el casco.
La Moneda se reconstituye íntegra.
Su cráneo se recompone.
Sale a un balcón.
Allende retrocede hasta Tomás Moro.
Los detenidos salen de espalda de los estadios.
11 de Septiembre.
Regresan aviones con refugiados.
Chile es un país democrático.
Argentina es un país democrático.
Las fuerzas armadas respetan la constitución.
Uruguay es un país democrático.
Los militares vuelven a sus cuarteles.
Renace Neruda.
Vuelve en una ambulancia a Isla Negra.
Le duele la próstata.
Escribe.
Víctor Jara toca la guitarra.
Canta.
Los discursos entran en las bocas.
El tirano abraza a Prat.
Desaparece.
Prat revive.
Los cesantes son recontratados.
Los obreros desfilan cantando.
¡Venceremos!
Nota:
[1] http://radio.uchile.cl/2013/09/02/la-impunidad-de-los-pilotos-que-bombardearon-la-moneda.
Luis Martín-Cabrera es Profesor de Literatura y Estudios Culturales en la Universidad de California, San Diego.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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